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Boehmiano. En pos de la sabiduría, como arte de vivir

Acerca de la sabiduría

Nace la Revista El Azufre Rojo

Por primera vez en español aparece una revista dedicada al pensamiento del gran místico sufí Muhyiddin Ibn Arabi (Murcia, 1165-Damasco, 1240). Nace por iniciativa de la Mias Latina (Muhyiddin Ibn Arabi Society Latina), como publicación anual suya, con la colaboración del Ayuntamiento de Murcia, a través del centro cultural Puertas de Castilla, y editada por Diego Marín, conocido librero y editor de esta ciudad del sureste español. La revista se edita en papel, casi en tamaño folio, y se puede adquirir también como libro en la Nube, por internet, mediante el sistema streaming, muy pronto, en la web de la citada libreria (www.diegomarin.net).

El director de la revista es el presidente de Mias Latina, el arabista Pablo Beneito, conocido especialista y traductor del maestro andalusí.

En el primer número aparecen artículos de Fernando Mora Zahonero, Claude Addas, Antoni Gonzalo Carbó, Stephen Hirtenstein, Suad Hakim, Emir Abd al-Qadir, Cecilia Twinch, Jordi Delclòs Casas y José Miguel Puerta Vílchez. El artículo de Claude Addas está traducido al portugués, pues es deseo expreso de la dirección de la revista que esta contenga artículos en portugués o italiano, como corresponde al deseo de la Asociación de estar presente en todo el ámbito latino. En Oxford ya se edita desde hace años (1982 exactamente), en inglés, otra revista de Mias (www.ibnarabisociety.org) y en francés existen muchas y muy buenas publicaciones acerca del pensamiento akbarí (así se llama también al pensamiento de Ibn Arabi, considerado el más grande los maestros).

El segundo número de la revista, de posible aparición este mismo año, seguramente contenga las ponencias o conferencias del III Simposio internacional celebrado recientemente en Murcia (del 7 al 9 de Marzo de 2014), donde se presentó la revista así como la nueva colección Dragomán, una colección de libros (dirigida por Pablo Beneito Arias y Francisco Martínez Albarracín), con los mismos patrocinadores y editores, dedicada no solo al pensamiento sufí y akbarí, sino también a otras obras de contenido filosófico o espiritual directa o indirectamente relacionadas con ellos, pues tal es el talante, la finalidad y el sentir de la Mias Latina: abrirse a todas las formas sapienciales, artísticas o de pensamiento, también de nuestro tiempo, para propiciar el encuentro y entendimiento entre personas y pueblos, en el aprecio de lo que nos une y el respeto por las diferencias. La Asociación es laica y aconfesional, está abierta a todos y organiza talleres anuales, en el Centro Cultural Puertas de Castilla, en Murcia, para acercar la riqueza de Ibn Arabi a todos los buscadores, intentando aportar, humildemente, sentido y belleza a nuestro mundo.

Las personas interesadas pueden visitar la web: ibnarabisociety.es

El fruto de la razón inspirada

Lo que sigue es el texto de una conferencia pronunciada en Murcia el pasado 7 de marzo de 2014, en el marco del III Simposio internacional sobre Ibn Arabi, en homenaje también a María Zambrano, organizado por la Asociación Mias Latina.

 

“Todo lo que es verdadero, quienquiera que lo haya dicho, tiene su origen en el Espíritu” (San Ambrosio de Milán).

 “Todo pensamiento primigenio se verifica en imágenes” (Schopenhauer: El mundo como voluntad y representación, tomo II, cap. 31, Del genio).

“Todo es revelación, todo lo sería de ser acogido en estado naciente” (María Zambrano: Claros del bosque).

 “Aquél para el que el tiempo es como la eternidad y la eternidad como el tiempo, está liberado de todo combate” (Divisa de Jacob Boehme).

Introducción. La sabiduría es el fruto.

Si, como afirma repetidamente Platón, las cosas bellas son difíciles, lo más difícil de todo “es alcanzar la invisible medida de la sabiduría, la única que encierra en sí los límites de todas las cosas”, en palabras de Solón. Que determina, pero que abre también los límites, sugerimos nosotros.

La razón inspirada, a mi modo de ver, es la razón poética, compasiva, mediadora, que, cual gota de aceite, suaviza y dulcifica. Es la razón superior o, si lo preferimos, el intelecto iluminado; el modo de conocer de las personas daimónicas, a las que se refiere Platón en el Fedro. Delirio que procede de los dioses y que es preferible, bien seguramente, a la mera cordura humana. Pero que nunca está lejos de lo humano.

Razón inspirada, integradora, conocimiento cordial, intuitivo, saber de las entrañas, que no se agota en unos pocos registros; que discierne y valora, que conoce incluso sus propios límites.

Creemos que es la razón de pensadores como María Zambrano y visionarios como Ibn Arabí. De místicos especulativos, como Plotino, el Maestro Eckhart, Raymundo Lulio, Nicolás de Cusa, Jacob Böhme y tantos otros. A algunos de ellos nos referiremos aquí, en relación con nuestro tema, que quiere ser el de la distinción entre dos facultades y dos modos de conocimiento que juzgamos necesario no identificar, tales son el intelecto (intellectus) y la razón (ratio). Pero también, en íntima conexión con ello, el intento de sugerir cuáles pueden ser algunos de los frutos de esa razón esclarecida, razón vital, entregada a la vida, a la que embellece y de la que también se alimenta.

Una razón que ve y una visión que entiende. Una inteligencia que siente (y por ello goza y padece) y un sentir iluminante. Un espíritu que se nutre del alma y de la psique -y por ello no se separa del cuerpo- y una corporeidad entera, sana, incluso transfigurada.

Mas, antes de aludir al fruto de este intelecto cordial, hemos de señalar la íntima conexión que ha de existir entre el pensamiento y la vida. Los antiguos lo sabían muy bien, y no sólo ellos. Nos lo muestra, por ejemplo, de manera clara y admirable Pierre Hadot en sus libros. El olvido relativo se ha producido en la modernidad. Sin embargo, también Wittgenstein afirma que la filosofía es ante todo una forma de vida, una actividad. Y una actividad espiritual, añadiríamos nosotros. El trasfondo místico del pensamiento wittgensteiniano es evidente, mal que le pese a algún positivista recalcitrante. Pues bien, esto significa que se conoce de verdad lo que se ama y cuando se ama. Ortega y Gasset bien definió la filosofía, en su primer libro, como la ciencia general del amor.

Si, en palabras de Varrón que recoge San Agustín, el ser humano sólo filosofa para ser feliz, la transformación personal, la realización, es el objetivo de la genuina filosofía. Y entiéndase bien, que no despreciamos ninguna filosofía meramente académica ni subestimamos ninguna investigación de fines puramente utilitarios. Queremos tan sólo reivindicar el amor a la sabiduría como una aspiración legítima y permanente en los seres humanos, posible en todas las culturas y tiempos, expresada en formas múltiples y sugerentes. La sensibilidad que permite interpretarlas sin reduccionismos ni simplificaciones, sin juicios o prejuicios que acaso manifiesten posiciones de poder, es una sensibilidad acogedora que busca la concordia, el entendimiento, la colaboración…

Qué importante nos parece que se pueda comprender que la sabiduría o la afirmación de la verdad no tienen absolutamente nada que ver con intransigencias, dogmatismos, intolerancias, fanatismos y todo aquello que hace alejarse a las personas sensatas de formas trasnochadas de espiritualidad o religiosidad. Así por ejemplo, Ibn Arabí, que será llamado el renovador y revivificador de la religión, pero también Platón, como otros sabios, es muy consciente de que nosotros no podemos abarcar la Realidad (al- Haqq), una realidad que se manifiesta en formas infinitas, en el cosmos y en el ser humano. Que se quiebra en infinitas perspectivas, como diría Ortega, que son incluso, en cierto sentido, sus condiciones de posibilidad misma. Si hay un “Dios creado en las creencias”, como enseña bellamente Ibn Arabí, ese Señor al que sirve su enamorado y que de alguna manera se conforma con su propio corazón, todas las genuinas creencias son verdaderas y no hay aquí un auténtico motivo para disputas estériles e innecesarias. Sapientibus es enim non curare de nominibus: es propio de los sabios no preocuparse demasiado por las palabras.

