Realidad y dialéctica en Hegel
Guste más o guste menos, hay que reconocer que Hegel es uno de los más grandes filósofos de la historia. Siguiendo sobre todo a Reale y Antiseri, en su excelente Historia de la Filosofía, he seleccionado y elaborado estas reflexiones acerca de su concepto de dialéctico de la realidad y sobre el conocimiento especulativo.
María Zambrano escribió bella y, en mi opinión, certeramente que en Hegel “lo divino ya no es una forma incógnita. Es [Hegel] la pretensión de acabar con el Dios desconocido, con lo desconocido de Dios, pues todo, la historia en el centro de todo, es revelación. Mas aceptar lo divino de verdad es aceptar el misterio último, lo inaccesible de Dios, el «Deus absconditus» [Dios escondido] , subsistente en el seno del Dios revelado. El hombre no padece ya a Dios ni a lo divino que en sí lleva...” (el subrayado es nuestro).
“La proposición según la cual lo finito es ideal [carece de realidad por sí mismo] constituye el idealismo. El idealismo de la filosofía sólo consiste en esto, en no reconocer lo finito como un verdadero ser” (Hegel)
“En un granito de mostaza, si así quieres entenderlo, hay una imagen de todas las cosas superiores e inferiores” (Angelus Silesius)
1. El concepto hegeliano de realidad.
Nos proponemos en estas pocas páginas trazar las líneas maestras del sistema hegeliano en torno a los conceptos de realidad y dialéctica, esenciales para comprender su filosofía del espíritu y su visión de la historia, que suponen la culminación de su sistema o idealismo absoluto. También suponen la culminación de la metafísica racionalista moderna.
La filosofía de Hegel es rica y compleja y, desde luego, una de las más difíciles. Sin embargo, toda ella puede resumirse en estas tres líneas esenciales:
1ª) La realidad en cuanto tal es espíritu infinito.
2ª) La realidad es dialéctica. La estructura o la vida misma del espíritu (y por tanto el procedimiento a través del cual se desarrolla el saber filosófico) es la dialéctica.
3ª) El rasgo peculiar de esta dialéctica, que la diferencia de todas las anteriores, es lo que Hegel denominó con el término técnico de elemento especulativo, auténtica clave de nuestro filósofo.
La comprensión plena de estos tres puntos requeriría un conocimiento del desarrollo del sistema hegeliano hasta su culminación; es decir, recorrer todo el camino hasta el final (y, por tanto, las tres partes de su filosofía: Lógica, Filosofía de la naturaleza y Filosofía del espíritu). Pues, como dice el propio Hegel, en filosofía no hay atajos que acorten el camino. Aquí queremos aludir, sobre todo y en primer lugar, a la concepción dialéctica de la realidad que tiene Hegel para referirnos luego, en un segundo apartado, a las líneas maestras de su teoría (igualmente dialéctica) del conocimiento. Dicho con brevedad, la lógica se ocupa de pensar el ser (el absoluto) tal como es en sí mismo. La filosofía de la naturaleza lo considera en su exteriorización o manifestación física (alienación del absoluto), esto es, el ser fuera de sí. Por último, la filosofía del espíritu nos muestra el retorno del espíritu a sí mismo, la plena toma de conciencia del espíritu con respecto a sí mismo: el ser en sí y para sí[1].
La afirmación básica de la que hay que partir para entender a Hegel es que la realidad no es sólo sustancia (es decir, un ser más o menos fijo, permanente, “solidificado”, como se había pensado tradicionalmente en la mayoría de los casos) sino sujeto, es decir, pensamiento, conciencia, espíritu[2] Y esto es para Hegel una adquisición reciente, del pensamiento moderno (sobre todo a partir de Kant y de sus continuadores y superadores -así lo cree el propio Hegel- Fichte y Schelling.
