Una introducción sencilla a la filosofía de Platón
1. Introducción.
Acercarse a la filosofía de Platón supone aproximarse a uno de los pensamientos más y vigorosos y de mayor influencia en la historia de nuestra cultura occidental. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles vivió en Atenas entre los siglos V y IV a. C., ciudad en la que fundó su escuela, la célebre Academia que le sobreviviría casi 10 siglos, lugar en el que se conservaron y copiaron sus escritos, los primeros textos casi completos que se conservan de filosofía.
El pensamiento de Platón, el platonismo, recibió un renovado impulso de manos de Plotino, en el siglo III de nuestra era, y a esta corriente se la denominó neoplatonismo. Ambos, platonismo y neoplatonismo, influyeron poderosamente en los primeros teólogos cristianos y después en toda la edad media: en las filosofías árabe, judía y cristiana. Los pensadores árabes fueron los primeros en recuperar la obra de Aristóteles, cuya influencia creció a partir de los siglos XII y XIII. Ambos, Platón y Aristóteles, constituyen por tanto las dos columnas de toda la filosofía occidental.
Es cierto que el pensamiento moderno y contemporáneo se ha ido alejando cada vez más de los presupuestos metafísicos y religiosos del platonismo. Pero a Platón se le sigue leyendo y estudiando y sin duda puede afirmarse que la lectura de sus Diálogos (Fedón, Gorgías, la República, Fedro, el Banquete, etc.), verdaderas obras maestras del pensamiento y la literatura universales, es una de las más aconsejables maneras de iniciarse en la filosofía.
Por los primeros diálogos platónicos, de juventud (Apología de Sócrates, Critón, Eutifrón…), conocemos, además, el pensamiento y la personalidad de Sócrates, que no escribió nada. Platón le conoció siendo bastante joven y tenía 27 años cuando su maestro fue injustamente condenado a morir. Esto hizo que temporalmente se alejará de Atenas y viajase a Sicilia donde habría de conocer a algunos importantes filósofos pitagóricos.
En este escrito vamos a exponer, de manera sencilla, resumida y lo más clara posible, las líneas maestras y los temas principales de la filosofía platónica. Una filosofía, como veremos, centrada en la metafísica, de fuerte inspiración religiosa (el orfismo), espiritualista, que concede un gran valor a la argumentación y al diálogo y que pretendía poner las bases de una comunidad justa e ideal (la utopía platónica que se nos ofrece en la República, una de sus obras más extensas y seguramente la más importante) gobernada por personas sabias.
El mito de la caverna, en el que nos detendremos más adelante, ofrece una síntesis plástica de todo el pensamiento Platónico, un pensamiento que suele calificarse de dualista en un triple sentido: en relación con lo real, con el conocimiento y con el ser humano; los llamados dualismo ontológico, gnoseológico y antropológico a los que hemos de referirnos. El gran discípulo de Platón, Aristóteles, que vivió y estudió en la Academia platónica durante 20 años (tenía 18 cuando ingresó), hasta la muerte del maestro, elaboró su propia filosofía intentando mitigar o corregir precisamente esos dualismos, buscando una concepción más unitaria o integrada de lo real.
Vamos a comenzar refiriéndonos a la visión que tiene Platón del ser humano, en conexión con la ética y la política, y aludiremos luego a la importancia que para él tiene la educación. Consideraremos su teoría de la realidad, mientras que el mito de la caverna nos servirá para perfilar una visión de conjunto. Finalmente, intentaremos rozar siquiera algunos otros temas importantes en su filosofía.
2. El alma y los fundamentos de la ética y política platónicas.
El alma constituye para Platón nuestra verdadera identidad. El alma es lo que realmente somos. Un alma inmaterial, espiritual, simple (no sujeta a división o descomposición) y por ello inmortal. El alma tiene un origen y naturaleza divinos (ha sido formada por el Demiurgo, una especie de Inteligencia divina o un Arquitecto y configurador del mundo) y transmigra después de la muerte: si no consigue regresar al mundo superior del que procede y del que cayó, por una especie de culpa originaria, se ve obligada a reencarnarse hasta que se libere de su prisión corporal.