Y la sabiduría es perenne actualidad. Nos da la clave para entender lo que hoy pasa. El taoísta Huanchu Daoren, a finales del siglo XVI y en su obra Retorno a los orígenes, con palabras tan sencillas como verdaderas, nos muestra la belleza de la honestidad y el desvarío de la avaricia: “Basta con un poco de codicia y egoísmo para convertir la fortaleza en debilidad, el conocimiento en ignorancia, la compasión en crueldad, y la pureza en corrupción, arruinando así el propio carácter. Por ello, los antiguos consideraban preciosa la ausencia de codicia, y es así como trascendieron el mundo”[1]. De los bienes materiales escribió San Juan de la Cruz: “Cuanto más los procuraba con tantos menos me hallé”.

“Soy la fuerza suprema y ardiente

que enciende toda chispa de vida;

aquello sobre lo que respiro no morirá jamás.

Ordeno el ciclo de los seres en el Ser,

cerniéndome a su alrededor en sublime vuelo,

mientras la sabiduría les presta su rítmica belleza.

Soy la vida divina y ardiente

que vivifica los campos marchitos.

Brillo en el reflejo de las aguas,

enciendo el sol, la luna y las estrellas.

Soy la fuerza misteriosa de la brisa

que anima y da cohesión a todas las cosas.

Soy la vida en sublime plenitud,

pues no salí de la roca inmemorial ni broté de una rama,

ni fui engendrada por los hombres:

en mí está la raíz de la vida.

El Espíritu es la raíz que echa brotes en el mundo

y Dios es el Espíritu inteligible”[2].

 (Hildegard von Bingen)

 

Estas palabras inspiradas de la Sabina del Rhin, que aluden a la Sabiduría, también pueden ser analógicamente referidas a toda alma santa, al hombre verdadero, a la naturaleza primordial. Al ser humano universal, el yogui perfecto, el maestro de justicia. La persona renacida o dos veces nacida, que ha experimentado el nacimiento eterno en el hondón del alma, en la chispita eckhartiana, en el más puro vacío, en el lugar del gozo indescriptible.

Los que saben de esto, aquellos que han saboreado las Fuentes de la vida, los que vieron al Jadir, el Verde, puede que no gusten de hablar, pero todo en ellos transmite y resplandece.

Más que discursos o doctrinas, más allá de intrincadas reflexiones, por encima de definiciones dogmáticas o preceptos legales, los genuinos amantes se entregan al éxtasis del canto o de la danza, se sumergen en el énstasis del silencio, contemplan a su amado en todas las cosas. Delirio de saberse “invadido por algo sin color ni sustancia” –como cantara el poeta leonés Antonio Colinas- “y verse derrotado” en el “mundo sensible por esencia invisible”. Lúcida ebriedad, sereno vértigo, confiado temblor. “Invoca la felicidad, invoca el sueño. Al hombre le está dado realizarse por el gozo y en el gozo, por el sueño y en el sueño”, nos dice el Vidente de Lublín.

Saben percibir la unidad e interrelación de todas las cosas. Una idea básica del Jasidismo es que entre el ser humano y el cielo existe una total interdependencia, que el uno actúa sobre el otro. En palabras de Moisés de León:

“Todo está unido con todo

hasta el eslabón inferior de la cadena,

y la verdadera esencia de Dios

está tanto arriba como abajo,

en los cielos tanto como en la tierra,

pues nada existe fuera de Él.

Esto es lo que los sabios quieren decir al afirmar:

            «Cuando Dios entregó la Torah a Israel,

            les abrió los siete cielos,

            y vieron que nada había allí sino su Gloria;

les abrió los siete mundos,

y vieron que nada había allí sino su Gloria;

abrió ante sus ojos los siete abismos,

y vieron que nada había allí sino su Gloria».

Medita estas cosas y comprenderás que la esencia de Dios

se manifiesta en todos los mundos,

y que todas las formas de la existencia

están vinculadas y unidas entre sí

y proceden de Su existencia y de Su esencia”

(Sefer ha-Rimmon).

 

No nos extrañe que el chamán y hombre santo de los indios sioux, Alce Negro, percibiera lo mismo y lo manifestara con estas palabras:

“Permanecía yo entonces allí, de pie, sobre la más alta de las montañas y abajo, a mi alrededor, estaba el círculo del mundo. Y mientras allí estuve contemplé más de lo que puedo describir y comprendí mucho más que lo hasta entonces visto; porque veía de un modo sagrado la forma de todas las cosas en el espíritu y la forma de todas las formas, como si todo viviera unido cual si fuera un único ser. Y contemplé cómo el círculo sagrado de mi pueblo formaba parte de los muchos círculos que componen el gran círculo [del mundo], amplio como la luz del día y como la luz de las estrellas en la noche, y en su centro crecía un árbol poderoso y florecido, para cobijar a todos los hijos de una misma madre y de un mismo padre. Y vi que esto era sagrado”.

Igualmente el filósofo zapatero, el iluminado de Görtliz, a quien Hegel llamara philosophus theutonicus, el teósofo que vivía en el corazón de Dios, a tenor de los bellos versos de Angelus Silesius, pudo aprender, en un breve lapso de tiempo, sobre el origen y la esencia del universo, al ver reflejado un rayo de luz sobre el fondo de una tinaja de estaño, en una de sus primeras y maravillosas revelaciones, más que si hubiera estudiado muchos años en las universidades. A Dios había que verle en la naturaleza y no sólo en los libros de teología. Pero esto lo sabe la persona a la que se le abren los oídos, la que puede leer las signaturas de las cosas, la que conoce la lengua original o natural. Se dice de este hombre admirable y sencillo, profundo y piadoso, que sabía enlazar palabras con esencias, gracias también a su portentosa y divina imaginación. Así por ejemplo, cuando alguien le mencionó por primera vez la palabra griega idea, dijo haber vislumbrado inmediatamente una hermosa virgen, una doncella que es el arquetipo de la sabiduría. Nos cuenta Ehrendfried Hegenicius, un magistrado de Görlitz, en una carta fechada allí mismo el 21 de Febrero de 1669:

“Entre los amigos citados de Jacob Boehme, había uno en particular, de cuya compañía he disfrutado a menudo y grandemente, que solía contar cómo un doctor de medicina de aquí, de nombre Tobías Kober, a quien también conozco bien, solía probar frecuentemente a Jacob Boehme y su lenguaje de la naturaleza, cuando los dos, siendo amigos íntimos, salían a pasear juntos, cada uno señalando al otro las flores, las plantas y la vegetación. A partir de sus signaturas y formas externas Jacob Böhme le indicaba el poder interno, el funcionamiento y las propiedades, junto con las letras, sílabas y palabras de sus nombres expresados y no expresados. Sin embargo, deseaba escuchar sus nombres especialmente en hebreo, que era [para él] el más cercano al lenguaje de la naturaleza y si estos nombres no eran conocidos, preguntaba después por el griego. Y si intencionadamente el doctor le daba un nombre incorrecto, Böhme inmediatamente detectaba el engaño al comparar sus propiedades con las de la planta y su signatura, es decir, su forma, color, etc. y decía que no podía ser el nombre correcto y proporcionaba prueba suficiente de ello”.

Y luego añade este mismo Ehrendfried, comentando un testimonio de David de Schweinitz:

“Así él (Böhme) entendió todo lo que habíamos dicho, aunque habíamos hablado en latín o en francés. Dijo también que podíamos hablar en cualquier lenguaje que quisiéramos, aún así nos entendería y esto gracias al lenguaje de la naturaleza que conocía”[3].