La realidad, no como sustancia sino como sujeto y espíritu, equivale a decir también que es vida, actividad, dinamismo, proceso, movimiento o devenir, mejor aún: automovimiento[3]. Pero esta realidad es todo, es infinita o mejor absoluta[4]. El espíritu se genera a sí mismo, generando su propia determinación (su concreción, su límite, su negación) y, al mismo tiempo, superándola plenamente. El espíritu es infinito, de modo que siempre se actualiza y se realiza a sí mismo: genera lo finito y lo supera infinitamente, evolutivamente, en un proceso que implica al misto tiempo un progreso y que puede representarse como una espiral. De este modo, la realidad infinita es la eliminación y superación (eso es la dialéctica) siempre activa de lo finito. Lo finito, en realidad, posee para Hegel una existencia puramente ideal o abstracta (no real y concreta), en el sentido de que no existe por sí mismo como algo opuesto a lo infinito o fuera de este. Esta idea es muy importante, pues supone, según Hegel: “la principal proposición de toda filosofía”.
El espíritu (la realidad) no es sólo algo uno e idéntico (como quería Schelling, otro de los grandes filósofos idealistas, a quien Hegel debe mucho), sino algo uno e idéntico que se configura de manera siempre diferente. No es la repetición de algo idéntico, carente de real diversidad. El espíritu es una unidad que se hace justamente a través de lo múltiple. El espíritu absoluto es identidad en la diferencia[5].
Todo esto que hemos dicho se aplica a la realidad toda: se aplica a lo absoluto y también a cada momento individual de la realidad; se aplica al todo y a cada una de sus partes. El absoluto hegeliano no excluye nada. Cada momento de lo real es un momento indispensable para lo absoluto, porque este se hace y se realiza en todos y cada uno de estos momentos suyos necesarios. A lo largo del proceso de la vida infinita (o del desarrollo infinito del ser absoluto o Dios) cada momento es esencial para los demás, se implica dialécticamente con ellos: no existirían unos sin los otros[6].
El movimiento de lo real posee un ritmo dialéctico, triádico (posición, negación de la posición y negación y superación de ambas). Y el movimiento propio del espíritu es el “movimiento del reflexionar en sí mismo”. En esta reflexión, como sabemos, Hegel distingue tres momentos: 1º) Un primer momento que denomina del ser en sí (la idea[7] en sí o logos) estudiado por la lógica. Se trata de la consideración del absoluto tal como es en sí mismo. Hegel dice que la lógica es “la ciencia eterna de Dios”. 2º) Un segundo momento que llama el “ser otro” o ser fuera de sí (la idea fuera de sí o la naturaleza, el mundo en tanto que alienación o exteriorización del Absoluto) y que es estudiado por la filosofía de la naturaleza. 3º) Un tercer momento correspondiente a la idea que retorna a sí, o al ser en sí y para sí (el espíritu consciente de sí mismo) que es el objeto de la filosofía del espíritu.
Hegel habla del absoluto como un “círculo de círculos”. Y estos tres momentos que acabamos de nombrar son llamados, respectivamente: “IDEA”, “NATURALEZA” y “ESPÍRITU”. El Absoluto (la Idea, Dios) posee en sí mismo el principio de su propio desarrollo y por eso se objetiva (se hace cosa, objeto para sí mismo o frente a sí mismo), se aliena (esto es, se vuelve otro) y se hace naturaleza; y luego, superando dicha alienación, llega a ser él mismo y toma plena conciencia de sí mismo una vez cumplido su propio despliegue. Por eso afirma Hegel que el espíritu es la idea que se realiza y se contempla a través de su propio desarrollo.
