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Boehmiano. En pos de la sabiduría, como arte de vivir

El Círculo de Estudios Espirituales Comparados (CEEC) celebra su VIII Encuentro anual

      

 

     La ciudad abulense de Arenas de San Pedro acogerá, por octavo año consecutivo, el Encuentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados (CEEC), durante los próximos días 29 de octubre a 1 de noviembre. En esta ocasión conferenciantes y asistentes debatirán en torno a una trilogía de conceptos esenciales: Sabiduría - Arte – Vida, tratando de explorar la posibilidad de su articulación, los entresijos de su alquimia.

 

     Ciertamente, la filosofía (el amor al conocimiento), entendida ante todo como una forma de vivir y como un saber hondo y sentido de la vida, como ejercicio vital y espiritual, nos conduce inevitablemente a interrogarnos acerca del valor y significado de esta hermosa y antigua palabra: sabiduría, sabor y gusto de las realidades esenciales. Cuestionada hoy por los diversos escepticismos, pragmatismos de la sociedad de consumo o estados del bienestar, por la estética de los pensamientos débiles o las sospechas suscitadas por las diversas formas de manifestarse el pensamiento supersticioso y las actitudes dogmáticas o sectarias, aparece de nuevo la pregunta por la tarea genuina de ese saber que se busca, ciencia de principios y de fines, arte de la belleza, filocalía del alma.

 

     En el CEEC, se quiere propiciar un encuentro abierto y libre de personas que, más allá de la participación intelectual, tenga también en cuenta experiencias, zozobras o esperanzas que acontecen en la búsqueda de cada uno. En definitiva, se trata, una vez más, de acercar el pensamiento a la vida para esclarecerla y presentar la vida al pensamiento para fecundarlo.

 

     Por lo demás, no se trata, el Círculo, de un grupo cerrado, ni mucho menos. Lo constituyen, sin apenas estructura, un conjunto de personas (estimamos en más de 200 las que han asistido a los Encuentros anteriores, unas 40 personas o poco más por encuentro, y no siempre las mismas) interesadas por el pensamiento libre, la filosofía y las artes, las religiones y tradiciones espirituales, sin ninguna adscripción determinada, ni línea de pensamiento especialmente definida más allá de lo que acabamos de decir. El delicado respeto a las personas y a los puntos de vista diferentes, unido al aprecio por el diálogo sincero y sin cortapisas, el clima sumamente cordial, en suma, han caracterizado habitualmente estos acontecimientos.

 

     Por ello, los amigos del Círculo invitan a cualquier persona que busque o que tenga verdadero interés por conocer las grandes tradiciones de la humanidad, o bien que esté interesada por el diálogo intercultural e interreligioso, a participar con nosotros en cualquiera de estos encuentros anuales. Para el Encuentro de este año, aún quedan unas pocas plazas disponibles.

 

     La recepción de los asistentes está prevista para el viernes 29 de octubre, por la tarde. El sábado y el domingo estarán dedicados a las ponencias, coloquios y sesiones prácticas, mientras que la mañana del lunes día 1 de noviembre se consagrará a los últimos debates y al comentario de las comunicaciones recibidas, así como a algunos otros asuntos, como la preparación del próximo Encuentro y el futuro del Círculo, habida cuenta de que este año ha cambiado su coordinación, asumida desde hace unos meses por cuatro personas: José Antonio Antón Pacheco, Eugenio Cano, Enrique Jerez y Francisco Martínez Albarracín. El Encuentro concluirá con la comida de despedida, el mediodía del mismo lunes.

 

     El programa de este año, reducido a lo esencial, incluye una serie de siete ponencias (y una sesión práctica), con su correspondientes coloquios, a cargo de varios especialistas, profesores universitarios, filósofos, artistas, escritores o maestros de artes marciales, a saber: José Antonio Antón (Introducción general al tema del Encuentro); Jesús Moreno Sanz (Tragedia, mística y filosofía en María Zambrano); David López (Apara-Vidya. Una fundamentación metafísico-sistémica de la sabiduría inferior, o sabiduría de la vida); María Toscano (Sabiduría y plenitud); José Olives Puig (Arte de la energía. Cuerpo y cosmología; incluye sesión práctica); Eugenio Cano (La experiencia del arte); y Julio Trebolle (“Le diera sabiduría; vida eterna no le diera”. Mito de Adapa).

 

     La inscripción, que incluye alojamiento y comidas, es de 250 euros para nuevos asistentes y 200 para quienes ya hayan participado con anterioridad. Para más información e inscripciones, puede escribirse al correo del CEEC:  ceecmail@hotmail.com, o llamar a los teléfonos 968 00 21 19 (Francisco) o 662 366 733 (Enrique).

 

De la sabiduría como "sentido común"

De la sabiduría como "sentido común"

     Hay un sentido para el conocimiento sagrado. Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, comparaba la sacra doctrina [lo que luego se llamará “teología”] con el sensus communis (el sentido o sensorio común). Y sí conviene llevar lejos esta analogía o comparación, a diferencia de lo que opinan eminentes especialistas, pues el intelecto [intellectus, de intus legere, leer e interpretar en lo profundo] ve relaciones y síntesis, conexiones y unidad donde la razón no alcanza a componer armonía y correspondencias.

 

     El intelecto (órgano de la sabiduría) percibe lo diferente unido, la unidad en la multiplicidad, pero en otra perspectiva más alta que la de las ciencias o disciplinas particulares. Sabiduría no es erudición ni especialización, lo dijo Heráclito pero no terminamos de entenderlo.

 

     La sabiduría no percibe lo concreto o fragmentado (como el sentido común no percibe olores o sabores), pero sí saborea un aura o aroma que impregna todo y lo matiza de belleza. El sentido común diferencia, como el intelecto discierne. Ver diferentes determinaciones o desarrollos de una misma realidad o verdad, esa es la tarea de la sabiduría, sin caer en limitados dogmatismos, que no son propios del ojo del corazón.

 

      Ver globalmente, totalmente; unitaria y serenamente. Que no falte el vínculo espiritual sin el que la suma de las partes no puede componerse ni tener sentido. Ver lo que no se ve, oír lo que no se oye, conocer (intuitiva, vivencialmente) lo que no se conoce (distinta o separadamente, de manera racional). Es la plenitud que no puede del todo expresarse con palabras, pues se limitaría y empequeñecería, pero que bien comprenden quienes la han experimentado.

 

     Sapientibus est enim non curare de nominibus, dice el proverbio medieval. Es propio del sabio no hacer caso de los nombres, de las palabras. Porque entiende y trasciende todos los lenguajes. Lee el rostro, percibe los signos, escucha a la naturaleza… Ha aprendido el lenguaje de los pájaros, figura de los ángeles o daimones que median (¡el Fedro platónico!) entre dioses y hombres.

 

     La sabiduría es el sencillo lenguaje mediador, la actitud mediadora e integradora, la gota de aceite zambraniana. Se traduce y refleja en la vida. Ilumina, esclarece la vida, luz en la sangre, como quiso Cervantes.

No ha muerto Raimon Pánikkar

No ha muerto Raimon Pánikkar

Aunque en este modesto blog no se hable, propiamente, de noticias ni cuestiones de actualidad, quiero hacer una excepción a propósito de la “extinción”, como la llama Juan Masiá para aludir al nirvana, física de Raimon Pánikkar, filósofo al que admiro y a quien no tuve la suerte de conocer ni tratar (sólo le vi una vez en Ávila, al asistir a un curso que él dirigió magistralmente, en 1992, sobre místicos contemporáneos de la India).

Tengo sus libros, eso sí. Le he leído y lo seguiré haciendo. También he conocido a buenos amigos suyos, colaboradores, especialistas en su obra.

Con Pánikkar me han unido desde hace mucho (exactamente 1974) detalles y acontecimientos hondos, significativos. También sincronicidades.

No es para mí, ni muchos menos, irrelevante el que haya muerto un día 26 del mes de agosto del presente año. Lo digo, pero no lo explico. Y no se trata ahora de nada personal; simplemente de números y símbolos.

También diré que he leído y admiro, como escritor y pensador, a su hermano Salvador Pániker.

Pero no entraré en cuestiones polémicas de ningún tipo.

La personalidad y la trayectoria vital de Raimon se prestan a adhesiones profundas, a empatías de diversa naturaleza; también a rechazos ideológicos, viscerales o del tipo que fueren.

A mí que queda el testimonio y la enseñanza de un buscador valiente, genuino, que no rehuyó su propio dharma, que intentó habilitar espacios de libertad al hacer su propia andadura. Es posible que tuviera defectos, como cualquier ser humano. Me lo imagino con un corazón muy grande y generoso.