En esta concepción del alma humana laten las creencias órficas que el propio Platón recibió de los Pitagóricos. Es interesante también destacar que Platón se refiere a tres “partes” del alma, a tres tipos o facultades del alma: la intelectual, la impulsiva y la pasional. Se trata de tres niveles claramente jerarquizados, pues el alma intelectual o racional es la que propiamente no muere, la impulsiva o irascible (el coraje o el corazón) tiene que ver con la fogosidad propia del guerrero y tal vez con el ímpetu de la voluntad, mientras que el alma pasional o de deseo estaría más apegada al cuerpo y a los instintos más propiamente animales o irracionales. Cabeza, pecho y vientre son los lugares físicos asociados jerárquicamente a las tres facultades. Esta triple distinción referida al alma es muy importante en Platón ya que se relaciona con su concepción de las virtudes fundamentales y su organización de la sociedad.
En efecto, la capacidad intelectual está perfeccionada por la virtud (areté) de la prudencia o sabiduría (frónesis, en griego); el valor o la fortaleza (andreía) modera y perfecciona la facultad impulsiva; la templanza o autodominio (sofrosýne), en fin, es la virtud encargada de moderar las pasiones y rige por tanto el alma inferior. La justicia (dikaiosýne), virtud principal, no sería otra cosa que la síntesis de las tres virtudes o excelencias anteriores: el orden y la armonía propios del alma prudente, valerosa y templada. Es evidente que Platón creía en un orden del mundo y que para él la justicia representaba, en las sociedades humanas, ese mismo orden y belleza.
Pero el predominio en la persona de cada uno de estos tres tipos de alma es lo que determina la personalidad y el consiguiente estatus social en la polis o ciudad-estado que Platón diseña minuciosamente en su República. Así, en los filósofos, que han de ser los gobernantes y magistrados, domina la inteligencia y han de ser poseedores de sabiduría. Aquellos ciudadanos en los que predomine la fogosidad o el coraje habrán de ser los guerreros y su virtud propia es el valor y la fortaleza. El resto de ciudadanos, la mayoría, se ocupará en las demás artes y oficios necesarios para la comunidad; representan el estamento inferior y por ello su virtud es la moderación, que tiene que ver, para Platón, con el adecuado sometimiento de lo inferior a lo superior.
Mucho se ha criticado la filosofía política de Platón, evidentemente aristocrática y poco partidaria de la democracia, mas hay que decir, en honor a la verdad, que Platón piensa en la felicidad y el bien de todos y no sólo de unos pocos, cuando diseña su ciudad ideal; que establece el primer comunismo de bienes de la historia; que pone a los guardianes (gobernantes y guerreros) al servicio de la mayoría de los ciudadanos, de manera que estos últimos podrán gozar de familia y de bienes, mientras que los primeros carecerán de ambas cosas, viviendo en grandes casas comunes, sin dinero ni propiedades.
Finalmente, retomando el tema del alma, queremos señalar la significación de los diferentes mitos que aparecen en las obras platónicas. Mientras en el diálogo Fedón el tema principal lo constituye el problema de la inmortalidad del alma, al tiempo que se narran las últimas horas de la vida de Sócrates en la prisión, el Fedro nos expone el célebre mito que compara el alma con un carro alado: El auriga representa la razón y los dos caballos, uno blanco y dócil, negro y díscolo el otro, simbolizan respectivamente el alma impulsiva y el alma pasional. Las últimas páginas de la República nos narran con todo detalle el célebre mito de Er, que cayó muerto en el campo de batalla, realizó el viaje del alma al más allá y luego los dioses le permitieron regresar a la vida para que contase lo que había visto. Es tan sólo un mito y Platón lo propone no como una verdad racional, sino como un relato antiguo que puede ser objeto de creencia. De todos modos, nos parece al menos, en Platón, cuando la razón calla o se detiene hablan los mitos.
3. La importancia de la educación.
En el conjunto de la filosofía platónica la educación ocupa un lugar de especial relevancia. El mito de la caverna, al que luego aludiremos, comienza precisamente con estas palabras: “Y a continuación -seguí- [quien habla es Sócrates], compara con la siguiente escena el estado en que, con respeto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza…”. Y en uno de sus últimos libros, Las Leyes, escribe: “Si con una buena educación y un natural recto [el hombre] llega a ser de ordinario el más divino y el más dulce de los seres, cuando le falta una educación buena y bien llevada se convierte en el ser más salvaje de todos los seres que produce la tierra”.