Ciertamente vivimos en la corteza de la realidad y rara vez accedemos a su centro. Como afirma el Zohar, el misterio que sostiene al mundo nos constituye. Tan solo es cuestión de abrir los ojos interiores.

Sobre la diferencia entre razón e intelecto

En el libro sexto de la República de Platón encontramos la capital diferencia entre razonamiento (dianoia) e intuición intelectual (noesis). Distinción que podemos encontrar en la práctica totalidad de pensadores tradicionales, místicos especulativos o sabios de las diferentes culturas. Distinción, como veremos, que, en buena medida, pierde el pensamiento moderno.

En San Agustín de Hipona, corresponde a la diferencia entre razón inferior y razón superior (esta última llamada intellectus)[4]. La vemos, por supuesto, en toda la edad media, en las filosofías islámica, judía y cristiana, pero también en el renacimiento de dónde vamos a tomar dos ejemplos bien ilustres: Nicolás de Cusa y Jacob Böhme, si bien en este último nos fijaremos en su doctrina de la imaginación.

Nicolás de Cusa.

  “¡Cuán excelso eres, Señor, sobre todas las cosas, y al mismo tiempo cuán humilde, ya que estás en todas ellas!” (De visione dei, XIII, 58).

En Cusa, la sabiduría es la máxima dulzura, maxima dulcedo, pero bien entendido que el camino que conduce a su visión es infinito, pues sólo se puede conocer lo incognoscible de modo incognoscible.

En sus Diálogos del idiota, y más concretamente en el libro titulado La mente, nos habla del intelecto -que está por encima de la razón- y de lo que está más allá del intelecto. Si la verdad es medida por medio de imágenes, y esto es lo que llama la ciencia a través de enigmas, el ser humano es capaz de distinguir que todo enigma lo es de la verdad, pero que ésta no es configurable en enigma alguno[5]. La mente, que es imagen de Dios, configura su propio mundo y descubre en las cosas visibles el Intelecto divino. La mente, espejo vivo, número vivo, es medida (mens es mensurare), una medida que encuentra en sí misma expresado lo que busca. Si la mente de Dios crea concibiendo, puesto que es la forma real del mundo, la nuestra, concibiendo, crea visiones intelectuales. La mente es el ejemplar de todas las imágenes del Absoluto, que son posteriores al Absoluto[6].

Y es aquí precisamente donde encontramos la mayor analogía con el pensamiento de Ibn Arabí: para el Cusano, “el Absoluto está en todas las cosas como la verdad en la imagen”[7] y nuestro espíritu puede ser considerado como el arquetipo (exemplar) de todas las aproximaciones a la verdad porque el Espíritu de Dios es la síntesis (complicatio) de todas las cosas[8]. Las cosas creadas son una explicatio Dei, pero la mente es una verdadera imago Dei y su verdad está en su ejemplar.

Consecuencias de todo lo anterior: que la verdad absoluta no es comprensible, como afirma el Cardenal, por ejemplo, en su Apología de la docta ignorancia. Si, por un lado, hemos de ver y representar la analogía, por otro, hay que tener en cuenta que no existe proporción alguna entre finito e infinito. Dios, en la fórmula de Nicolás de Cusa, sería: “Todo en todo y al mismo tiempo un Todo por encima de todo”. El mismo pensamiento lo encontramos antes en Ibn Arabí.

Ya en los primeros Sermones de Nicolás de Cusa se aprecia que la imaginación tiene un importante papel en el tránsito de lo sensible a lo racional. En tres de los seis grados de conocimiento aparece la imaginación propiciando el paso hacia las realidades espirituales (spiritualia). El cuarto grado va de la imaginación a la razón; el quinto de ésta al intelecto, mientras que en el sexto es la fe (razón y principio del Intelecto) la que media entre el conocimiento puramente intelectual y la visión (visio). Es interesante observar, para el propósito de nuestro tema, que en el Sermón octavo (fechado el 15 agosto de 1431) se nos diga que “el mundo sensible es casi como un «libro» «escrito» por el dedo de Dios”[9]. Más aún, en el hombre interior (homo interior) brilla la divinidad.

Pero volviendo a los grados de conocimiento en el Cusano, queda bien claro que el sexto grado de ascenso hacia la contemplación se produce en el “ojo del intelecto”, libre y puro de todo defecto. Es el mismo oculus cordis que encontramos en San Bernardo de Claraval y, por supuesto, en la mística sufí. Es evidente, para Cusa, que la fuerza del intelecto trasciende los límites de la razón, va más allá de ella.

Para Nicolás de Cusa la mente humana es “la forma conjetural del mundo” y toda conjetura expresa, a su modo, lo verdadero mas siempre a través del espejo y el enigma. Además, el número es el primer ejemplar simbólico de las cosas y la primera semejanza de nuestra mente[10]. Su concepción cualitativa y jerárquica de la realidad se hace manifiesta en sus análisis que intentan explicar cómo la mente lo abarca todo divinalmente (divine), intelectual (intellectualiter), anímica (animaliter) o racional (rationaliter) y, en fin, corporalmente (corporaliter) en el dinamismo incesante de ascenso y descenso (complicación y explicación) de su metafísica de la luz.

Lo interesante es constatar que es a nivel del intelecto donde se produce la unidad o coincidencia de los opuestos, pues éstos no se encuentran disyuntivamente (disiuntive) en lo absoluto, sino que están en él sin división ni distinción (copulative). Pero la mente no se detiene aquí, en el nivel del intelecto, sino que intenta aproximarse a una comprensión aún más sutil -pero siempre conjetural- de lo divino en su pura simplicidad. Así, no sólo habría que negar en Dios la oposición de los opuestos, sino también la coincidentia oppositorum misma que es capaz de vislumbrar el intelecto[11].

Para no extendernos mucho más, indicaremos tan sólo que el cardenal de Cusa, más allá de su obra De coniecturis, en su escrito De visione Dei y siguiendo la tradición neoplatónica, continúa subrayando el carácter especulativo de la mística: su ignote ascendere o consurgere se realiza tanto por vía afectiva o cordial cuanto por vía intelectual. Con la imagen de un icono cuyo rostro mira siempre a quien le observa, nos propone, en la visio mistica o visio absoluta, una integración de todas las visiones, donde toda alteridad se transforma en unidad y toda diferencia en identidad.

“Pues soy tanto como tú eres conmigo. Y puesto que tu ver es tu ser, del mismo modo por esto mismo soy yo, porque tú te vuelves a mirarme. Y si de mí sustrajeras tu rostro, de ningún modo subsistiría”[12].

Bien entendido que este ascenso y descenso del intelecto o de la mente humanos hasta alcanzar la visión absoluta se realiza en lo que Nicolás de Cusa llama la imposibilidad (impossibilitas), esto es, que se alcanza lo que no se alcanza, pues se contempla de modo ignorante.

Leemos en De visione Dei: “Tú, Señor, que eres el fin que finaliza todas las cosas, eres el fin de lo que no tiene fin; y de ese modo, eres el fin sin fin, es decir, infinito. Esto escapa a todo razonamiento; implica, en efecto, la contradicción. Cuando afirmo que el infinito existe, estoy admitiendo que la tiniebla es luz, que la ignorancia es ciencia, que lo imposible es necesario. Y como admitimos que existe un fin de lo finito, necesariamente admitimos el infinito, esto es, el fin último, o el fin sin fin. Pero no podemos no admitir que existan entes finitos; del mismo modo no podemos no admitir que existe el infinito. Admitimos, por tanto, la coincidencia de los contradictorios, por encima de la cual está el infinito” (XIII, 54).

“Medida inconmensurable de todas las cosas”. En esto coinciden Cusa y Platón, conforme a la cita sobre la sabiduría del inicio de nuestra conferencia.