Un verdadero amigo de la sabiduría, flexible, inteligente, incansable. De él se podría decir aquello de que la amó más que el oro y todas las riquezas.

Es natural que, más allá de gustos y preferencias, muchos no puedan entenderle ni vibrar en su sintonía.

Pero nosotros podemos alegrarnos viéndole regresar a un pueblecito del prepirineo catalán (a él, que podría haber elegido vivir en cualquier parte del mundo, o en una gran ciudad como Barcelona). Cerca de las montañas y los árboles, con el espacio tan abierto como su alma, con la mente cada vez más serena, como el aire o el agua, luego de tantos esfuerzos y disquisiciones intelectuales. Para vivir allí los últimos años, para recibir y atender sosegadamente a sus amigos o a quienes buscasen su enseñanza. Y para preparar su última obra: la fundación Vivarium.

En cierta ocasión escuché decir, a propósito de él, que era imposible ser cristiano y budista o hinduista. A lo que recuerdo repliqué que lo que para los hombres es imposible es posible para Dios.

Se decía de Jung que parecía una mezcla de intelectual erudito y campesino suizo. Hay personas cuya mezcla y composición armónica de cualidades distintas parece un imposible.

Hay que agradecer a la vida, a su misterio, estos imposibles.

Por tantos dones y tantas maravillas, no sólo del intelecto, mi agradecimiento indeleble a Raimon Pánikkar.

Introducción al budismo

Introducción al budismo

 

  1. 1.      Nota preliminar.

 

            Buda, como otros grandes sabios, no escribió nada; no existe, pues, ningún texto que exponga con seguridad sus palabras. Lo que recoge las más antiguas tradiciones es el voluminoso canon escrito en lengua pali, y dentro de él el Dighanikaya. Los investigadores nos han proporcionado el repertorio de textos, dándonos información acerca de las dos distintas fuentes de la tradición: la del Norte y la del Sur. Igualmente, nos informan de la primera realidad histórica directamente accesible: Asoka y su influjo sobre la evolución del budismo, a doscientos años de la muerte del Buda. También son conocidas las grandes transformaciones del budismo. La realidad de Buda ha de establecerse con sentido crítico, omitiendo lo claramente legendario y los testimonios tardíos[1].

            He querido basarme en el gran filósofo Karl Jaspers, como indico en las notas, para esta aproximación al budismo, en homenaje a su inteligencia abierta y grande.

 

  1. 2.      La vida.

 

            Buda (aprox. 560-480 a. J.C.) pertenecía a la noble familia de los Sakyas que gobernaban, en Kapilavastu, un pequeño estado próximo al poderoso reino de Kosala. El territorio se extiende al pie del Himalaya y las cumbre nevadas se perciben durante todo el año. Su nombre era Siddharta o Gotama, recibiendo después el sobrenombre de Buda o el Iluminado. Su infancia y primera juventud transcurrieron en la abundancia. Se casó muy joven con Yasodhara y tuvo un hijo llamado Rahula. Mas esta vida cambió al tomar conciencia el joven príncipe de las realidades terribles de la vida: la vejez, la enfermedad y la muerte. “Conforme rumiaba yo estos pensamientos, perdí por completo la alegría de vivir”. Con 29 años abandona todo, hogar, patria y familia; se corta los cabellos, se afeita la barba y toma las vestiduras amarillas propias de los ascetas.

            El futuro Buda fue instruido por maestros en los ejercicios ascéticos y el yoga y durante muchos años vivió solitario en los bosques practicando la vía de la purificación. Sentado en aquellos lugares apartados, esperaba el momento del conocimiento, “con la lengua apretada contra el paladar”, “sujetando, clavando, forzando” los pensamientos en un violento esfuerzo por fijarlos.

            Más aquello era en vano. Las penitencias no le conducían a la iluminación y Buda comprendió que la sola voluntad era ineficaz. Entonces cambió de conducta e hizo algo que desconcertó a los que se relacionaban con él y seguían el mismo camino: ingirió abundante alimento para recuperar las fuerzas físicas. Continuó su vida solitaria, dedicado a la meditación pero limitando el ascetismo. Con esto se anticipaba lo que sería en el budismo la vía media: ni la vida entregada a la sensualidad y los placeres mundanos, ni la vida dedicada al mortificante ascetismo son la vida justa; ni la una ni la otra llevan a la meta. La salvación se alcanza con esta vía media, que es una vida justa en el decir, el pensar y el obrar, ahondando en la meditación y comprendiendo y suprimiendo la causa de todo sufrimiento.

            “Cierta noche, cuando estaba meditando al pie de una higuera, sobrevino la iluminación. En una visión súbita y total se presentó ante el ojo de su espíritu el todo cósmico: lo que es y por qué es; cómo los seres son arrastrados por el ciego afán de vivir por los caminos errados del alma, a través de sucesivas reencarnaciones en la interminable transmigración de las almas; qué es el sufrimiento, de dónde viene y cómo puede ser suprimido”[2].

            Siete días pasó el Iluminado sentado al pie de la higuera, con las piernas cruzadas, gozando del deleite de la redención y pensando guardar silencio sobre la verdad encontrada. Lo que había llegado a conocer era ajeno al mundo. ¿Cómo iba a entenderlo el mundo? Quería “evitarse un esfuerzo inútil”. “El mundo sigue su marcha -nos dice Jaspers- y, en su tremendo e inexorable curso a través de períodos de cíclica destrucción y renacimiento, los ciegamente impulsados, que no saben, son arrastrados irresistiblemente por la rueda de las reencarnaciones, pasando por sucesivas formas de existencia. Lo que se hace en cada existencia determina, como karma, la forma de la reencarnación siguiente, habiendo sido determinada aquella, a su vez, por la existencia precedente. El mundo no cambia jamás, pero es posible la salvación para el que sabe; el cual, liberado de ulteriores reencarnaciones, ingresa en el nirvana”.

            Pero Buda siente compasión y no guarda silencio. Decide, con trabajo, predicar su doctrina y no espera gran cosa. Cuando, más tarde, su enseñanza alcanza un clamoroso éxito, vaticina la pronta desaparición de la auténtica doctrina. De todos modos, continuó la predicación y la enseñanza a los discípulos y a todo el que quisiera escucharle: “Voy a tocar en el mundo sumido en tinieblas el tambor del no morir”.

            Su predicación comenzó en la ciudad de Benarés y durante más de cuarenta años recorrió las vastas regiones de la India nororiental. Su enseñanza se realiza a través de disertaciones, relatos, parábolas y dichos. Nos enteramos así de diversos diálogos, de muchos episodios y situaciones, de conversiones. Buda se sirvió del habla popular, no del sánscrito. Su manera de pensar es plástica, pero empleando los conceptos elaborados en la filosofía india.

            Factor decisivo de la inmensa influencia histórica del budismo fue la fundación de comunidades de monjes, organizadas según reglas fijas. Los discípulos renunciaban a su patria, su familia y su profesión; vistiendo el indumento amarillo de los monjes y caracterizados por la tonsura, llevaban una vida nómada marcada por la pobreza y la continencia. “Habiendo alcanzado el conocimiento redentor, ya nada querían ni apetecían en este mundo”. Vivían mendigando la comida, durmiendo al raso o en casas de otros fieles, y se les agregaban adherentes legos, entre los que se encontraban reyes, opulentos mercaderes, aristócratas o célebres hetairas. Todos estos hacían generosas donaciones, con las que se adquirían casas y parques destinados a servir de alojamiento en la estación de lluvias y de lugares de reunión para las multitudes deseosas de escuchar la doctrina del maestro.

            De las circunstancias de la muerte del Buda se han conservado noticias. Su último viaje es descrito con detalle. Intenta sobreponerse a una grave enfermedad, pero presiente el final: “De aquí a tres meses el perfecto ingresará en el nirvana”. Al proseguir el camino, se da la vuelta para mirar por última vez a la querida ciudad de Vesali. En un bosquecillo ordena: “Prepárame un lecho entre dos árboles gemelos, con la cabecera para el norte. Estoy cansado Ananda”. Se acuesta. Caen flores sobre él y de lo alto llega música celestial. Pero le corresponden otros honores: “Los discípulos que cumplan la doctrina serán quienes tributen al perfecto los máximos honores”.

            A un discípulo que llora le dice: “No, Ananda; nada de lamentos. ¿Acaso no te lo dije antes, Ananda? Uno tiene que separarse de todo lo que es caro a su corazón. Lo nacido, devenido, formado, sujeto a finitud, ¿cómo no va a desaparecer?”