Educar es orientar al alma en la dirección correcta; no consiste tanto en aportar a la persona nuevos conocimientos (por la tesis de la preexistencia del alma y por la teoría del conocimiento como recuerdo, anamnesis, a la que hemos de aludir), cuanto en prepararla para que reconozca y descubra lo que en el fondo ya sabe.
En cuanto a la finalidad de la educación, hemos de decir que es doble: de un lado, proporcionar la armonía y el orden necesario a la persona, cuidando tanto del alma como del cuerpo; de otro, formar a los futuros guardianes y gobernantes de la ciudad.
En su obra República expone Platón minuciosamente su programa educativo que aquí no podemos sino resumir. Hombres y mujeres se educan igual desde pequeños, primero con juegos y luego con una progresiva exigencia que atenderá, ante todo, a la gimnasia y a la música: a la disciplina física y al aprendizaje de la poesía, la lengua y la música propiamente dicha. La educación comporta una exigencia, pero nada se enseñará a la fuerza. Cada uno, según sus capacidades naturales y sus preferencias, irá decidiendo respecto de su ocupación futura. Algunos preferirán el ejercicio y la disciplina físicos, y esos serán los guerreros y guardianes. Otros dejarán los estudios y se dedicarán a algún arte u oficio. Otros, en fin, proseguirán su formación en las matemáticas y en las ciencias hasta los 30 años. Finalmente, los más cualificados, culminarán otros cinco años de estudio en la filosofía y la dialéctica, preparándose para ser así los gobernantes y magistrados de la polis. En todo caso, Platón considera que los gobernantes no estarán preparados hasta cumplir los 50 años y luego de haber superado distintas pruebas para mostrar su aptitud y honestidad.
4. La concepción platónica de lo real. La teoría de las Ideas.
Platón considera que la auténtica realidad no la constituyen los seres de nuestra experiencia ordinaria, las cosas materiales, que son múltiples y cambiantes, ni siquiera el mundo físico en el que nos encontramos. Este mundo le parece semi-real o semi-irreal, por estar hecho de materia; de él no cabría tener pleno conocimiento (episteme, ciencia) sino tan sólo opinión (doxa, en griego).
Lo verdadera y auténticamente real (to ontos on) ha de ser permanente, ha de ser siempre y no podría cambiar. Identidad e inmutabilidad son las características básicas del ser, según Platón, que no está sometido al tiempo ni al espacio, no comporta materialidad alguna y, por eso, no se puede descomponer ni desaparecer.
Vemos, por tanto, que lo auténticamente real comporta cierta necesidad y unidad, pero además es de naturaleza universal (y no particular o individual). El ser es captado por la inteligencia, no por los sentidos; es inteligible, no sensible. Por eso, dirá Platón, que la verdadera realidad la constituyen las Ideas.
Pero lo primero que hay que decir de las Ideas platónicas es que no debemos confundirlas con lo que nosotros normalmente entendemos por ideas (pensamientos, conceptos, contenidos o representaciones mentales). Las Ideas son géneros que abarcan una infinidad de individuos que las expresan o manifiestan, que participan de ellas. Platón habla como dando a entender que por cada clase o género de cosas (por ejemplo, árboles, caballos, seres humanos, objetos bellos...) existe una Idea genérica universal que los contiene y abarca a todos ellos y sin la cual estos individuos no serían posibles. Las cosas de nuestra experiencia imitan a las Ideas, se asemejan a ellas, son copias imperfectas de ellas.
Las ideas son esencias (modos de ser, naturalezas) eternas e inmutables, inmateriales; pertenecen, por así decirlo, a otra dimensión, a otro mundo, a otro nivel de realidad. Se suele decir que el filósofo griego separa las Ideas de las cosas (esto se lo critica especialmente Aristóteles, para quien la idea, que él llama forma, constituye, junto con la materia, una unidad en cada ser individual o sustancia). Puede ser; es posible que se dé, en efecto, esta trascendencia o separación (chorismós) de las Ideas, pero hemos de decir que ello no significa que las Ideas, que son inmateriales por definición, estén situadas en lugar alguno. Por eso podrían ser consideradas tanto inmanentes (como quiere Aristóteles) como trascendentes respecto de las cosas que de ellas participan. Estar tanto dentro como fuera de los seres que las imitan.