En su obra sobre la filosofía del derecho Hegel escribió: “Todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real”. Hegel, tal vez para atenuar el carácter paradójico de sus afirmaciones, explicó que esta frase suya, tan conocida y citada, expresa de manera filosófica lo mismo que afirma la religión cuando dice que existe un gobierno divino del mundo, que lo que ocurre ha sido querido por Dios y que éste es lo más real que existe. Sin embargo, el sentido de esta importante afirmación se comprende si se tiene en cuenta que para Hegel todo lo que existe o sucede no está fuera de lo absoluto, sino que es un momento imposible de suprimir de éste. El mismo significado posee la afirmación según la cual “coinciden el ser y el deber ser”: lo que es, lo que pasa, es lo que debía ser, porque todo lo que es constituye un momento de la idea y de su desarrollo: lo que acontece siempre es lo que merecía acontecer[8]. Estas ideas las encontraremos plenamente reflejadas en la interpretación hegeliana de la historia, pues la historia es el verdadero rostro de Dios, la manifestación poderosa de la divinidad en pos de su meta más alta: el pleno desarrollo y la plena conquista de la libertad.
Así podemos entender el sentido del llamado “panlogismo” hegeliano, su identificación de la lógica con la metafísica o teoría del ser y la afirmación de que “todo es pensamiento” (idealismo absoluto). Esto no significa, claro está, que todas las cosas tengan un pensamiento como el nuestro o una conciencia como la nuestra, sino que todo es racional en la medida en que es determinación del pensamiento (en la medida en que es pensado y comprendido conceptualmente, pues no hay realidad sino para la conciencia, según el idealismo filosófico)[9]. Esta afirmación, que todo es racional, explica Hegel, corresponde a la de los antiguos que afirmaban que el nous (la inteligencia) gobernaba el mundo.
Por último, en este apartado, hay que mencionar la importancia de lo negativo dentro de la concepción hegeliana del espíritu, pues ello está íntimamente relacionado con la dialéctica. La vida del espíritu no es aquella que rehúye la muerte, sino la que “soporta la muerte y se conserva en ella”. Hegel sostiene que el espíritu “consigue su verdad únicamente con la condición de que se encuentre a sí mismo en la devastación absoluta”. Añade que el espíritu es esta potencia y esta fuerza, porque “sabe mirar a la cara a lo negativo y plantarse ante él”, y concluye: “Este afirmarse es la fuerza mágica que desempeña lo negativo en el ser”.
2. La dialéctica, método del pensamiento y estructura de lo real.
Anticipada de otra manera por Kant y por la filosofía griega (Zenón de Elea, discípulo de Parménides, Heráclito de Éfeso, muy especialmente, y Platón, sobre todo en sus diálogos llamados “dialécticos”: el Parménides, el Sofista y el Filebo) la dialéctica es el método capaz de elevar a la filosofía al rango de ciencia y hacer posible el deseo romántico de alcanzar un conocimiento pleno de lo infinito (de lo real en su totalidad). Este método no será para Hegel la intuición o el sentimiento o la fe, tan caros a los románticos, sino el puro dinamismo del pensar que tensa los límites del entendimiento y va más lejos del principio lógico de no contradicción[10].
Hegel pensaba que los filósofos griegos dieron un gran paso en el camino de la ciencia al elevarse de lo particular hasta lo universal. Sin embargo, las ideas platónicas y los conceptos aristotélicos permanecían, según Hegel, congelados en un rígido reposo, casi solidificados. Como la realidad es devenir, movimiento y dinamicidad, el pensamiento que aspire a captarla tiene que transformarse en esa misma dirección para convertirse en un instrumento adecuado. Imprimir dinamismo en las esencias eso es la dialéctica: cada concepto pide su contrario, se convierte en su contrario y ello hace posible una síntesis de ambos. Escribe Hegel: “Mediante este movimiento, los puros pensamientos se convierten en conceptos, y sólo entonces son lo que verdaderamente son: automovimientos, círculos... esencias espirituales”.