            Los discípulos entienden que con la muerte de Buda la doctrina perderá a su maestro. “No debéis pensar eso”, les dice él. “La doctrina y el orden que os he enseñado serán vuestro maestro cuando yo me haya ido”. “Sed vosotros mismos, Ananda, vuestra guía y vuestro refugio. Sea la verdad vuestra guía y vuestro refugio”.

            Sus últimas palabras fueron: “Toda forma compuesta está condenada a perecer; aspirad afanándoos sin descanso hasta conseguir vuestra salvación”. Después, ascendiendo uno tras otro los peldaños de la contemplación, ingresó en el nirvana.

 

  1. 3.      La relación entre el conocimiento, la meditación y la pureza de vida.

 

            Buda enseña la liberación por la comprensión, por el conocimiento. Pero conocimiento, aquí, no significa lo que nosotros normalmente entendemos por tal. Se trata de una sabiduría, de una iluminación, de una visión clarividente, que se alcanza con la transformación del ser y de la conciencia, gracias a la profunda meditación[3] Cuando Buda estaba sumido en esos estados de meditación, veía “con el ojo divino, clarividente, suprasensible”. “Esta doctrina -se dice del budismo- es profunda, difícil de percibir y de entender, plena de quietud, magnífica, inasequible a la mera reflexión, sutil, algo que sólo el sabio puede aprender”.

            Por eso, como sucede en todas las doctrinas tradicionales de sabiduría, para el budismo la verdad (tanto la del pensar filosófico como la alcanzada en la meditación) está íntimamente relacionada con la purificación moral de toda la vida, de toda la persona. No olvidemos que Buda no enseña un sistema de conocimientos, sino un camino de salvación[4].

            Es preciso, en principio, el esfuerzo de la voluntad y el empeño en alcanzar la virtud. Buda no dejaba de exhortar a sus discípulos para que se esforzasen al máximo[5]. Pero la meditación no es una simple técnica y la manipulación de los estados de conciencia no deja de ser peligrosa para quien no tenga el requisito previo: la pureza de vida. En este ethos o modo de vida budista resulta decisiva la vigilancia, la lucidez, la conciencia despierta. Esta “circunspección alerta”, que implica prudencia y gravedad, se prolonga en la meditación y adquiere por ella su máximo desarrollo. Esta lucidez penetra la corporalidad, aclarando lo inconsciente hasta en sus últimos recovecos. El principio que rige el ethos budista, no menos que la meditación y la especulación, es llevar la claridad hasta el fondo último[6].

            Por esto, un precepto básico budista era la sinceridad en la reflexión así como en todo lo que se hacía y decía. Otros preceptos eran practicar la continencia, no tomar bebidas embriagantes, no hurtar, no hacer daño a ningún ser viviente (ahimsa), y los cuatro modos de íntima postura: amor (afabilidad), compasión, participación en la alegría ajena e impasibilidad ante lo impuro y malo. Comenta K. Jaspers: “Estos cuatro ´inconmensurables´ se expanden en la meditación hasta lo infinito. Componen la atmósfera de esta existencia, hacha de una ilimitada bondad indulgente, mansedumbre, el hechizo que atrae a los animales y los amansa, compasión, el estar envuelto con simpatía a todo lo viviente, a los hombres, los animales y los dioses” (o.c., p. 145).

            En los textos budistas abundan los relatos de milagros y de hechos mágicos, asociados con este tipo de misticismo. Pero decía Buda: “El verdadero milagro lo obra quien conduce a otros a la creencia justa y a la purificación interior, realiza para sí mismo meditación, conocimiento y liberación. En cambio, esto de multiplicar la propia persona, volar por los aires y caminar sobre el agua, penetrar los pensamientos ajenos y cosas por el estilo, lo comparten los piadosos con los mistificadores”.

 

  1. 4.      Los fundamentos de la doctrina budista.

 

            En los textos transmitidos se presenta la doctrina de Buda como un conocimiento expresado de modo inteligible, en proposiciones y razonamientos; encontramos toda una serie de consideraciones donde se percibe el gusto por el concepto, las abstracciones, la enumeración y la combinación, tal como sucedía en la “filosofía” india anterior de la que Buda mismo se sirve. Pero en los textos también se dice con gran claridad que las verdades enseñadas son de “naturaleza suprahumana” y no derivadas del razonamiento (antes bien, inaccesibles a él) y la experiencia ordinarios, que no son una expresión personal de Buda[7]. La captación racional, por tanto, no es más que un reflejo de una intelección superior.

            Teniendo esto en cuenta, vamos a exponer un resumen de la enseñanza budista en estos cinco puntos:

 

            1º. La verdad del sufrimiento:

 

            “He aquí la verdad del sufrimiento: El nacimiento es sufrimiento. La vejez es sufrimiento. La enfermedad es sufrimiento. El estar unido a seres no queridos es sufrimiento; el estar separado de seres queridos es sufrimiento; el no obtener lo apetecido es sufrimiento.

            He aquí la verdad de la génesis del sufrimiento: Es el ansia que lleva a la reencarnación, con alegrías y apetencias; el ansia de goce sensual, el ansia de devenir, el ansia de perecer.

            He aquí la verdad de la supresión del sufrimiento: Es la supresión de esa ansia por el radical aniquilamiento de la apetencia; abandono, desprendimiento, desligación, exclusión.

            He aquí la verdad del camino de la supresión del sufrimiento: Es la noble vía de ocho tramos que se llama la creencia justa, la decisión justa, la palabra justa, la acción justa, la manera de vivir justa, la aspiración justa, la memoria justa, la meditación justa”.

            Esta comprensión no nace de la observación de hechos o realidades aisladas, sino de una visión global de la vida humana: el sufrimiento está presente en todas partes y el constatarlo, según Jaspers, no traduce ni significa un temple pesimista. Tal visión del sufrimiento se cumple serenamente, porque en el saber se opera la liberación.

            Ahora bien, la causa del sufrimiento es la ignorancia. Los seres humanos, como todo lo viviente, se mueven en la ceguera, engañados por aquello a que se entregan, que nunca es sino que está en un permanente ir y venir, que está siempre cambiando, que es absolutamente perecedero pues está sujeto a un incesante devenir[8]. La ignorancia, la ceguera, la sujeción a las ataduras de lo finito, el apego a las cosas, el apetecer vanidades, todo ello es el origen de esta existencia. La salvación, la liberación, el pleno saber consiste en suprimirlas y superarlas.

 

            . Este complejo -el origen de la existencia y su superación- es concebido en la forma de una cadena de muchos eslabones, que se expresa en la llamada “fórmula causal”:

 

            “El no-saber da lugar a las formas; las formas dan lugar a conciencia; la conciencia da lugar a nombre y a corporeidad; el nombre y la corporeidad dan lugar a las seis esferas sensoriales; las seis esferas sensoriales dan lugar a contacto; el contacto da lugar a sensación; la sensación da lugar a ansia; el ansia da lugar a aprehensión; la aprehensión da lugar a devenir; el devenir da lugar a nacimiento; el nacimiento da lugar a vejez y muerte, dolor y queja, sufrimiento, aflicción y desesperación”.

            Aunque nos parezca un tanto extraño, lo podemos interpretar. No se trata del proceso cósmico del devenir universal, sino tan sólo del ciclo doloroso de las reencarnaciones (samsara). La enfermedad y la muerte, fuente de desventura, presuponen el nacimiento y éste el devenir; así hasta llegar a la causa primera, la ignorancia. A la inversa, del no-saber se derivan las formas (sanskara), esto es, las inconscientes fuerzas conformadoras que construyen el edificio de la vida. Éstas nacen de la existencia precedente y, en la actual, por lo pronto, generan conciencia. Ésta lo percibe todo bajo nombre y figura, etc. La apetencia y aprehensión, en su proyección hacia lo por venir, son causa del devenir (como karma) y por ello de un nuevo nacimiento, vejez y muerte.

            El conocimiento iluminado es la liberación de la existencia condicionada y limitada. El suicidio no sería ninguna liberación, pues el suicida seguiría existiendo en sucesivas reencarnaciones. Hace notar Jaspers que no se pregunta aquí de dónde viene el originario no-saber que da lugar a toda la serie fatal. El interrogar búdico cesa aquí. A Buda le basta con haber alcanzado la certidumbre de la liberación[9].

 

            3º. El problema del yo.

 

            La pregunta ulterior que se hace es ésta: ¿Qué es este quién? ¿Qué es este sí mismo? ¿Quién soy yo? ¿Es que existe un yo? Las respuestas que da Buda son sorprendentes, pues parece negar la identidad personal.