Razón e intelecto en la filosofía moderna.

Boecio ya escribió en su De consolatione que “el intelecto se refiere a la razón como la eternidad al tiempo”. Esta doctrina la recoge Santo Tomás, quien escribe en su Suma teológica: “El razonar se refiere al inteligir como el moverse al estar quieto, o el adquirir al poseer: uno tiene sentido de perfección y otro de imperfección”[13].

Como afirma Juan Cruz, en un artículo muy clarificador sobre los términos entendimiento, razón e intelecto, para la tradición greco-latina, “la razón y el intelecto están en relación de actividad y receptividad, de suposición y principiación, de tensión activa y contemplar receptivo”.

Es interesante constatar que la palabra entendimiento, que es bastante moderna, traduce bien el sentido de la razón inferior latina. Pero sobre todo, no debe confundirse entendimiento con intelecto, pues la primera palabra tiene su raíz etimológica en “intendere”, que significa dirigir y aplicar. El término intelecto, en cambio, como señalan entre otros Tomás de Aquino y Ortega y Gasset, proviene de “intelligere”, de “intus legere”, y evoca la profundidad de saber leer en el interior de las cosas[14].

La filosofía moderna, a partir de Kant, ha perdido de vista el sentido específico del intelecto clásico. La palabra alemana Vernunft, pese a los intentos dialécticos de Hegel, no será capaz de reflejar el sentido íntegro del intelecto o la razón superior. Tengamos en cuenta que la lengua alemana, sobre todo desde el Maestro Eckhart a Lutero y el siglo XVII, tradujo la ratio latina por Vernunft y el intellectus latino por Verstand. Por otra parte, nadie ignora la transformación que se produce en la modernidad y que supone el cambio de una actitud intelectual contemplativa y receptiva a otra que será activa y constructiva; desinteresada la primera, buscando el poder y el dominio, la segunda. “Saber y poder -dice Francis Bacon- son lo mismo; el sentido de todo saber es proporcionar a la vida humana nuevos inventos y recursos”[15]. Y René Descartes, el padre de la filosofía moderna, en su Discurso del método, pretende algo muy parecido al afirmar “que, en lugar de la filosofía especulativa, enseñada en las escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la cual... podríamos hacernos como dueños y señores de la naturaleza”[16].

Pero es que el esfuerzo y la actividad, no van a ser tan sólo criterios de verdad en el ámbito teórico, sino que intentarán regir también la acción ética. Conocido es el rigorismo moral kantiano que enfrenta la razón con el impulso o la inclinación naturales. Tanto es así, que el poeta Schiller, afilando bien su ironía, se lamentaba de no ser virtuoso precisamente porque servía con agrado y placer a sus amigos.

Es verdad que Hegel intentará dar alas a la razón, que en Kant se limitaba a mera función regulativa del conocimiento (por haber querido ver el contenido de la razón tan sólo a la luz del entendimiento), mas cabe preguntarse si en él no queda reducida la intuición intelectual a movimiento dialéctico. Interesante, para nuestro propósito, apreciar lo que escribe Hegel al referirse al carácter especulativo de la razón (Vernunft) y también lo que María Zambrano tiene que decirnos al respecto. El primer texto es largo, pero no tiene desperdicio:

            “A propósito del significado de lo especulativo, hay que recordar asimismo que se entiende por «especulativo» lo que en otros tiempos, sobre todo en relación con la conciencia religiosa y su contenido, se solía definir como «místico». Cuando hoy se habla de mística, se acostumbra a hacerlo en el sentido de considerar este término como equivalente a algo misterioso e incomprensible, y luego, según la diversidad de la propia formación y del propio talante, se acostumbra a considerar que esto que es misterioso e incomprensible es algo auténtico y verdadero, o bien se trata de una superstición y una ilusión. A este respecto hay que observar, antes que nada, que lo místico es sin duda misterioso, pero sólo para el intelecto, y sencillamente porque la identidad abstracta es el principio del intelecto, mientras que lo místico (como equivalente a lo especulativo) es la unidad concreta de aquellas determinaciones que sólo valen para el intelecto en la medida en que se hallan separadas y contrapuestas... Ahora bien, tal como hemos visto, el pensamiento intelectivo abstracto es algo tan poco fijo y definitivo que se nos muestra más bien como un continuo superarse a sí mismo y convertirse en su opuesto; lo racional, como tal, consiste en cambio en abarcar los opuestos en sí mismo, como momentos ideales. Por lo tanto, todo lo racional hay que definirlo al mismo tiempo como místico, lo cual significa únicamente que va más allá del intelecto, pero en absoluto que haya que considerarlo como algo inaccesible e incomprensible para el pensamiento”.

            Feuerbach supo ver bien que la filosofía de Hegel era “una mística racional”. Sí, añadimos, pero una mística en la que desaparece el misterio (valga la paradoja). Lo escribió muy bien María Zambrano:

            “Lo divino ya no es una forma incógnita. Es [Hegel] la pretensión de acabar con el Dios desconocido, con lo desconocido de Dios, pues todo, la historia en el centro de todo, es revelación. Mas aceptar lo divino de verdad es aceptar el misterio último, lo inaccesible de Dios, el «Deus absconditus», subsistente en el seno del Dios revelado. El hombre no padece ya a Dios ni a lo divino que en sí lleva...” (el subrayado es nuestro). No olvidemos que, para María Zambrano, el ser humano es aquel que padece su propia trascendencia).

La imaginación en Boehme.

En el teósofo de Görliz también lo que él llama Verstand, que es una inteligencia intuitiva, es capaz de captar el todo y las partes al mismo tiempo; puede abrazar las fases de un proceso y su totalidad con un solo golpe de vista. Por el contrario, el entendimiento (Vernunft) no puede comprender la unión de los contrarios ni tampoco el mutuo y simultáneo engendrarse de todas las cualidades que constituyen y expresan la naturaleza eterna de Dios.

Pero vamos a referirnos aquí a su teoría de la imaginación, pues es muy interesante compararla con la de Ibn Arabi. Y lo primero que constatamos es que la imaginación es en cierto sentido superior a la razón discursiva o Vernunft y está más próxima a la razón intuitiva (Verstand) pues la imaginación permite captar lo uno-múltiple simultáneamente.

            A la idea del mundo como expresión de Dios, de lo sensible como expresión y encarnación del espíritu le corresponde la idea correlativa de la imaginación como una potencia mágica[17], intermediaria entre lo sensible y lo inteligible, entre lo divino y la naturaleza. El Dios de Böhme imagina al mundo antes de crearlo: Parece como si el mundo tuviera su principio o ante-principio en la imaginación divina: en ella, en la Sophia, se forman desde la eternidad imágenes o figuras que serían como los sueños de la imaginación Dios, prototipos (Vorbilder) o incluso «ideas», como Böhme las llamará más adelante, ideas incorpóreas y todavía casi irreales. Las sombras del sueño de Dios que aún no han salido a la luz. Schelling consideraba la naturaleza como “el primer poema de la imaginación divina”[18].

En palabras de Alexander Koyré: “Dios imagina en la Sabiduría, y su imaginación, acto mágico y misterioso por excelencia, realiza el misterio de expresar y traducir en imágenes finitas el pensamiento infinito de Dios; la imaginación encarna, por así decir, en seres finitos y limitados el espíritu infinito de Dios. Traduce el Verbo divino en formas y en colores (cf. De Testamentis Christi, I, cap. I, 6); hace surgir en el espejo pasivo y liso de la Sabiduría un mundo nuevo, un mundo de sonidos y colores, de formas e imágenes (Farben und Tugenden), mundo de armonía y de belleza, que expresa a Dios en cada una de sus imágenes infinitamente numerosas, y lo refleja en la unidad de su armonía. Este mundo… … que Böhme llama igualmente «Sabiduría divina», … es … un Cosmos, un Universo, una unidad armoniosa y orgánica. Y es en el espíritu divino la imagen de un mundo paradisíaco, que sería una expresión perfecta y completa de Dios. Se comprende pues por qué Böhme llama a veces a este mundo la «Gloria» y el «Esplendor» de Dios; y es que la gloria y el esplendor divino «reposan» sobre él. El es su reflejo”[19].