La comprensión de los tres lados o momentos del movimiento dialéctico nos llevará a entender el elemento más íntimo, el auténtico fundamento del pensamiento de Hegel. Se suele indicar estos tres momentos empleando los términos 1) tesis, 2) antítesis y 3)síntesis, pero simplificando la cuestión, porque Hegel los utiliza en escasas ocasiones y prefiere un lenguaje mucho más complejo y articulado. 1) Hegel llama al primer momento “lado abstracto o intelectivo”; 2) en cambio, al segundo momento lo llama “lado dialéctico (en sentido estricto) o negativamente racional”; 3) el tercer momento es para él el “lado especulativo o positivamente racional”. Comentamos un poco esto.
1) El intelecto es la facultad que abstrae conceptos determinados, distingue, separa y define, deteniéndose en estas separaciones y distinciones, que considera de algún modo definitivas. En la medida en que el intelecto actúa, en relación con sus objetos, separando y abstrayendo, es lo contrario de la intuición inmediata y de la sensación. La potencia abstractiva (formar conceptos abstractos, separados de lo sensible y concreto o inmediato y particular) del intelecto es vasta y admirable, y Hegel no escatima elogios al intelecto, como potencia que desvincula y separa de lo particular y eleva hasta lo universal. Por lo tanto, la filosofía no puede hacer caso omiso del intelecto y de su labor, y debe partir justamente de ésta (como se parte de una TESIS). Sin embargo, el intelecto como tal suministra un conocimiento inadecuado, que permanece encerrado en lo finito (o por lo menos, se dirige hacia el falso infinito)[11], en lo abstracto solidificado, y por consiguiente es víctima de las oposiciones que él mismo crea cuando distingue y separa. Por lo tanto, el pensamiento filosófico debe ir más allá de los límites del intelecto.
2) Ir más allá de los límites del intelecto constituye lo peculiar de la razón, que posee un momento negativo y otro positivo. El momento negativo, que es el que Hegel califica de “dialéctico” en sentido estricto (puesto que la dialéctica en sentido amplio son los tres momentos que estamos describiendo), consiste en sacudir la rigidez del intelecto y de sus productos. Otorgar fluidez a los conceptos del intelecto implica que salgan a la luz una serie de contradicciones y de oposiciones de diversos géneros (ANTÍTESIS), que habían quedado ahogadas por la rigidez del intelecto. De este modo, cada determinación del intelecto se invierte en la determinación contraria (y viceversa). El concepto de “uno”, apenas se vea privado de su rigidez abstracta, evoca el concepto de “muchos” y muestra un estrecho nexo con éste: no podríamos pensar de manera rigurosa y adecuada lo uno sin el vínculo que lo conecta con los muchos. Lo mismo cabe decir de los conceptos de “semejante” y “desemejante”, “igual” y “desigual”, “particular” y “universal”, “finito” e “infinito”, y así sucesivamente. Más aún, cada uno de estos conceptos -considerados desde el punto de vista dialéctico- parece invertirse en su propio contrario y casi disolverse en él. Hegel tiene buen cuidado en señalar que el movimiento dialéctico no constituye una prerrogativa del pensamiento filosófico, sino que está presente en todos los momentos de la realidad: “...el procedimiento dialéctico, escribe nuestro filósofo, se encuentra asimismo en todas las demás formas de conciencia y en la experiencia general. Todo lo que nos rodea puede ser pensado como un ejemplo de dialéctica. Sabemos que todo lo finito, en vez de ser un término fijo y definitivo, es mudable y transitorio, y esto no es otra cosa que la dialéctica de lo finito, mediante la cual éste -en cuanto que es en sí mismo algo distinto de sí- llega más allá de lo que es de manera inmediata y se convierte en su contrario”. La semilla debe convertirse en su contrario para transformarse en retoño de una planta; el niño debe morir como tal y convertirse en su contrario para transformarse progresivamente en adulto, y así sucesivamente. Lo negativo que emerge en el momento dialéctico consiste, de un modo general, en la carencia que revela cada uno de los contrarios cuando se lo compara con el otro. Empero, justamente esta carencia actúa como mecanismo que impulsa, más allá de la mera oposición, hacia una síntesis superior, que es el momento especulativo, el momento culminante del proceso dialéctico.