            La existencia individual está compuesta de una serie de factores, que se dan en los eslabones de la cadena causal citada, y que se disuelven en el instante de la muerte. Por unidad y centro estos factores no tienen un sí mismo, sino el karma, que en la reencarnación determina una nueva unión transitoria. Pero esta formulación oculta el sentido, que con idéntica forma conceptual es enunciado de manera tajante en otros contextos. Allí Buda no niega el yo, sino que demuestra que el pensar en ningún caso penetra hasta el yo propiamente dicho. “La corporeidad no es el sí mismo... las sensaciones no son el sí mismo... las representaciones, las formas, las inconstantes fuerzas conformadoras no son el sí mismo... el conocimiento, la pura conciencia espiritual no es el sí mismo... (no existe ninguna inmutable unidad yoica). Lo sujeto a la mutación no es mío; no es yo, no es mi propio ser”.  Y comenta K. Jaspers: “Aquí, con todo, lo que no es en sí mismo es concebido aplicando el criterio de un sí mismo propiamente dicho. No se dice lo que éste es, pero se apunta en dirección a él. No es, en cuanto tal, pensado. Debe de coincidir con el nirvana[10].

            Si la doctrina deja sin decir qué es el yo, se plantea este interrogante: ¿a quién se depara la ventura de la liberación?, ¿quién es salvado?, ¿ningún yo, ningún sí mismo, ningún individuo?. Esta tensión subsiste en los textos budistas: no existe ningún yo, pero en mis vidas anteriores fui un ser particular. ¿Qué es lo que enlaza las sucesivas existencias? Tendría que ser un impersonal karma, que hace que la existencia de los seres vivientes se repita una y otra vez, o bien el recuerdo que conectaría dichas vidas.

            Parece, pues, que Buda no niega el alma, pero tampoco la afirma. Ni niega ni afirma. Yo entiendo que niega valor al yo transitorio, meramente individual, ilusorio. Pero no niega la realidad de un sí mismo, de un yo verdadero, aunque sea muy difícil si no imposible captar y expresar su esencia. Esta verdadera realidad esencial puede quedar liberada del ciclo de las transmigraciones, liberarse de la existencia finita, de los lazos de la manifestación, unirse a lo eterno.

 

            4º. El nirvana.

 

            Al conocimiento supremo se abre el nirvana[11]: la liberación definitiva y lo que en virtud de ella se alcanza[12]. Ahora bien, este estado es prácticamente inconcebible para la conciencia ordinaria y es enorme la dificultad de expresarlo. Cuando Buda habla del nirvana enuncia algo que para nuestro saber dirigido a objetos no es nada y, sin embargo, enuncia ahí lo fundamental.

            Escribe Ananda K. Coomaraswamy: “Nibbana [Nirvana] es uno de los muchos nombres dados a la meta y summum bonum [sumo bien] al cual convergen todos los otros propósitos del pensamiento budista. Lo que es Moksha [Liberación] para el Brahman, Tao para el místico chino, Fana [la extinción, la evanescencia; designa la desaparición de los límites individuales en el estado de la Unión con Dios] para el sufí, la Vida Eterna para los que siguen a Jesús, eso es Nibbana para el budista. Ganarlo, más allá del alcance del Mal, es el único pensamiento que mueve al aspirante budista a entrar en los Senderos”. Para comprender el budismo hay que entender el Nirvana, pero “no tratar de interpretarlo metafísicamente -pues la especulación es una de las Manchas Mortales-”, como ya ha se ha apuntado antes y se repite en el punto siguiente[13].

            Si nada existe por debajo de la apariencia de devenir y yoidad, no existe ningún fondo, ni más allá ninguno, a donde evadirse. Existe, sí, la posibilidad de superar totalmente el devenir y la yoidad ingresando en aquello donde juntamente con la apariencia cesa también el pensar que llevamos a cabo en nuestra existencia. Hay que tener en cuenta estas paradojas, incomprensibles para el pensar lógico, si se quiere percibir el sentido de los enunciados acerca del nirvana. Veamos algunos ejemplos:

            “Existe un lugar donde no hay tierra, ni agua, ni luz, ni aire, ni infinidad de espacio, ni infinitud de razón, ni nada, ni supresión de la representación ni supresión de la no-representación... No está fundado sobre nada, no hay en él ni movimiento ni detención. He aquí el fin del sufrimiento.

            Existe un lugar. No le llamo ni ir ni venir, ni estar ahí, ni aspirar, ni nacer. Carece de fundamento, de asidero. He aquí el fin del sufrimiento... No hay un tambalearse para lo no asiduo. Donde no hay un tambalearse, hay quietud. Donde hay quietud, no hay goce. Donde no hay goce, no hay ir y venir... no hay muerte ni nacimiento... no hay ningún acá, ningún allá, nada intermedio. He aquí el fin del sufrimiento”.

            En el Milinda Pañha se compara el nirvana con “una gloriosa ciudad, inmaculada e incorrupta, pura y blanca, sempiterna e inmortal, calma y feliz”. Pero no olvidemos que es sólo un símbolo, una comparación: “No hay punto alguno, oh rey, hacia el Este, el Sur, el Oeste o el Norte, por encima, por debajo o más allá donde podamos situar el nirvana, y sin embargo el nirvana existe; y aquel que ordena correctamente su vida cimentándola sobre la virtud y con atención racional puede ganarlo, aunque viva en Grecia, China, Alejandría o en Kosala”. Entra en esa ciudad quien “emancipa su mente en el estado de Arahatta”.

            Del nirvana se dice que es ausencia de dualidad: no es ni ser ni no-ser (como en los Upanishads[14]); es incognoscible en el mundo por los medios del mundo, por lo que no es objeto de investigación, pero envuelve una certeza última, íntima: “Existe algo no nacido, no devenido, no creado, no conformado. De no existir esto, no cabría idear salida alguna” (encontramos aquí analogías con el pensamiento de Parménides, en los inicios de la filosofía griega). Pero hablar de esa eternidad es errar mediante ese mismo hablar.

            Aquí está, pues, el límite ante el que se detiene el interrogar. Por eso, a quien no ha alcanzado el nirvana le corresponde callar y conformarse. “Ninguna medida alcanza a medir al que ha ingresado en la quietud. No hay palabras para hablar de él. Se ha desvanecido cuanto es accesible al pensar; así pues, también se ha desvanecido toda senda del hablar”.

 

            5º. Nada de metafísica, sino camino de liberación.

 

            Todos los pensamientos anteriormente considerados están enderezados a la salvación, a la liberación. Buda, ya lo hemos dicho, no enseña un saber, sino que predica el camino de la salvación[15]. Buda desprecia todo saber no necesario para la salvación (y pienso que algo semejante podría decirse de Jesucristo) y llega a considerar mala toda esa teorización o especulación metafísica, por constituir una nueva atadura, un obstáculo para la propia liberación. Cuestiones que dejó de lado son, por ejemplo: “El mundo es eterno”, “el mundo es finito”, “el perfecto, después de muerto, es”; y lo mismo puede decirse de las afirmaciones contrarias a las citadas.

            “Lo no explicado por mí -decía Buda- dejadlo sin explicar”. El comentario de Jaspers me parece nuevamente revelador:

            “El hecho de que no comunique esa cosas, dice Buda, no quiere decir que no las sepa. El poder del silencio, que desempeñó un papel importante en la vida de Buda, tiene aquí, en la comunicación de su pensar, un efecto de portentosas proyecciones. Al dejar intactas todas las cuestiones últimas las deja abiertas. El no hablar de ellas no las desvanece, sino que las conserva ahí como un ingente telón de fondo. Se considera posible encontrar en el mundo el camino donde el mundo desaparece y se enuncia el saber ligado con ese camino. El saber acerca del ser en totalidad, en cambio, se lo veda con sobria moderación” (o.c., p. 153).

 

 

  1. 5.      La cuestión de la novedad y la influencia histórica del budismo.

 

            Los especialistas han discutido hasta qué punto el budismo representa una novedad mayor o menor en la tradición del pensamiento de la India antigua. Desde luego, hay diferencias con respecto al hinduismo anterior, pero parece que debemos aceptar una convergencia en las cuestiones esenciales.

            La poderosa personalidad de Buda parece fuera de toda duda. Abundan los relatos que hacen referencia al poder de su palabra y cómo los oyentes experimentaban súbitamente como si se les cayese una venda de los ojos. Su poderosa voluntad, el perfecto dominio de sí mismo y esa cualidad excepcional de ir más allá de sí mismo, de su propia individualidad, de “despersonalizarse” diríamos, le convierten en alguien especial. El Sakyamuni, como se le llama (el Taciturno del linaje de los Sakyas) nos queda hoy lejano, oculto, casi convertido en un tipo o arquetipo, carente de rasgos individuales destacables. “Sin casa ni hogar, hecho espíritu extramundano, camino intocable para los seres humanos”. “¡Cómo vais a descubrirlo a Buda: a él, que atraviesa la infinitud; a él, que no deja huella!”. Son textos atribuidos a él, como este otro: “Doblegar el orgullo de la altiva yoidad es, en verdad, suprema dicha”.