Dios, por tanto, para Jacob Böhme, posee un cuerpo (Leib), sustancia o “materia” que llena el espacio, bien que se trate de un cuerpo invisible e intangible. Y de esa materia se ha hecho el mundo[20].

Pero además el teósofo de Görlitz cree en el poder mágico de la imaginación para producir efectos perfectamente reales, mediante un tipo de acto que asimila, en el ámbito que sea, al sujeto que imagina con el objeto imaginado. Así pues, el sujeto participaría de la cualidad del objeto, al tiempo que podría modificarlo conforme a su propia capacidad imaginadora[21]. Tan importante es esta función, que Böhme la asocia a la fe: la auténtica fe como un acto de la voluntad que nos transforma interiormente y nos une de modo real y efectivo a Dios (cf. Mysterium Magnum, XXXIX, 8); tiene el poder de refundar el alma, de transmutarla. Se manifiesta por la capacidad de amar, pues nada hay en el mundo más sublime. Se trata de una potencia, de una acción, mas también de «una fuerte imaginación», como escribe Jacob Böhme retomando una idea de Paracelso. Es don de sí, abandono, confianza. Pero la voluntad necesita para poder obrar que ella misma se dé o encuentre una potencia, un mecanismo de acción: aquí aparece entonces el papel de la imaginación.

Y de nuevo llegamos a conclusiones similares a las de Ibn Arabi: lo mismo que sucedía con la imaginación y con la idea que el siervo se hace de su Señor, el amante de su Amado: los dones de Dios son individualizados; la religión de cada uno a él le es propia (cf. De Test. Christi S. Baptism., I, I, 12). Tan sólo la letra, la opinión, lo externo puede ser común a todos; el espíritu en cambio difiere en cada individualidad regenerada. Siendo el mismo espíritu divino, el mismo logos, el mismo Jesús quien se encarna en cada alma, habla sin embargo a cada una un lenguaje que le es propio. Siendo el tema común, los matices, los tonos, las palabras van dirigidos a cada uno de un modo irrepetible. El alma no se repite, Dios tampoco. No viene mal recordar aquellos sencillos y hondos versos de León Felipe: Romero y peregrino que pasa siempre por caminos nuevos, no haciendo callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo, que nadie va a Dios por este mismo camino por el que yo voy, pues para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol y un camino virgen Dios. Los dones divinos son múltiples y cada uno de nosotros ve a Dios -si es que le ve- bajo un aspecto que le es propio, pues nadie puede verle y expresarle en su totalidad.

Algunos rasgos de la filosofía o teosofía de Ibn Arabi.

Ibn Arabí escribe por inspiración. Así lo reconoce él mismo en sus obras principales. Y eso que no hay página suya en la que no haya referencias coránicas. Su lenguaje es el de las alusiones y por eso apreciaba tanto la poesía. El conocimiento que recibió no fue buscado, pues entró ignorante en el retiro espiritual. El paralelismo con Jacob Böhme es en esto extraordinario. También Nietzsche, muy estimado por la pluma sutil y compasiva de María Zambrano, sintió la inspiración y escribió acerca de ella. De manera diferente, sin duda; pero puede afirmarse que su ateísmo es sobremanera religioso.

La razón inspirada akbarí, su percepción interior, su conocimiento secreto, se distinguen bien claramente de una racionalidad, legalidad o religiosidad puramente exteriores, formales o doctrinales. Él mismo procuró que no hubiera conflicto entre estos ámbitos al separarlos y jerarquizarlos, no dejando de valorar la función de la filosofía o la teología. Bien puede esto apreciarse, a modo de ejemplo, por el respeto que tuvo por la persona y obra de Averroes. Sin embargo, no pudo evitar rechazos o incomprensiones, por desgracia repetidas a lo largo de la historia.

La unión de los opuestos, el teofanismo y el apofatismo, su filosofía de las mediaciones y de la imaginación, su conocimiento de la ciencia de las letras o su sugerente idea de la creación continua, que también encontramos en Leibniz, nos lo muestran como un místico, a la vez, de la identidad y de la diferencia, según gusta decir nuestro amigo el profesor José Antonio Antón. Místico y metafísico, con su peculiar concepción de las relaciones entre lo Uno y lo múltiple y su teoría de la unidad de la existencia (wuyud), pues las cosas no tienen realidad alguna fuera de Dios (una idea que Lessing expresará prácticamente con los mismos términos)[22]. Interesante, desde luego, la confrontación con el Vedanta advaita. Y con Eckhart y la mística especulativa, para quienes la vida perfecta consiste en unirse de tal manera a Dios que uno se vuelva un solo espíritu con Él. En nada se piensa, nada se siente o nada se percibe que no sea Él. El alma se hace deiforme en sus tres potencias, puesto que la forma del alma es Dios. En esto consiste la verdadera libertad para esta mística renana.

El fruto de la inteligencia inspirada es un corazón amante y la centralidad del amor nos parece el rasgo más decisivo y característico del siempre sugerente y maravilloso pensamiento akbarí. Podemos seguir aquí la pista de un Plotino o un San Agustín o mirar el surgimiento de los Fieles de Amor a los que acaso perteneciera el Dante. O disfrutar en la contemplación de esa espiritualidad del amigo y del Amado tan característica, por ejemplo, de Raymundo Lulio, de Rumî o de San Juan de la Cruz. El piadoso Jacob Boehme se atrevía a decir que el amor es más grande que Dios y el obispo de Hipona precisaba que Dios acaba convirtiéndose en el compendio de todo lo que de veras amamos. Por su parte, Plotino, nos recuerda que la gracia es como ese “plus” inexplicable o “injustificado” que se añade a la belleza para movernos al amor, puesto que el Bien está “lleno de dulzura, benevolencia y delicadeza, siempre a disposición de quien lo desea”[23]. “Lo que el alma debe ver es la luz por medio de la cual es iluminada”, escribe también Plotino, para quien el estado más elevado de dicha alma es la pasividad total[24].

El sentir iluminante y el corazón en María Zambrano.

Bien sabe María Zambrano lo que es la razón iluminada, el “conocimiento sin mediación alguna”, la razón creadora y fecundante, pues supo integrar la filosofía, la poesía y lo que las abarca y trasciende en un pensamiento tan original y entreverado con su propia vida. Un pensar cordial que sabe hacerse cargo de todas las zonas de la vida humana, también las avasalladas y olvidadas, los ínferos, las sacras entrañas, conforme a su lema: que nada de lo real sea humillado. Su razón poética nos proporciona “un medio de visibilidad” donde la imagen se hace real y el pensar y el sentir juntan sus fuerzas sin tener que anularse el uno al otro.

Y sabe que no hay engaño posible para este sentir iluminante que enciende la visión como una llama y se abre a una realidad, palabra liberada del lenguaje, que ya no ofrece resistencia alguna. No sucede lo mismo con la razón, con esa mente discursiva que es “la gran ordenadora que todo lo encubre”[25], esa razón moderna que quería, ingenuamente, que toda la realidad le fuese transparente y homogénea. Por eso afirma, en esa obra tan especial que es Claros del bosque, que hay que intentar rescatar “a la verdad de la muchedumbre de las razones”. ¡Qué error tan grande suponer que la realidad se deje atrapar por los conceptos! Ahora bien, existe un tipo de palabra que no es meramente concepto, “porque es ella la que hace concebir” –es una expresión suya-, es ella la “engendradora de musicalidad”. Palabra escondida, palabra interior, palabra perdida que sólo podrá entender “aquel que haya padecido… el haber sido dejado por ella”.