3) El momento especulativo o positivamente racional es el que capta la unidad de las determinaciones contrapuestas, lo positivo que surge de la disolución de los opuestos (la SÍNTESIS de los opuestos). “El elemento especulativo en su sentido auténtico -escribe Hegel- es lo que contiene en sí, como algo superado, aquellas oposiciones ante las que se detiene el intelecto (y por lo tanto, también la oposición entre subjetivo y objetivo), y precisamente de esta manera muestra que es algo concreto y que es una totalidad”.
La dialéctica -al igual que la realidad en general y, por lo tanto, lo verdadero (“La verdad es la totalidad”, dice Hegel)- consiste en este movimiento circular que hemos descrito, y que no se detiene jamás, como tampoco se detiene ese proceso-progreso en que consiste lo real. Hegel llega incluso a comparar este movimiento del pensar con una especie de “exaltación báquica”, en un texto que vale la pena citar: “Por ello, lo verdadero es una exaltación báquica en la que todos los miembros están ebrios; y puesto que todo miembro que se aísla de forma inmediata deja de existir, la exaltación es asimismo un reposo transparente y sencillo”.
El momento de lo especulativo es la reafirmación de lo positivo que se realiza mediante la negación de lo negativo que es propio de las antítesis dialécticas, y por lo tanto constituye una elevación de lo positivo de las tesis hasta un nivel más alto. Si tomamos por ejemplo el estado puro de inocencia, éste representa un momento (o tesis) que el intelecto solidifica en sí mismo y al que contrapone como antítesis el conocimiento y la conciencia del mal, que es la negación del estado de inocencia (su antítesis). Ahora bien, la virtud es exactamente la negación de lo negativo de la antítesis (el mal) y la recuperación de lo positivo de la inocencia a un grado más alto, que sólo se hace posible si se pasa a través de la negación de la rigidez que le era propia, y pasando por lo tanto a través de la antítesis (el conocimiento del mal), que adquiere así un valor positivo, en la medida en que impulsa a eliminar aquella rigidez. En consecuencia, el momento especulativo es un “superar” en el sentido de que al mismo tiempo es un “suprimir y conservar”. Para expresar el momento especulativo, Hegel utiliza dos términos que se han hecho muy famosos y se han convertido en términos técnicos: aufheben (superar) y Aufhebung (superación). Esta palabra significa a la vez anular y potenciar, rechazar y resaltar, desechar y conservar. Expresa perfectamente el sentido de la síntesis dialéctica que conserva y supera a un tiempo los dos momentos o verdades de la tesis y la antítesis[12].
Lo especulativo constituye, pues, el vértice al que llega la razón, la dimensión de lo absoluto. En la Gran Enciclopedia Hegel llega a comparar lo especulativo (lo racional en su grado más alto) con lo que en épocas pasadas se había llamado lo “místico”, es decir, lo que capta lo absoluto atravesando los límites del intelecto raciocinador. Esta es la interesante página hegeliana, con la que concluimos este apartado:
“A propósito del significado de lo especulativo, hay que recordar asimismo que se entiende por «especulativo» lo que en otros tiempos, sobre todo en relación con la conciencia religiosa y su contenido, se solía definir como «místico». Cuando hoy se habla de mística, se acostumbra a hacerlo en el sentido de considerar este término como equivalente a algo misterioso e incomprensible, y luego, según la diversidad de la propia formación y del propio talante, se acostumbra a considerar que esto que es misterioso e incomprensible es algo auténtico y verdadero, o bien se trata de una superstición y una ilusión. A este respecto hay que observar, antes que nada, que lo místico es sin duda misterioso, pero sólo para el intelecto, y sencillamente porque la identidad abstracta es el principio del intelecto, mientras que lo místico (como equivalente a lo especulativo) es la unidad concreta de aquellas determinaciones que sólo valen para el intelecto en la medida en que se hallan separadas y contrapuestas... Ahora bien, tal como hemos visto, el pensamiento intelectivo abstracto es algo tan poco fijo y definitivo que se nos muestra más bien como un continuo superarse a sí mismo y convertirse en su opuesto; lo racional, como tal, consiste en cambio en abarcar los opuestos en sí mismo, como momentos ideales. Por lo tanto, todo lo racional hay que definirlo al mismo tiempo como místico, lo cual significa únicamente que va más allá del intelecto, pero en absoluto que haya que considerarlo como algo inaccesible e incomprensible para el pensamiento”.