            Pero además Buda dejó de lado parte de la tradición y de su autoridad, sobre todo en lo referente al régimen de castas y al supremo poder de los dioses. No los combatió, admitiéndolos como realidades en la marcha del mundo, pero los relegó a un plano no esencial. También rechazaba, o no consideraba relevantes para la liberación, las ofrendas, los ritos y sacrificios, la oración y las prácticas mágicas. Buda quiso dirigirse a todos. Aparece, dice Jaspers, por primera vez en la historia, la idea de una humanidad y una religión universales.

           

            En cuanto a la influencia histórica, hay que decir que ha sido considerable: En Asia este nuevo modo de vida se incorporó a las culturas de China y Japón y suavizó a los pueblos del Tíbet, Siberia y Mongolia. Es curioso, sin embargo, que en la India, su cuna, el budismo se extinguiese. La difusión del budismo a gran escala fue promovida por un poderoso soberano: Asoka, unos dos siglos después de Buda.

            Aproximadamente a comienzos de nuestra era, el budismo se escindió en la rama del Norte, el Mahayana (el gran vehículo para cruzar por las aguas del samsara a la tierra de salvación), y la del Sur, el Hinayana (el pequeño vehículo). El hinayana, que subsiste en Ceilán e Indochina, parece más prístino y puro, pero también tal vez más limitado, haciendo hincapié en el perfeccionamiento del individuo como arhat,  mientras que el mahayana experimentó mayor transformación, convirtiéndose en religión para millones de personas y produciendo el florecimiento de elevadas filosofías especulativas (Nagaryuna y otros). El Mahayana está muy abierto a lo nuevo y hace referencia a la redención de todos los seres, animales, dioses y hombres. Así, el bodhisattva, movido por la compasión, elige volver a este mundo para contribuir a la liberación de todos los seres.

            Mas en la medida en que el budismo se ha transformado, convirtiéndose en religión, la figura de Buda se ha magnificado y divinizado. Se le piden favores y él otorga su gracia, menguando para muchos la confianza en la propia fuerza o el papel del ascetismo, y se abre la vía de la devoción. Nos podemos preguntar hasta qué punto esta transformación es, no ya legítima, sino acorde con la tradición primitiva. Buda quiso anteponer la doctrina a la persona del maestro, pero la historia se convirtió en leyenda: Situado por encima de los dioses, él mismo encarnación de un ser divino (como se le consideró ya en el siglo III a. C., de manera análoga al papel de los avatares[16]en el culto de Vishnu), sus reliquias dan lugar a templos, o se piensa que a cada buda terreno correspondería otro en el mundo trascendente[17].

            Piensa Karl Jaspers que “el proceso de transformación que hizo del budismo una religión universal asiática determinó la asimilación de los antiguos motivos de las tradiciones religiosas tanto de las grandes culturas como de los pueblos primitivos; asimilación posibilitada por el sentido que Buda daba al mundo”[18] Por esto el budismo se caracterizaba por una ilimitada capacidad para asimilar todas las religiones, filosofías y formas de vida con que entraba en contacto. “Las consideraba como un trampolín, un punto de partida para ponerse en marcha hacia una única meta, que para nuestro pensar occidental se desvanece en la vaguedad de lo ilimitado y lo infinito” (o.c., p. 161).

 



[1]Esta es la opinión de Karl Jaspers, en su personal y original historia de la filosofía: Los grandes filósofos, tomo 1º: Los hombres decisivos: Sócrates, Buda, Confucio, Jesús. Ed. Tecnos, Madrid, 1993. De ahí extraemos la siguiente cita: “Para alcanzar una imagen fundamentada de Buda es preciso sentirse tocado por el meollo sensible de cuanto en los textos puede serle atribuido, no con absoluta certeza, pero sí de un modo fundadamente convincente. Sólo esta vivencia capacita para ver. Es tan evidente para unos, como imposible de demostrar a quienes se empeñan en negarlo, que nos habla desde allí el reflejo de una realidad personal, única; que donde hay reflejo debe de haber existido una efectiva irradiación. Aun en la maravillosa imagen mítica del Buda suprasensible integrado en el acontecer cósmico hay acaso un fondo de desenvolvimientos y simbolizaciones de una prístina realidad humana” (o.c., p. 137).

[2]Karl Jaspers, o.c., pp. 138-139.

[3]Para explicar qué es este conocimiento se recurre a una comparación: “Sucede como en un lago serrano de agua transparente, cristalina, absolutamente pura. Quien se asoma a la orilla, si no es ciego, ve en el fondo madreperlas y otras conchas, guijarros y el enjambre de los peces”. Análogamente, el que conoce ve el mundo hasta su fondo último y sus fenómenos más particulares. Así, “el monje cuyo espíritu se haya vuelto claro, libre de las tinieblas de lo individual, receptivo e inconmovible, dirige allá su mirada”. Trascendiendo la visión finita de la existencia, se eleva a la visión superior de la misma.

[4]”Este camino de salvación se llama la noble vía de ocho tramos: el creer justo, la decisión justa, la palabra justa, la acción justa, la manera de vivir justa, la aspiración justa, la memoria justa y la meditación justa. En un pasaje diferente esta vía aparece más clara y, en forma ampliada: Etapa preliminar y condición previa es la creencia justa, el saber aún oscuro del sufrimiento y de la forma de suprimirlo. Sólo al final de la vía esta creencia se torna conocimiento, es decir, lúcida comprensión de la génesis del sufrimiento y la posibilidad de suprimirlo dentro de la conexión del ser todo. Sobre el suelo firme de esta creencia, la vía presenta cuatro etapas: el comportamiento justo en el pensar, el hablar y el obrar (el ethos, sita); la contemplación justa mediante la ascensión a través de los grados de meditación (samadhi); el conocimiento (panna); la liberación (wimutti). La liberación se alcanza por el conocimiento y el conocimiento por la meditación, y la meditación es posible gracias a una vida justa” (Karl Jaspers, o.c., p. 143).

[5]Uno debe movilizar todas sus fuerzas. La meta no es alcanzada por todos. Sin embargo, y esto merece siempre ser destacado, es verdad que suceden casos excepcionales de iluminación espontánea (particularmente bajo la viva impresión de la predicación del propio Buda), sin mediar un esfuerzo de la voluntad. En tales casos, la meta se alcanza de golpe, si bien luego puede llegar, progresivamente, la clarificación intelectual de lo sucedido o su expresión en la medida de lo posible. Esta vía de gracia es destacada en toda auténtica tradición espiritual, aunque haya al respecto matices y diferencias. En definitiva, se trata del tema, precioso y fundamental, de las relaciones entre el esfuerzo personal y la gracia que viene de lo alto. El cristianismo, por ejemplo, con una finura espiritual extraordinaria pone el acento en la gracia, en la fe y en el abandono (en la actitud de verdad amorosa), sin despreciar el valor del esfuerzo humano, claro. Esto tiene un fundamento evangélico y los místicos lo han vivido y transmitido con nitidez. No podemos aquí entrar en él, pero al menos lo destacamos.

[6]Aunque sea muy brevemente, no quiero dejar de indicar qué distinto es este principio sapiencial de los fundamentos del psicoanálisis freudiano que, ciertamente, tiene mucho de profano y poco de sapiencial. Otra cosa distinta podemos decir del principal discípulo de Freud, C. G. Jung, cuya psicología analítica ha sido confrontada con el budismo y ha propiciado estudios sobre el budismo (cf., p.e., el libro Budismo y psicología junguiana de J.M. Spiegelman y M Miyuki, ed. Índigo, Barcelona, 1988).

[7]Ver, por ejemplo, Majjhima Nikaya, I, 68 y sig. También, Dhiga Nikaya, I, 22. En el Milinda Panho, 217 y sig., se dice que es “una antigua Vía, que se había perdido, la que el Buda ha abierto de nuevo.

[8]La concepción budista de la existencia como devenir constituye un punto importante de la doctrina. ¿Qué se nos presenta como real? La corriente del devenir, que nunca es ser. Lo existente es engaño, ignorancia y desventura a un tiempo. El devenir es la cadena de las existencias momentáneas del budismo de épocas posteriores. Tiene “ser” como mera momentaneidad del no-ser de todo cuanto aparenta ser. Nada perdura, nada permanece inmutable, todo está sujeto a constante mutación. Sería interesante comparar esta concepción con la de Heráclito.