Ibn Arabî hablaba de la estación de la perplejidad y María Zambrano afirma que la inspiración, que sólo en raras ocasiones arrastra consigo a quienes visita, nos deja perplejos. Se trata de un asombro que no se extingue. El sabio murciano, lo hemos dicho, recibió el regalo de la inspiración sin haberlo buscado, y eso inexplicable que luego se advierte con toda naturalidad constituye, para la pensadora malagueña, el primer don del exilio.

Ella nos invita, en un precioso pasaje de su obra, a dormirnos arriba en la luz, aunque tengamos que estar despiertos abajo, en la oscuridad. En la luz acogedora donde el corazón, que antes se desvelaba, “se abandona, se entrega”. Allí “no se padece violencia alguna” y esto me hace recordar el lema de Jacob Böhme citado al principio. Si la realidad plena no se puede abarcar, tampoco el interior de la vida puede descifrarse. Mas ello no causa pena ni cuidado, “pues que todo cuitar viene de que ser y vida” se nos den por separado[26].

El pensar, que cuando es genuino culmina en el delirio, también sabe recogerse. Y al recogerse se identifica con el corazón. Para los que consideran que no se puede pensar con el corazón, y acaso no adviertan que pensar es también pesar y sopesar, propongo este texto zambraniano que afirma que nada “deja de estar sostenido por el humano corazón, punto donde llega la realidad múltiple, donde se pesa y se mide en impensable cálculo, a imagen del cálculo creador del universo. «Dios calculando hizo el mundo», nos dice Leibniz. Si el universo es de hechura divina, al hombre toca sostenerla. Y así ha de ser su corazón vaso de inmensidad y punto invulnerable de la balanza” (Claros del bosque). La voz logos, recordémoslo, quiere decir, entre otras cosas, proporción, además de palabra.

            “Todo pasa por el corazón y todo lo hace pasar. Mas algo ha de pasar en él que no se vaya con el río de la vida”. Cuando el corazón se conoce, sabe que contiene y protege un “embrión de luz”. Esa chispita o Castillo interior donde se renueva el nacimiento eterno y donde se descansa. En esos especiales momentos de ventura, inolvidables pase lo que pase, cuando el corazón respira en el silencio de su ser. Antes, tal vez, el corazón ha tenido que dormirse y soñar con el nacimiento de la luz en esa su escondida oscuridad. Luz que hiere y que sana, pues como María misma pregunta: “¿no es acaso todo ver una herida de la luz?”. Mas ahora se le da al corazón “una palabra de verdad que por lo mismo no puede ser ni enteramente entendida” ni tampoco “olvidada”.

Acabando ya este apartado, veamos otras concordancias con Ibn Arabí, en relación con la poesía, la belleza y la universalidad. Esta va unida a la inocencia del corazón que puede acoger “la diversidad de las presencias que ante ese corazón presenta la riqueza del mundo”. Y la diversidad de las creencias, como muy bien sabemos.

En relación con la poesía, nos cuenta el propio Ibn Arabi:

“La razón por la cual fui conducido a hacer poesía es que vi, entre la vigilia y el sueño, venir hacia mí un ángel con una partícula de luz blanca; era como si fuese una partícula de la luz del sol. «¿Qué es eso?», pregunté. Se me respondió: «Es la azora de los poetas» (as- Su´ara). La tragué y sentí entonces algo así como un cabello que subía de mi pecho a mi garganta, y luego a la boca”[27].

En otra visión, que tuvo en junio de 1201, estando en la población argelina de Bujía, sintió que se unía con las estrellas del firmamento y las letras del alfabeto. Nos dice: «… una vez que hube terminado mis nupcias con los astros, se me entregaron en matrimonio espiritual todas las letras (del alfabeto)». Ibn Arabí contó esta visión a una persona “para que se la comunicase a alguien versado en la tradición visionaria” y esta dijo de él: «es un océano inconmensurable…»[28] (71). Lo mismo cuentan que afirmó de él otro gran filósofo, Sohrawardi: «Es un océano de verdades divinas». «Letras de luz, misterios encendidos», canta de las estrellas Francisco de Quevedo. Como las palabras de verdad, comenta Zambrano, palabras que son “revelación, poesía, metafísica”, “profecías como todo lo revelado”.

En el mar sin orillas de la existencia, el místico no hace pie; tampoco es necesario. Sin desnudez, sin desasimiento, “no hay renacer posible”. Pero este vacío es también riqueza, fuente de gozo y libertad.

Entonces “el corazón ocupa su lugar” sin sobresaltos y el tiempo se abre “en múltiples dimensiones”: “El corazón del tiempo recoge el palpitar de la eternidad, el abrirse de la eternidad. Y el tiempo fluye como río de la eternidad”. Recordamos, otra vez, la divisa de Jacob Böhme. Esta sería la vida verdadera, de poder mantenerse, de un corazón no sometido al yo que quiere suplantarlo.

Cuando esa “soledad privilegiada”, que ha respirado siquiera sea una vez “a orillas de la fuente de la vida”, alcanza o recibe la visión, descubre la belleza. Esta, manifestación sensible de la unidad, bien puede ser considerada el velo de la verdad, como nuestra propia vida el velo del ser. Que nuestro propio ser se nos esconda y aparezca en la entrega. “Vivimos para entregar la vida, canta Rumî, otra razón no hay”. Lo sabe y lo dice María Zambrano. Aurora como entraña celeste. Amor “que no arroja sombra ni la recibe”.

A modo de conclusión.

     “El Yogui, habiendo atravesado el mar de las pasiones, está unido a la tranquilidad y posee el en su plenitud” (Shankarâchârya).

Marsilio Ficino nos recuerda que “hay que hacer de la vida su contrario: desaprender lo aprendido, pues por lo aprendido nos ignoramos. Conocer lo desdeñado o nunca nos conoceremos. Apreciar lo que despreciamos, despreciar lo que apreciamos, tolerar aquello de lo que huimos, huir de lo que perseguimos, llorar las bromas de la fortuna y sonreír sobre sus lágrimas”. Hermosas palabras con el aura de la sabiduría extremo oriental y su aprecio de las paradojas.

Acaso no haya que buscar nada. Hemos sido encontrados. No hay que querer nada, hemos sido previamente amados. Las bien conocidas coplillas de San Juan de la Cruz nos perfilan en la senda de Dios: los modos para venir al todo, de tener al todo y para no impedir al todo: “Para venir a lo que no sabes, / has de ir por donde no sabes”… “Para venir a saberlo todo, / no quieras saber algo en nada”… “En esa desnudez halla del espíritu quietud y descanso”, etc. y concluye: “Y por aquí no hay ya camino -que para el justo no hay ley”.

Hay que dormirse arriba en la Luz. Y saber “sentarse en el olvido”, como propone, bellamente también, el sabio taoísta Chuang Tsé. Perderse, para ser encontrado, morir, para despertar, saberse pequeño, para descubrirse infinito.

Rumi expresa así la unión, en su  Rubayat, en unos versos conmovedores:

“Oh vida de mi cuerpo y fuerza mía, todo tú.

Alma y corazón, oh corazón y alma míos, todo tú.

Te has vuelto todo mi ser, por eso eres todo yo.

Yo me he vuelto nada en ti, por eso soy todo tú[29]”.

Misterio y Logos. Dos palabras que resumen el sentido de la razón inspirada. Misericordia y esperanza o confianza, tal vez los hitos fundamentales del camino del corazón. “A los que no creen en los milagros, afirma Elie Wiesel, hay que recordarles que la esperanza y la amistad son dos de los mayores milagros de la vida”. Muchas gracias.

Murcia, 7 de Marzo de 2014.



[1] Huanchu Daoren: Retorno a los orígenes. Reflexiones sobre el tao. Versión de Thomas Cleary, Edaf, Madrid, 1993, p. 32.