Las ideas son los arquetipos o modelos, las causas ejemplares, los prototipos a partir de los cuales han sido configurados los diferentes seres. En uno de sus libros, el Timeo, nos expone en lenguaje mítico cómo el Demiurgo, el divino Arquitecto del mundo, ha ido formando los seres, conformando la materia como un poderoso artesano y fijándose en las Ideas eternas, que serían su modelo. Las cosas estarían hechas, por tanto, de una mezcla de materia imperfecta y de esencia o forma divina; de cambio e inmutabilidad; de tiempo y eternidad.
Platón no desarrolla de un modo sistemático y completo esta su teoría de las Ideas, que constituye el eje, el núcleo, de toda su filosofía y su concepción del mundo. Acaso porque estos principios metafísicos de la realidad consienten mal el ser descritos por el lenguaje, sobre todo por la escritura. Y es muy claro que Platón prefería la enseñanza oral a la palabra escrita. De la escritura nos dice, por ejemplo, que sirve propiamente para recordar lo ya sabido. El célebre mito de Thamus y Tot, que aparece en el diálogo Fedro, es bien significativo al respecto: la escritura no proporciona sabiduría sino que favorece un conocimiento desde el exterior, no un conocimiento interior, hecho de verdadera experiencia y grabado a fuego en el alma.
Pero en los diferentes diálogos de Platón encontramos diversas alusiones a la teoría de las Ideas. Particularmente interesante, aunque difícil, es el diálogo de madurez llamado Parménides, donde el propio Platón revisa su teoría y se pone a sí mismo objeciones o dificultades. La teoría no es rechazada, pero se concluye que las Ideas constituyen otro tipo muy diferente de realidad, no comparable a las cosas a que estamos habituados. Allí mismo, Platón asegura que no sabe si debe aceptar Ideas para todas las cosas; que no existen Ideas de realidades insignificantes o defectuosas (uña, barro, suciedad), pero que sí está seguro de que existen las Ideas a las que habitualmente se refiere: la justicia, la belleza, la igualdad, lo uno y lo múltiple...
El alma, lo hemos dicho antes, es afín a las Ideas, pertenece a su mundo, las ha contemplado en una vida anterior, antes de unirse a un cuerpo. Por eso, la experiencia en esta vida de las realidades sensibles supone una ocasión para el recuerdo de esas verdades eternas, que subsisten por sí mismas y dan sentido a todas las realidades efímeras y cambiantes. Conocer es, para nuestro filósofo, recordar.
Finalmente, indicar tan sólo que, para Platón, la Idea del Bien es la suprema realidad, equiparable a la Belleza absoluta de la que nos habla en el diálogo el Banquete. El Bien sería la fuente y la causa de las demás Ideas, incluso estaría por encima de ellas (por encima del ser y de la esencia, afirma Platón) y podría equipararse a la Divinidad. El Dios de Platón es el Bien. Es la causa de la verdad y del conocimiento y no puede simplemente equipararse a ellos, pues sobrepasa y trasciende todo conocimiento, como el propio Platón nos dice al final del libro o capítulo sexto de su obra la República, poco antes de exponer su célebre mito de la caverna. El Bien no es propiamente una Idea, una Forma o Esencia, pero puede expresarse con tres de ellas: verdad, belleza y armonía.
5. El llamado mito de la caverna.
En efecto, el mito de la caverna se expone al inicio del libro séptimo de la República. Lo hemos escenificado o lo vamos escenificar en clase, pero lo resumo y explico someramente también aquí.
Lo que Platón nos propone, por boca de su maestro Sócrates, que es el protagonista de la obra y que está dialogando con algunos de sus discípulos, es que nos imaginemos el fondo de una caverna subterránea en la que viven atados y prisioneros desde niños unos seres que nunca han visto ni conocido otra cosa que las sombras que se proyectan sobre una pared ante la que están sentados. Esas sombras las proyecta un fuego que arde a cierta distancia por detrás de ellos y en un plano superior, puesto que entre dicho fuego y los prisioneros está situado un camino por el que transitan diversas personas y animales que transportan muy diferentes objetos; unos van hablando y otros están callados. Un pequeño muro delante del camino es lo que permite que las sombras se proyecten en el fondo de la gruta.