   Pero en el budismo parece que no hay nada que subyazca a la corriente del devenir, así como nada subyace a la apariencia de yoidad. De todos modos, esta no es la última palabra, pues uno y otra (devenir y yo ilusorio) pueden suprimirse, superándose en algo muy distinto donde no rigen ya las formas del pensar que corresponden a ese engañoso devenir y yoidad; donde no rige ni ser ni no-ser. Esto se revela al conocimiento iluminado y se alcanza en el nirvana.

[9]Para el pensar representativo y conceptual que va remontando la serie de causas, el no-saber o ignorancia parece concebirse como un acontecimiento que puso en movimiento toda la cadena. Hay aquí un problema interesante, pues no se habla de una culpa o caída originaria (algo así como una caída original en la ignorancia desde una anterior perfección, como en el cristianismo o el platonismo).

[10]”En comunicaciones desde los grados de meditación se enseñaban tres grados de sí mismo: el sí mismo como cuerpo físico; el sí mismo como cuerpo espiritual, que en la profunda meditación es extraído del cuerpo físico ´cual tallo del tronco´ y pertenece al reino de las formas suprasensibles; y el sí mismo ´no plasmado, consistente en conciencia´, que es parte de la infinitud del éter cósmico. Aquí se echa de ver que cada sí mismo corresponde a un grado de meditación. Vale para éste, pero en sí mismo no es. No se da propiamente ningún sí mismo. En la existencia sensible es el cuerpo el yo. En el primer grado de meditación cobra realidad el yo espiritual, incorpóreo, de constitución etérea, en tanto que aquel otro desaparece en la insubstancialidad. Este yo espiritual se desvanece, a su vez, en las esferas superiores. Tampoco en la meditación aparece negado el yo, sino puesto en evidencia en su relatividad y, por ende, en grados diferenciados entre sí. El yo propiamente dicho no es alcanzado, salvo en el grado más alto, que coincide con el nirvana” (K. Jaspers, o.c., p. 149).

[11]El significado literal de la palabra sánscrita nirvana (en lengua pali nibbana) es “apagado” o “extinción”, como la de un fuego. Para comprender tal significado hay que recordar el símil de la llama, tan empleado en el pensamiento budista: “Todo el mundo está en llamas”, dice Gotama, y el fuego al que se refiere es el del resentimiento, la lujuria, el odio, el dolor, etc. Son posibles otras etimologías, mas la costumbre budista acentúa el estricto significado de “desaparición”. Hay que indicar que la palabra ya existía en el pensamiento anterior a Buda y es una de esas palabras que éste usa en un sentido especial. Así, en los Upanishads no significa la muerte de nada, sino más bien un perfecto autoconocimiento: para aquellos en quienes la oscuridad de la ignorancia ha sido dispersada por el perfecto conocimiento “se abre ante ellos, como la meta más alta, el eterno, perfecto Nirvanam” (Chandogya Upanishad, 8, 15, I). Un último detalle: De aquel que ha llegado, como dice A. K. Coomaraswamy, podemos decir, en verdad, que no queda en él nada de sí mismo. Se ha emancipado de la vanidad de la referencia a sí mismo. Podríamos decir, en sentido cristiano, que ha muerto a sí mismo, que se ha despojado del hombre exterior, del hombre viejo. El Maestro Eckhart escribió: “En tu opinión, ¿qué es lo que te ha permitido alcanzar la verdad eterna? Es el haber abandonado mi ser allí donde me encontrara” (Ed. Pfeiffer, p. 467); y también: “Los hombres no liberados tienen horror a lo que constituye la alegría profunda de los hombres liberados. Nadie que no haya muerto completamente a sí mismo es rico en Dios” (id., p. 600).

[12]Nirvana no es el único término budista utilizado para referirse a la salvación o la liberación, aunque sea el más familiar a los occidentales. Hay otros muchos, si bien el más amplio parece Vimokha o Vimutti. Los que la han alcanzado se llaman Arahats (adeptos) y el estado de adepto se llama Arahatta. Otros términos y definiciones incluyen el “fin del sufrimiento”, el “remedio para todo mal”, “agua viviente”, lo “imperecedero”, lo “permanente”, lo “inefable”, el “desapego”, la “seguridad sin fin”.

[13]Ver A.K. Coomaraswamy: Buddha y el Evangelio del Budismo, Paidós, Buenos Aires, 1969, p. 83. Hay edición más reciente del mismo libro en la misma editorial (en la colección Paidós Orientalia).

[14]Los Upanishads son textos fundamentales en la metafísica hindú, en parte anteriores a Buda. Forman parte de la revelación (sruti), pues son libros del Veda posterior, donde se encuentran los principales escritos del Vedanta. Su influencia en la filosofía posterior de la India es considerable.

[15]Esa terminología del camino de salvación está tomada de la medicina india: comprobación del mal, síntomas y causas, posibilidad de cura, indicación del camino de la curación. Esta comparación, como lo indica Jaspers, se ha hecho con frecuencia en la filosofía: Platón, el Estoicismo, Spinoza...

[16]Manifestaciones humanas de la divinidad. Un precioso libro estudia y compara las creencias hindúes y cristianas al respecto: Avatar y encarnación, de Geoffrey Parrinder, Paidós, Barcelona, 1993

[17]Así, el Buda Gautama es Amidha-Buddha o Amithaba, soberano del Paraíso del Poniente, el País denominado Sukhavati, donde los fieles son acogidos por él después de muertos. Allí, renacidos en cálices de flores de loto, gozan de vida bienaventurada hasta tanto hayan madurado para el tránsito definitivo al nirvana.

[18]Un ejemplo impresionante, dice Jaspers, de estas transformaciones es el Tíbet. “Allí las antiguas  prácticas mágicas se convirtieron en procedimientos del propio budismo y la comunidad de monjes, en Iglesia organizada dueña del poder temporal” (o.c., p. 161).

Sobre la fe y la simplicidad. La oración del corazón en el Budismo de la Tierra Pura.

 

    El capítulo 18 del admirable libro de Jean Eracle: La doctrina búdica de la tierra pura trata del budismo de la fe. Nos habla el autor de recobrar nuestra simplicidad e inocencia originales mediante la pura fe que se concreta o manifiesta en la invocación del nombre sagrado.

 

    “... La fe no es el resultado de un esfuerzo personal, sino que es el voto original de la gran compasión lo que la suscita.

 

    La fe es despojada de toda noción, de toda sutileza.

 

    Representa el estado del corazón que escapa de todas las ataduras y, en consecuencia, de la influencia del karma. En este sentido es ya el plano del nirvana misteriosamente manifestado en el corazón del hombre.

 

    La práctica de las virtudes y de las buenas acciones, la profundización en los estudios, las meditaciones con o sin formas, todo ello pertenece al mundo del karma. Su efecto sólo puede ser una feliz disposición, no la liberación. La liberación está más allá de todo. El nirvana no es el fruto de práctica alguna, la consecuencia de ningún estudio, el resultado de ningún ejercicio mental. Sobrepasa a toda causalidad, a todo karma.

 

    Si en el corazón se realiza un estado libre todo karma, bueno o malo, el Nirvana se manifiesta en él, y ahí se transparenta la «cualidad de Tathâgata».

 

    Los maestros que la Tierra Pura piensan, fundándose en la enseñanza de los «Tres Sutra», que ese estado libre de todo karma, la «Cualidad de Tathâgata», es la fe. Al pronunciarse así, no reforman la enseñanza del primer Buddha.

 

    No hacen sino tomar al pie de la letra algunas sentencias que él pronunció y que se encuentran consignadas en los más antiguos textos:

 

    «Por la fe y seréis libres y pasaréis más allá del reino de la muerte... la fe es el mejor de los tesoros para el hombre. Por la fe, la corriente es atravesada» (Sutta-nipâta, 1146, 182, 184).

 

    «Aquel cuya fe en el Tathâgata es estable, enraizada, instalada, firme, una fe que no puede ser quebrantada ni por un recluso, ni por un brahmán, ni por un dios, ni por Mâra, ni por Brahma, ni por quienquiera que pueda ser en el mundo, ese puede decir: "Soy el propio hijo del Bienaventurado, nacido de su boca, nacido de la Ley, formado por la Ley, heredero de la Ley"» (Diga-nikâya, III, 84)”.