[2] Cf. Singer, C.: Studies in the history and method of science, Oxford, t. I, 1917. Las opinions científicas y las visions de Santa Hildegarda, p. 33.

[3] De Vita et Scriptis Jacobi Böhmii, oder Historischer Bericht von dem Leben und Schriften Jacob Böhmens, IV: Zeugnis von Hern Ehrenfried Hegenicii, cf. nn. 6-8. La carta citada se encuentra en las páginas 53 a 61 del tomo X de la edición de Will-Erich Peuckert que reproduce en once volúmenes en facsímil la de 1730.

[4] Ver, por ejemplo, De Trinitate, XII, c. 3, 4, 7 y 8.

[5] Cf. para esto su obra El Berilo, 6 y 7.

[6] Cf. La mente, III.

[7] González, A. L.: La doctrina de Nicolás de Cusa sobre la mente. Hacia una nueva gnoseología, Studia Philologica Valentiniana, Vol. 10, n.s. 7 (2007) p. 12.

[8] Cf. Flasch, K.: Nicolás de Cusa, Herder, Barcelona, 2003. Libro muy recomendable, fruto de 50 años de trabajo en el filósofo renacentista, a la vez introductorio y de profundización, con la peculiaridad de tomar como referencia la obra de Cusa: La lente (De beryllo).

[9] “Est enim mundus sensibilis quasi «liber» Dei digito «scriptus»”. Cf. el muy interesante artículo de José Gonzáles Ríos: Los grados de conocimiento hacia la visión mística en el pensamiento de Nicolás de Cusa (1401-1464), en el número 14 de la revista electrónica Mirabilia Journal (2012/1).

[10] Cf. De coniecturis, I, c. 2 (h III n. 7).

[11] La visión conjetural de lo divino en sí, es una instancia anterior a la coincidentia oppositorum; es principio de ésta.

[12] De visione dei, c. 4 (h VI n. 10).

[13] S. Th., I, 19, 8.

[14] Literalmente, escribe Santo Tomás en su Comentario a la ética a Nicómaco: “Dicitur intellectus ex eo quod intus legit, intuendo essentiam rei”, In Ethic., VI, 5, n.1179. Por su parte, Ortega comenta esta etimología, con el mismo sentido, en su primer libro: Meditaciones del Quijote.

[15] Cf. Novum Organum, 1, 3.

[16] Discurso del método, Espasa-Calpe, Madrid, 1968, p. 68.

[17] En Böhme, como en Paracelso, la imaginación es la potencia mágica por excelencia y por eso confiere a sus producciones no tanto un ser verdadero cuanto sólo un ser mágico, imaginal (diríamos con Ibn Arabi).

[18] Schelling, F. W. J.: Filosofía del arte, edición de Virginia López-Domínguez, Tecnos, Madrid, (2ª), 2012, p. 359.

[19] Cf. Koyré, A.: La philosophie de Jacob Boehme, Vrin, Paris, 1979 (3ª), pp. 347-348. Cf. también J. Boehme: Psycología Vera, qu. I, 128).

[20] Materia incorpórea, materia inmaterial, algo intermedio entre la materia grosera y el espíritu. Materia, como dice Koyré, de la que están hechos los sueños, materia de las apariciones, los fantasmas. “Muy lejos de ser una invención de Böhme, como lo cree erróneamente F. Oetinger, esta concepción del ens penetrabile, como él la llama [y que le parece el concepto capital de Böhme], es una herencia de la más alta antigüedad [así, por ejemplo, en los estoicos, es principio fundamental de su física, como poco más adelante recuerda Koyré]. Esta concepción era extremadamente popular en la época de Jacob Boehme, así como en la que le precede. La encontramos en todos los naturalistas del Renacimiento, en todos los cabalistas cristianos, en la mayor parte de los místicos protestantes. Se la encuentra por todas partes y siempre que la imaginación gana por mano al pensamiento, ya que no se puede imaginar de otro modo que en el espacio; se encuentra por todas partes igualmente donde la idea de vida recomienza o continúa jugando el papel de una categoría metafísica” (cf. Koyré, o. c., p. 114).

[21] “La concepción boehmiana de la imaginación está favorecida, según toda probabilidad, por el sentido de la palabra bilden, que quiere decir formar, de donde se puede sacar einbilden = informar y sich einbilden = formarse en e incorporarse a. Este retruécano, a decir verdad, no se encuentra en Böhme -lo hemos encontrado en Hegel- pero es del todo boehmiano” (Koyré, o. c., pp. 218-219, nota 4).

 

[22] Cf. el escrito de 1763 Sobre la realidad de las cosas fuera de Dios. Ver: G. Ephraim Lessing: Escritos filosóficos y teológicos. Edición de Agustín Andreu Rodrigo, Editora Nacional, Madrid, 1982, pp. 325-326.

[23] Cf. Enéadas, V, 5, 12, 33. Ver también el precioso libro de Pierre Hadot: Plotino o la simplicidad de la mirada, Alpha Decay, Barcelona, 2004, pp. 75-109.

[24] Cf. Enéadas, V, 3, 17, 28).

[25] Las palabras y expresiones entrecomilladas en este apartado remiten a María Zambrano y, en concreto, a pasajes de su obra Claros del bosque.

[26] “Y en el umbral mismo del vacío que crea la belleza, el ser terrestre, corporal y existente, se rinde; rinde su pretensión de ser por separado y aun la de ser él, él mismo; entrega sus sentidos que se hacen unos con el alma. Un suceso al que se le ha llamado contemplación y olvido de todo cuidado” (Claros del bosque). Pese a lo que escribimos acerca del cuidado, es verdad que Heidegger ha llamado serenidad o abandono (Gelassenheit) a esa apertura original del pensamiento a la realidad.

 

 

[27] Addas, C.: Ibn Arabi o la búsqueda del azufre rojo, Editora Regional de Murcia, 1996, p. 293. Comprobar.

[28] Cf. Futuhat, IV y Mora, F.: Ibn Arabi. Vida y enseñanzas del gran místico andalusí, Kairós, Barcelona, 2011, p. 71.

[29] Rumi, Y.: Rubayat, selección y traducción de Clara Janés y Ahmad Taherí, Ediciones Unesco, Madrid, 1996, p. 182.

La política y la metapolítica en el XI Encuentro anual del CEEC

Programa del XI Encuentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados (CEEC)

Metapolítica y espiritualidad

Arenas de San Pedro, 1 y 2 de Noviembre de 2013. Residencia de Nuestra Señora de Lourdes

Con el término metapolítica tratamos de designar una determinada visión sobre los contenidos metafísicos y espirituales que subyacen a las relaciones sociales o los sistemas políticos. Así, pues, al dedicar este Encuentro al tema de la metapolítica, no se quiere hacer referencia a situaciones concretas, sino profundizar en las categorías y experiencias trascendentales que nos pueden ayudar a comprender las raíces del poder más allá de las causas o circunstancias inmediatas, sean estas económicas, sociológicas o históricas. Partiendo de esta idea de la metapolítica como espiritualidad, conceptos tales como Ciudad, Imperio, Rey, Ley jurídica, etc., adquieren lecturas diferentes a las habituales. Las ponencias y comunicaciones que se presentan en este Encuentro intentarán desarrollar algunos de los aspectos a los que hemos aludido en relación con las raíces profundas de la vida comunitaria.

Ponencias:

Farshad Arjomandí: La democracia y el liderazgo moral.

Pablo Beneito: La política de la inspiración en Ibn Arabí.

Alfonso Colodrón: Política y espiritualidad en la vida cotidiana.

Antoni G. Carbó: La santidad arruinada: la abyección como señal del inspirado.

José Olives Puig: Renacimiento: salir de la Ciudad Cautiva.

Comunicaciones:

José Antonio Antón: El entendimiento agente y el gobierno perfecto.