Los prisioneros, por tanto, sólo ven sombras y perciben los ecos lejanos, ecos que confunden con las voces, atribuidas a esas sombras inanes. Así, esos prisioneros no consideran real más que las sombras que siempre han percibido, a las que siempre han estado acostumbrados. Por supuesto, no sospechan lo que hay detrás de ellos, ya que no pueden girarse ni levantarse de sus asientos, igual que no pueden suponer que fuera de la cueva se extiende un mundo infinitamente más grande, más luminoso, más bello y más real.
Es evidente que Platón nos quiere sugerir que nosotros mismos nos parecemos a estos prisioneros, en la medida en que sólo consideramos verdadera la realidad material, el mundo que captamos por nuestros sentidos.
Platón nos pide que imaginemos lo que sucedería, si uno de los prisioneros fuera liberado y obligado a subir la áspera y escarpada pendiente (ascenso que representa todo el proceso educativo y el ascenso y la liberación del alma hasta alcanzar la virtud y el pleno conocimiento). Nos dice también cómo, al salir al exterior, ese prisionero necesitaría tiempo para acostumbrarse a la luz, mas acabaría distinguiendo los objetos y sería capaz de contemplar el cielo y las estrellas (que simbolizan aquí las Ideas). Finalmente, incluso sería capaz de mirar al sol (que en el mito simboliza al Bien, a la Idea del Bien) y comprendería la importancia que tiene el sol para la vida, siendo en cierto modo la causa de todos los seres que calienta e ilumina.
El relato concluye proponiéndonos que nos imaginemos lo que sucedería si el prisionero liberado decidiese, por compasión, volver al interior de la cueva para informar a sus antiguos compañeros y animarles a salir. Le costaría acostumbrarse de nuevo a la oscuridad, lo notarían raro y torpe, se burlarían de él e incluso lo mataría si insistiera en desatarles y ayudarles a salir. Seguramente una clara alusión a la muerte de Sócrates que tanto le impactó.
Este llamado mito de la caverna, no es propiamente un mito. Ya nos hemos referido antes, brevemente, a la importancia que tienen los mitos en los diálogos platónicos[1]. El mito es un relato tradicional que viene de antiguo y expresa, en un lenguaje simbólico, verdades sagradas que tienen que ver con un tiempo primordial, con la proximidad de los dioses, o con realidades o acontecimientos que están en el límite de lo humano. No sabemos quiénes son los autores de los mitos; se atribuyen a los antiguos (hoi palai, en griego). En cambio, el relato de la caverna es obra de Platón y constituye un perfecto ejemplo de su concepción órfica de la vida, de su teoría del alma impedida por el cuerpo y de su dualismo ontológico: los dos mundos o niveles de realidad, el aparente, material, cambiante y semi-real mundo de los sentidos, de un lado, y el mundo verdadero, inmaterial e inteligible, el mundo de las Ideas, de otro.
En el mito la luz y simboliza la verdad y el conocimiento, mientras que las sombras y las tinieblas representan, respectivamente, los niveles ínfimos de realidad y los males propios de la ignorancia. En él también están presentes los grados de realidad y de conocimiento, pues ambos son correlativos: en el mundo sensible, a las sombras y a las cosas materiales les corresponden los grados de conocimiento sensible (u opinión, doxa, en griego), que son la conjetura y la creencia; en el ámbito inteligible, a las proporciones matemáticas y a las Ideas les corresponden los grados de conocimiento intelectual (o ciencia, episteme, en griego), que son el razonamiento (o conocimiento demostrativo, discursivo, en griego dianoia) y la intuición intelectual (en griego noesis).
6. Otros temas de la filosofía platónica, a modo de conclusión.
Tenemos que terminar ya este resumen, esta breve, sencilla y esperemos que clara exposición de la filosofía platónica. Son muchas las cosas que nos dejamos en el tintero y por eso animamos a la lectura de los diálogos platónicos, siempre sugerentes, magníficamente escritos y que constituyen un verdadero placer intelectual. Es verdad que es muy posible que todo Platón no esté sólo en sus escritos. En nuestro tiempo sigue cobrando fuerza y vigencia la idea de que es preciso interpretar toda la obra platónica a la luz de la llamada tradición indirecta, los testimonios que aluden a una doctrina no escrita, a una enseñanza oral de Platón. Pero creemos, como afirma el gran especialista que es Giovanni Reale, que ambos, los diálogos y la tradición oral que alude a la protología, a los principios metafísicos de la realidad (el Uno y la Díada indefinida), pueden perfectamente integrarse.