[1]La filosofía hegeliana se desarrolla, según el método y modelo de la dialéctica, en momentos y despliegues triádicos. Así, acabamos de decir que la filosofía tiene tres partes; pues bien, cada una a su vez se divide en otras tres: la lógica en doctrina del ser, de la esencia y del concepto; la filosofía de la naturaleza en mecánica, física inorgánica y física orgánica... En cuanto a la filosofía del espíritu, que es la que más nos interesa aquí, también está desarrollada en tres partes que corresponden respectivamente al espíritu subjetivo (el espíritu considerado en su dimensión individual, personal, o mejor: el espíritu en cuanto se halla en el camino de su propia autorrealización y autoconocimiento), al espíritu objetivo [la automanifestación del espíritu, consciente de su libertad, en los tres momentos del derecho, la moralidad y la ética (la eticidad, como escribe Hegel. Si la moral es individual y se refiere a la conciencia del deber de cada persona, la ética o el momento de la eticidad alcanza la armonía del querer o voluntad individual y del querer colectivo. Los tres momentos o partes dialécticos de la eticidad son para Hegel la familia, la sociedad civil y el estado] y, finalmente, al espíritu absoluto (el ser o la idea que se conoce perfectamente a sí mismo). El espíritu absoluto abarca tres momentos: arte (manifestación sensible de la Idea o Ser o Absoluto), religión (representación simbólica o figurada de la verdad) y filosofía (que es el saber absoluto del Absoluto).
[2]Espíritu es para Hegel capacidad de conocerse a sí mismo; autoconciencia, pues, pero también libertad o autodeterminación. El espíritu, como sujeto que se conoce a sí mismo, que es objeto para sí mismo, es la síntesis de lo subjetivo y lo objetivo.
[3]Real es para Hegel aquello capaz de crecer, de superarse, de devenir ascensionalmente. Lo real (wirklich, en alemán, de wirken que significa actuar) es lo que tiene fuerza energética y capacidad de acción. También es lo que tiene en sí capacidad de universalizarse; es la realidad penetrada por el concepto, por la autoconciencia, por el pensar profundo.
[4]El absoluto es para Hegel la síntesis de lo finito y lo infinito. Ambos, finito e infinito, son dos momentos, fases o manifestaciones de lo absoluto que lo es todo, lo abarca todo.
[5]El reposo, según esta concepción, sería sólo “el conjunto del movimiento”. El reposo o la identidad, sin movimiento, de ser realmente posible, sería el reposo de la muerte, y no vida. La totalidad del despliegue es vida infinita. La permanencia del ser no es una fijeza sino la verdad del desvanecerse.