 

    A continuación el autor cita una carta del fundador de la Escuela Ji, Ippen Shônin (1229-1289). Este es el texto:

 

    “Me interrogáis sobre la actitud mental que debéis tener hacia el Nembutsu. Todo lo que se le exige al fiel del Nembutsu es que diga: “Namu Amida Butsu[1], y no existe otra instrucción que os pueda dar. Diciendo “Namu Amida Butsu” encontraréis vuestra paz espiritual.

 

    Todas las enseñanzas que los eruditos y los sabios han dejado, son otras tantas indicaciones destinadas a preservarnos de todo tipo de errores hacia los que tendemos; no son, en suma, más que paliativos. Para el fiel del Nembutsu ello no es verdaderamente necesario. Decir el Nembutsu en toda circunstancia: eso basta.

 

    Kûya Shônin († 972), un día que se preguntaban: «¿cómo hay que decir el Nembutsu?», simplemente respondió: «¡Abandonad!» Ya no hubo más palabras. Esta respuesta se haya consignada en la colección poética de Saigya y, a mi juicio, es verdaderamente una palabra de oro.

 

    «¡Abandonad!»: es todo lo exigido del fiel del Nembutsu.

 

    Que abandone saber, sabiduría y también ignorancia; que abandone toda noción de bien y mal, de rico y pobre, de noble y vil, de infierno y paraíso, y todo tipo de Satori y cultivado y enseñado por las diversas escuelas del Budismo. Rechazando todas estas nociones y deseos, causas de confusión, entregaos por completo a decir: «Namu Amida Butsu!»”.

 

    El poder de lo Otro, el Otro poder, el poder trascendente… no pretendemos negar la importancia del esfuerzo personal, de la disciplina, por otra parte claramente reafirmados también en el budismo. Sin embargo, el camino de infancia, la simplicidad el corazón, nos parece estar mucho más cerca de ese vacío original que probablemente tenga que ver con lo que San Juan de la Cruz llama insistentemente la nada, la desposesión, el desapego.

 

    “El que invocare el nombre del Señor se salvará”, recuerda San Pablo. Oración que es como la respiración, y en la que no creo que sea lo esencial, ni mucho menos, la cantidad o la innumerable repetición. La pureza consiste en querer una sola cosa, como escribió Kierkegaard, porque sólo una cosa es en definitiva necesaria.

 

    Este es el descanso y el sosiego de la fe, la esencial, la que es vivida y fruto de una auténtica experiencia, porque verdaderamente “cuando el amante está junto al amado, allí se descansa” (Leonardo da Vinci).



[1] Que se pronuncia: Namu Amidá’n Bu.

Dos poemas de Tagore

Dos poemas de Tagore

La poesía, lo escribió Yevgeni Yevtushenko, es una especial sensibilidad y finura en la percepción de la vida. Yo no creo que pueda haber verdad sin belleza ni sabiduría sin poesía, sin palabra creadora, sin esenciales silencios. La música y el ritmo, la cadencia, la magia… Memoria del tiempo e inmemorial memoria.

Esa música que brota de las entrañas, de las cavernas del sentido, de los fuegos del alma o de la brisa del espíritu… Verbo que encanta, que confunde a la muerte aún sin temerla, palabra y testimonio de lo que somos, amamos y esperamos. Voz de los que no tienen voz.

Palabra, pasividad creadora; milagro. Vida.

 

Hoy evoco dos poemas, leídos ha mucho tiempo, de un escritor muy querido: Rabindranath Tagore.

Uno alude al Dios interior, cercano, al Dios de la experiencia, vivido y presentido.

Otro, a lo que significa un hijo para un padre. Un hijo pequeño, al que hemos acunado y dormido, al que hemos besado, con el que hemos jugado… Un niño, en fin, del que nos ha alimentado su risa, su mirada, su inocencia, su gracia, su ternura…

También lo dijo Tagore: siempre que nace un niño es como si Dios o la Vida volviera a confiar en el ser humano.

 

Aquí van y que el amable lector los disfrute.

 

“Fue tu voluntad hacerme infinito.

Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez,

y lo vuelves a llenar con nueva vida.

 

Tú has llevado por valles y colinas

esta flautilla de caña,

y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.

 

Al contacto inmortal de tus manos,

mi corazón se dilata sin fin en la alegría,

y da vida a la expresión inefable.

 

Tu dádiva infinita sólo puedo cogerla

con estas pobres manitas mías.

Y pasan los siglos, y tú sigues derramando,

y siempre hay en ellas sitio que llenar”.

 

 

 

“Hijo mío, cuando te traigo juguetes de colores,

comprendo por qué hay tantos matices

en las nubes y en el agua,

y por qué están pintadas las flores tan variadamente...,

cuando te doy los juguetes de colores, hijo mío.

 

Cuando te canto para que tú bailes,

adivino por qué hay música en las hojas,

y por qué entran los coros de voces de las olas

hasta el corazón absorto de la tierra...,

cuando te canto para que tú bailes.

 

Cuando colmo de dulces tus ávidas manos,

entiendo por qué hay mieles en el cáliz de la flor,

y por qué los frutos se cargan,

secretamente, de ricos jugos...,

cuando colmo de dulces tus ávidas manitas.

 

Cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír,

sé bien cuál es la alegría

que mana del cielo en la luz del amanecer,

y el deleite que traen a mi cuerpo las brisas del verano...,

cuando beso tu cara, amor mío, para hacerte sonreír”.

 

(De Ofrenda lírica, números 1 y 62. Traducción de Juan Ramón Jiménez

y Zenobia Camprubí).

Año jubilar 2010 en Caravaca de la Cruz (Murcia. España)

Año jubilar 2010 en Caravaca de la Cruz (Murcia. España)

Caravaca de la Cruz es un pueblo singular en el noroeste de la provincia de Murcia. Invito a los amables lectores de este humilde blog a que lo visiten y conozcan (al pueblo, no al blog), pues, estoy bien seguro de ello, no les defraudará. Es también, obviamente, el pueblo que amamos los caravaqueños, nativos o de adopción. Su paisaje, su aire y su aura, su luz, sus montañas, las entrañables callejas, los monumentos que dan fe de su historia… Gente recia y a la vez acogedora. Villa o ciudad santa desde hace unos pocos años también (si es que esto así puede decirse, pues ya conocen ustedes que el tiempo es bastante relativo y además, lo santo es santo desde tiempo inmemorial).

 

Yo tuve la inmensa fortuna de nacer en ella un día de mucho frío y nieve, sin luz eléctrica y además prematuro, en la festividad de S. Alberto el Magno, patrono de los químicos y los alquímicos. Y la fortuna de vivir allí, ininterrumpidamente, los primeros 16 años de mi existencia. Todavía me emociona, claro que sí, recorrer sus calles y entrever los rostros disimulados en la memoria o diáfanos en la conciencia, con la grata sorpresa de toparme con un viejo amigo, o persona conocida, largo tiempo no frecuentados. Más tarde, también he vivido largas temporadas e incluso tuve el privilegio de ser profesor en su Instituto de bachillerato durante el curso académico 1986-1987: privilegio de unos alumnos extraordinarios y extraordinariamente generosos. Desde aquí les envió mi recuerdo y mi reconocimiento, ambos indelebles.

 

Y Caravaca de la Cruz celebra este año 2010 su año santo, su año jubilar (concedido cada siete años). Ocasión de peregrinaje, de andadura, de acogida e intercambio, de gozo y jubileo, pues que la vida es un viaje y, como dice mi querido filósofo zapatero Jacob Böhme, en la superación está la alegría (In Ueberwindung ist Freude, cf. Mysterium Magnum, XVI, 9).

 

La Santa Cruz de Caravaca, la Cruz de Cristo, ancla su origen en una hermosa leyenda, que hemos escuchado desde niños y hemos repetido después prácticamente todos los habitantes del pueblo; leyenda que cifraría su aparición en 1230 o 1231, siendo entonces rey moro en la zona el luego converso Ceyt-Abu-Ceyt. Cruz de Caravaca, milagrosa y afamada por doquier según contaban nuestros abuelos, que, tristemente, fue robada un martes de carnaval, aprovechando el bullicio de esa noche enmascarada: el nefasto día del 13 de Febrero de 1934. También es posible que el robo se produjera en la madrugada del miércoles de ceniza, el día 14. Los simbolismos y la numerología no escapan al observador despierto. Y hasta hoy nada hemos en verdad sabido acerca de su paradero.

 

Actualmente se venera la reliquia que contiene unos fragmentos del lignum crucis, procedentes de Roma y de Jerusalén.