Todos hemos oído hablar del amor platónico. Es el sublime amor a la belleza, a lo inalcanzable, a lo imposible. El amor ocupa un lugar muy importante en el pensamiento de Platón. Implica un deseo y un anhelo de saciar una carencia, de alcanzar una plenitud. Hijo, simbólicamente, de la riqueza y la pobreza, participa de lo superior y de lo inferior, ora languidece, ora se entusiasma. Divino y humano, es inseparable de la búsqueda de la sabiduría. Por eso el amor es el deseo de engendrar en la belleza. Y hemos de ser conscientes de que la belleza comporta diferentes grados o niveles. Esta filosofía nos invita a recorrer su ascensión.
El amor es para Platón una de las cuatro formas en que se manifiestan los principales dones divinos: las cuatro formas de locura divina (theia manía) según nos dice en el Fedro: además del amor, estarían la inspiración poética, la capacidad de sanar y el don profético. Pero el principal de estos dones es el amor. Amor que busca la unidad, la integridad, la complementariedad, la armonía. Platón también solía decir que es más hermosa la locura que procede de los dioses, el entusiasmo divino de las personas daimónicas, a las que alude en ese mismo diálogo, que la cordura que procede de los hombres.
Suele decirse que Platón condena la poesía. Pero él amaba la poesía igual que se sentía inclinado a la política, con una vocación de servir al bien de todos, a la felicidad de todos. Lo que Platón rechaza y condena en la República es la descripción inmoral que los poetas hacen de los dioses, cometiendo estos injusticias y obrando toda suerte de maldades. Platón afirma, en cambio, que Dios no es causa de todas las cosas, como muchos suponen, sino sólo de las cosas buenas. El Bien es causa de todo lo bueno y recto que hay en todas las cosas, y debe conocerlo quien quiera llevar una vida honesta y bella, tanto en lo público como en lo privado. Es verdad que el poeta, en la medida en que recibe una inspiración, puede que no entienda lo que dice o escribe, mas no por ello su palabra es menos necesaria y valiosa.
Si, para terminar, quisiéramos someramente referirnos a la influencia histórica de Platón, habría ante todo que decir que es extraordinaria y difícil de cuantificar. La primera patrística cristiana (Clemente y Orígenes de Alejandría, siglos II y III); el neoplatonismo, de Plotino, Porfirio y Jámblico, a partir del siglo III; San Agustín de Hipona (s. IV-V); el Pseudo-Dionisio (s. V-VI); casi toda la filosofía, teología y mística medievales; la escuela de Marsilio Ficino en la Florencia de los Medicis, en el Renacimiento italiano; o la escuela llamada los Platónicos de Cambridge, a mediados del siglo XVII, todos ellos constituyen algunos hitos fundamentales de esta influencia. Nietzsche fue, en la segunda mitad del siglo XIX, el gran crítico y detractor de Platón, a quien había leído desde muy joven y conocía perfectamente. Pero el propio Nietzsche escribe, en cierta ocasión, que él mismo se da cuenta cómo desconoce a Platón y cuánto platoniza su Zaratustra. Schopenhauer, Emerson, Heidegger y Gadamer -los dos últimos más recientemente- dejan claro testimonio de su interés por la filosofía platónica.
A. N. Whitehead fue quien afirmó que el conjunto de las obras filosóficas posteriores constituyen tan solo notas a pie de página de las obras de Platón. Afirmación, sin duda, exagerada, pero que pone de relieve su enorme significación como filósofo. “Las cosas bellas son difíciles”, suele repetir el gran ateniense en diferentes lugares de sus diálogos. Su intento de aproximar e identificar la belleza con el bien y la verdad no ha tenido parangón en toda la historia de la filosofía occidental.
[1] Varios libros tratan de este tema. Recomiendo dos relativamente breves: el de Josef Pieper, titulado Sobre los mitos platónicos, editado en Herder (Barcelona, 1984) y el de Geneviève Droz, Los mitos platónicos, publicado en Labor (Barcelona, 1993).
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