[6]Así, en un ejemplo sencillo del propio Hegel, podemos considerar en una planta el pimpollo, la flor y el fruto. En el desarrollo de la planta, el pimpollo es una determinación (y, por lo mismo, una concreción, un límite, una negación); pero tal determinación es eliminada (esto es, superada) por la floración, la cual, sin embargo, al negar esta determinación del capullo la verifica, ya que la flor es la positividad del pimpollo. A su vez, la flor es una determinación, que por lo tanto implica una negatividad, la cual a su vez resulta eliminada y superada por el fruto. Este es un simple ejemplo de lo que es la dialéctica, pues la realidad es dialéctica. A lo largo de este proceso, cada momento es esencial para los demás y la vida de la planta consiste en este proceso mismo que de manera gradual va poniendo sus diversos momentos y los va superando. Lo real, pues, repetimos, es un proceso que se autocrea mientras va recorriendo sus momentos sucesivos, y en el cual lo positivo es el movimiento mismo, que constituye un progresivo autoenriquecimiento.
[7]Pensar lo real es pensar el concepto. El concepto absoluto (no sólo subjetivo u objetivo, sino su síntesis) es lo que llama Hegel la idea.
[8]Una vez más vemos aquí el propósito hegeliano de superar las dualidades kantianas: Kant oponía sujeto y objeto, fenómeno y cosa en sí, razón teórica y razón práctica, ser y deber ser, necesidad natural y libertad, moralidad y legalidad. Hegel, aceptando estas distinciones a nivel del entendimiento, pretende superarlas y unirlas dialécticamente en el plano superior del conocimiento, esto es, a nivel especulativo de la razón.
[9]La coincidencia de concepto y realidad se da únicamente en lo absoluto mismo. Recordemos que la filosofía (como suprema expresión del espíritu absoluto) es el saber absoluto acerca del absoluto.
[10]Este principio básico de la lógica tradicional, junto al principio de identidad (A=A), constituía la base de todo pensar racional: no se pueden afirmar al mismo tiempo y en el mismo sentido dos proposiciones contradictorias. Hegel, en cambio, piensa que la razón especulativa puede unir los contrarios y superarlos, trascendiéndolos en un sentido superior.
[11]Hegel distinguió el “falso infinito” o “infinito negativo” del “verdadero infinito” o “infinito positivo”. Dicho con brevedad, la infinitud negativa o mala no es sino la negación de lo finito. El infinito negativo es el que es susceptible de crecer indefinidamente. El verdadero infinito no niega lo finito sino que lo asume en sí mismo. Es cierto que el Espíritu se manifiesta asimismo como finito, ya que de algún modo el Espíritu es “lo infinito en finitud”. Pero el manifestarse como finito no le impide ser él mismo, en cuanto es en sí mismo, positivamente infinito. La positividad completa de lo infinito se da cuando la razón absorbe los momentos de lo abstracto y de lo concreto, de lo universal y lo particular; por eso el verdadero infinito surge sólo, como proclama Hegel en la Lógica, cuando se ha absorbido completamente en lo positivo y absoluto no sólo el infinito abstracto del entendimiento (Verstand, en alemán), mas también el infinito concreto de la razón (Vernunft).
[12]Merece la pena citar aquí por extenso al propio Hegel: “Nos hallamos en el sitio oportuno para recordar el doble significado de nuestra expresión alemana aufheben (superar). Por un lado, aufheben significa quitar, negar, y en ese sentido decimos por ejemplo que una ley, una institución, etc., han sido suprimidas, superadas (aufgehoben). Por otra parte, empero, aufheben también significa conservar, y en este sentido decimos que algo está bien conservado mediante la expresión wohl aufgehoben. Esta ambivalencia del uso lingüístico del término, por la cual la misma palabra posee un sentido negativo y otro positivo, no hay que considerarla como algo casual ni se debe extraer de ella un motivo para acusar al lenguaje, como si fuese una causa de confusión. Al contrario, en tal ambivalencia hay que reconocer el espíritu especulativo de nuestra lengua, que va más allá de la simple alternativa «o... o», que es la propia del intelecto” (Gran Enciclopedia de las ciencias filosóficas).
4 comentarios
Boehmiano -
Y gracias atrasadas a Bárbara y a Pablo. Me alegro de que les haya sido útil mi artículo.
Simon E. Ramos -
Pablo -
Barbara -