 

Hay quien afirma no creer en Dios y sin embargo creer en los mitos y en los símbolos. Los mitos también tienen su lógica, su razón de ser. Por otra parte, afirmaba María Zambrano que Dios es el más racional de los conceptos. Tampoco le faltaba razón, a ella que, desde luego, bien sabía del Deus absconditus, de lo escondido de Dios. René Guénon escribió un bello libro sobre el simbolismo de la cruz (simbolismo universal, católico, en griego) donde revela conocimientos procedentes también del esoterismo islámico. El sentido de la cruz lo conocen los sufíes. Para las almas grandes no se oponen la luna, la cruz, el loto…, pues uno sabe ver el sentido hondo de las creencias y también de las ideas.

 

Testimonio de lo permanente, antes que noticia de sucesos pasados, valga decir sobre el significado del mito lo que afirma Salustio -el mismo que decía que el mundo es un objeto simbólico- a propósito de los mitos de Atis: “esto no ocurrió nunca, pero es siempre” (Sobre los dioses, 4).

 

Ocurre en el alma y ya es bastante. Sucede en la persona (triunidad, si se me permite decirlo, de cuerpo, psique y espíritu), que experimenta y vive la transformación.

 

Esa que le deseo a todo aquél que emprenda el camino. Aquél en quien lo interior y lo exterior confluyen; donde cuerpo y alma no se enfrentan; donde la ley y la norma ceden ante la pasmosa y sorprendente novedad y libertad del espíritu. Por eso, el entusiasmo, la gracia y el sano delirio, la sobria ebriedad. Muchos no la conocen. No hace falta hablar de ella, de esa liberación, a quienes la gustan. Haber saboreado (sabiduría) alguna vez su aroma es algo inolvidable, que imprime su carácter (ethos), su signatura, su señal. Señal de bendición con la que hoy me despido.

 

Amigos de Caravaca y amigos que aún no la conocen: ¡emprendan ese viaje y disfruten –Itaca rediviva en el poema- de sus muchas peripecias, sorpresas y aventuras! Volveremos más sabios.

 

El Maestro de Te y el bandido

      El señor de Tosa fue a Yedo, la capital, para una visita oficial a Shogun. Y no pudo dejar de traer consigo su Maestro de Cha no yu, del que se sentía muy, orgulloso. El Cha no yu, la Ceremonia del Té, es un arte japonés fuertemente influenciado por el Zen. Cada gesto debe ser ejecutado con gran concentración. Se trata de gustar, gracias a un delicado ritual, el misterio del aquí y ahora.

 

   Para ser admitido en Palacio, el Maestro de Té debió revestirse con las ropas de los Samurai y llevar, asimismo, su marca distintiva, es decir, dos sables. Desde su llegada a Yedo, el especialista de Cha no yu no salió de Palacio. Varias veces por día ejercía su Arte en los aposentos de su señor, con gran contento de los invitados. Ofició incluso en presencia de Shogun. Hasta que cierto día, el señor le dio permiso para dar una vuelta por la ciudad. Aprovechando esta oportunidad de visitar la capital, el Maestro de Té, siempre vestido de samurai, se aventuró por las calles de Yedo... Cuando atravesaba un puente, fue repentinamente empujado por uno de esos guerreros vagabundos que son o bien esforzados caballeros o bien redomados bribones. Éste tenía el aspecto de ser uno de la peor especie. Le dijo fríamente: “Así que sois un samurai de Tosa. No admito ser empujado de esta manera y desearía que arregláramos esta pequeña diferencia sable en mano”.

 

   Desamparado, el Maestro de Té acabó por confesar la verdad: “No soy un auténtico samurai, a pesar de mi aspecto. No soy más que un humilde especialista de Cha no Yu que no conoce absolutamente nada sobre el manejo del sable”.

 

   El bandido no quiso creer su historia. Además de que su verdadero objetivo era, en efecto, sacar algún dinero de esta víctima de la que había presentido una naturaleza poco valerosa. Permaneció inflexible y alzó el tono para impresionar a su interlocutor. Un grupo de gente no tardó en rodear a los dos hombres. Aprovechando la ocasión, el bandido amenazó con declarar públicamente que un samurai de Tosa era cobarde, que tenía miedo de luchar.

   Comprendiendo que era imposible hacer entrar en razón al bandido y temiendo que su conducta pudiera mancillar el honor de su señor, el Maestro de Té se resignó a morir. Aceptó el inicio de un combate. Pero, no queriendo dejarse matar pasivamente, para que no se dijera que los samuráis de Tosa no saben combatir, tuvo una idea: recordando que había pasado hacia poco delante de una escuela de esgrima, pensó que podría aprender allí por lo menos como mantener el sable y afrontar honrosamente una muerte inevitable. Explicó pues al bandido: “Estando en misión dedicada a mi señor, debo primero ocuparme de mi obligación. Esto puede llevarme todavía unas buenas dos horas. ¿Tendría la paciencia de esperarme aquí?”.

 

   Respetando caballerosamente las reglas del Bushido o imaginando que su víctima necesitaba ese tiempo para reunir una suma disuasiva, el bandido convino en el plazo.

 

   Nuestro especialista de Cha no yu se precipitó hacia la escuela en la que se había fijado anteriormente y pidió ver al Maestro de sable con toda urgencia. El portero estaba poco dispuesto a dejar entrar a este extraño visitante que no parecía estar en su sano juicio y, sobre todo, que no poseía carta de recomendación. Pero, conmovido por la expresión atormentada del pobre hombre, decidió finalmente introducirlo junto al Maestro. Este escuchó con mucho interés a su visitante narrar su desventura y su deseo de morir como un samurai.

   -“¡He aquí un caso sorprendente, algo único!” -manifestó el Maestro de sable.

 

   -“No es ahora el momento de tomar la cosa así” -replicó el visitante.

 

   -“Oh, hay razón para sorprenderse, os lo aseguro. Sois realmente una excepción. Habitualmente, los alumnos que vienen a verme quieren aprender cómo manejar un sable y cómo vencer. Vos, vos queréis que se os enseñe el Arte de morir... Pero, antes que nada, ¿podréis servirme una taza de Té, ya que sois Maestro en este Arte incomparable?”

 

   El visitante no se hizo rogar pues era ciertamente para él la última ocasión de practicar su arte. Pareciendo olvidarse por completo de su trágico destino, preparó cuidadosamente el té y lo sirvió luego con una calma sorprendente. Ejecutaba cada uno de sus gestos como si ninguna otra cosa tuviera importancia en ese instante.

 

   Habiéndolo observado atentamente durante toda la ceremonia, el Maestro de sable quedó profundamente emocionado por el grado de concentración de su visitante.

 

      -“¡Excelente! –exclamó-, ¡excelente!: el nivel de dominio de sí que habéis alcanzado practicando vuestro Arte es suficiente para que os conduzcáis dignamente delante de no importa qué samurai. Tenéis todo lo que hace falta para morir honrosamente, no os inquietéis por esto. Escuchad solamente estos consejos: Desde el momento en que os reunáis con el bandido, pensad ante todo que vais a servir el té a un amigo. Después de haberlo saludado cortésmente, agradecedle el plazo concedido. Plegad enseguida delicadamente vuestro ropaje y depositadlo en el suelo, con vuestro abanico encima, tal como hacéis para la ceremonia del Té. Atad la cinta de resolución alrededor de vuestra cabeza, subíos luego las mangas y anunciad a vuestro adversario que estáis preparado para el combate. Después de haber desenvainado vuestro sable, levantadlo por encima de la cabeza cerrando los ojos. No os quedará más que concentraros al máximo de vuestras posibilidades y bajar con fuerza vuestra arma justo en el momento que oiréis al bandido lanzar su grito de ataque. Seguro que esto terminará en una doble muerte”.

 

   El visitante agradeció al Maestro de sable sus preciosos consejos y retornó a la hora fijada, cerca del puente donde lo esperaba el bandido. Siguiendo las instrucciones que había recibido, el especialista de Cha no yu se preparó para el combate como si se dispusiera a ofrecer una taza de té a un huésped. Cuando levantó el sable y cerró los ojos, el rostro de su adversario cambió de expresión. El bandido no creía lo que sus ojos estaban viendo.

 

   ¿Era realmente el mismo hombre el que estaba frente a él?

 

   En un estado de extrema concentración, el Maestro de Té esperó el grito que sería la señal de su último movimiento, de su postrera acción... Pero, al cabo de varios minutos que le parecieron horas, el grito no se había dejado escuchar todavía. Finalmente, nuestro improvisado samurai acabó abriendo los ojos.

 

   Nadie... No había ya nadie frente a él. El bandido, no sabiendo cómo atacar a ese temible adversario que no mostraba ningún fallo en su concentración, ningún temor en su actitud, había retrocedido, paso a paso, hasta el momento en que se había esfumado sin pedir nada, contento de haber podido salvar su pellejo.