Eugenio Silverio: Aspectos espirituales del pensamiento político de Gandhi.

Dionisio Cañas: Crónica espiritual de un viaje a Irán.

Teresa Aizpún: Autoridad y conciencia de sí mismo: retorno a la sabiduría.

Pere Sánchez Ferrer: La nebulosa New Age y el nuevo paradigma tecnológico.

María CucurellaLa ciudadela interior”. El gobierno de Marco Aurelio a la luz de la

                              filosofía estoica.

Se proyectará la película Juana de Arco de Dreyer y, como es habitual en nuestros Encuentros, a las ponencias y comunicaciones seguirá un amplio coloquio.

Sobre los ponentes:

Farshad Arjomandi: nació en Irán y se trasladó con su familia a España en 1978. Se afincó en la provincia de Barcelona donde pasó su infancia y juventud y realizó sus estudios, diplomándose como ingeniero técnico de telecomunicaciones por la Universidad Politécnica de Cataluña. Como socio fundador del Instituto de Desarrollo Iberoafricano (IDEIA), estuvo trabajando en un proyecto de cooperación para el establecimiento de un sistema de educación tutorial en Mozambique.

En 1994 se trasladó con su esposa e hijo a Madrid, para dedicarse exclusivamente a labores administrativas dentro de la Comunidad Bahá’í, representando a esta entidad ante la Coordinadora de ONG de Desarrollo y la Federación de Asociaciones de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, organismos gubernamentales y medios de comunicación.

Ha colaborado en proyectos de investigación con la Universidad Politécnica de Cataluña, del País Vasco y la Pública de Navarra, que han derivado en artículos publicados en revistas y publicaciones internacionales. Ha participado en la Cumbre Mundial de Desarrollo de Naciones Unidas, y durante los últimos años ha impartido formaciones y conferencias en temas relacionados con la paz, derechos humanos, desarrollo social y económico, liderazgo moral, educación en valores, diálogo interreligioso, el papel de la religión y la gestión del cambio personal, social y organizacional.

Pablo Beneito:

Doctor en Filología Árabe por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido Profesor Titular del Área de Estudios Árabes e Islámicos de la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla desde 1999 hasta 2008. Actualmente Profesor Titular en la Universidad de Murcia, ha sido profesor invitado en varias universidades; ha impartido cursos y conferencias y dirigido congresos internacionales en diferentes países.

Ha publicado ediciones y traducciones de varias obras de Ibn Arabi, entre ellas “El secreto de los nombres de Dios”, publicada también en francés, así como varias monografías (por ejemplo, “Mujeres de luz: la mística femenina, lo femenino en la mística, editado en Trotta) y ha dirigido colecciones especializadas en varias editoriales.

Hasta el fin de 2010 ha sido el Investigador Responsable el Grupo de Investigación El saber y la interpretación en las culturas del Libro. Preside en la actualidad la Mias Latina, rama de la Ibn Arabi Society de Oxford, con sede en Murcia, para la difusión y conocimiento de la obra del gran maestro andalusí en español, portugués e italiano.

Alfonso Colodrón: Es terapeuta gestáltico y consultor transpersonal. Tras licenciarse en Derecho (Complutense) y en Ciencias Sociales del Trabajo (Sorbona),  trabajó cinco años en la editorial exiliada en París Ruedo ibérico. Empleó cinco años más para dar la vuelta al mundo e iniciarse en el yoga, la meditación Vipassana y el Zen. Cocreador de tres comunidades ecológicas de desarrollo personal, ha traducido medio centenar de obras de psicología humanista y tradiciones orientales. Autor de El latido de las palabras, Tao Te Ching al alcance de todos, La adopción, un viaje de ida y vuelta, Quiéreme libre, déjame ser, y Hora de despertar. Política y espiritualidad en la vida cotidiana. Cuando no trabaja, planta árboles, da de comer a los pájaros y contempla el paso de las nubes.

Antoni Gonzalo Carbó.

Profesor Titular de Pintura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. Miembro de la Sociedad Española de Iranología. Su ámbito de estudio se centra en la relación entre los campos de la filosofía de la religión, la mística y el arte. Colaborador habitual de revistas de filosofía como Convivium y Aurora (Universidad de Barcelona), ha publicado numerosos artículos sobre pensamiento contemporáneo, mística y arte contemporáneo. Su línea de investigación más reciente versa sobre la ontología de las imágenes en el cine contemporáneo y sobre la relación entre pensamiento, poesía y cine. Ha participado en distintos congresos y seminarios, nacionales e internacionales, sobre filosofía y mística.

José Olives Puig: Renacedor, terapeuta, y conferenciante. Experto en ciencias y artes tradicionales de Oriente y Occidente. Doctor en Filosofía y Letras. Ha sido profesor en las distintas universidades de Barcelona (1974-2011), y en la de Nueva York (NYU 1977-78). Catedrático de Antropología y Historia del Pensamiento, Universidad Internacional de Cataluña  y Decano fundacional de las Humanidades de dicha Universidad, donde se imparten obligatorias en todas las titulaciones con la denominación Pensamiento.

Autor de “La Ciudad Cautiva: ensayos de teoría sociopolítica fundamental”, Ed. Siruela, Madrid 2006. Blog <artedelaenergia.wordpress.com> y facebook idem.

Interesados escribid a: ceecmail@hotmail.com 

El círculo de estudios espirituales comparados tiene una web

Así es, estimados amigos. Desde hace solo tres días el CEEC (Círculo de Estudios Espirituales Comparados), que celebra anualmente sus Encuentros en Arenas de San Pedro (Ávila), tiene una página web que podéis visitar.

Es la que os escribo a continuación. Disculpadme por no saber crear aquí un enlace directo (aunque igual lo he hecho, queriendo sin querer; ojalá).

Aprecio mucho lo que hace este grupo de amigos (grupo abierto, aunque se llame "Círculo") y por eso, siempre que puedo, lo doy a conocer.

http://www.circulodeestudiosespiritualescomparados.org/ 

La escatología, tema del X Encuentro del Círculo de estudios espirituales comparados

    El X Encuentro del CEEC tendrá lugar entre los días 6 y 9 de diciembre, durante el puente de la constitución y la Inmaculada, en la residencia de Nuestra Señora de Lourdes de Arenas de San Pedro (Ávila), y llevará por título Escatología y fin de los tiempos.

    Pensamos que es un tema de permanente actualidad, acentuada tal vez por las características de nuestro tiempo. Tanto la perspectiva personal o microcósmica (destino del alma, estados póstumos de existencia, la transmigración, etc.) como la general o macrocósmica (los últimos tiempos, el final de un ciclo, el fin del mundo…) queremos que sean tenidas en consideración, aunque partiendo de la perspectiva personal o dedicando a ésta tal vez más espacio. La tradición cristiana será especialmente evaluada, pero atendiendo siempre, como es habitual en nuestros Encuentros, a la amplitud de miradas y horizontes, proponiendo un diálogo abierto y cordial entre personas y tradiciones.

    Así, por ejemplo, Agustín Andreu nos expondrá su visión del tema desde la filosofía de Leibniz y desde su propio concepto de revelación, sobre todo en neotestamentaria. José Antonio Antón nos propone relacionar el pensamiento de tres personalidades extraordinarias y Eugenio Silverio parte de la filosofía y la fenomenología para su ponencia. Antonio de Diego abordará la influencia del islam y su escatología en la cultura saheliana y Dionisio Romero nos propone reflexionar sobre él concepto cristiano de la resurrección, mientras que Joaquín Albaicín atenderá cuestiones que se relacionan propiamente con el fin del mundo o del ciclo.

    Así que el elenco de ponentes y títulos queda de la siguiente manera, indicado por orden alfabético:

    Joaquín Albaicín: Reflexiones apocalípticas. De Hildegarda de Bingen a Ali Agca. 

    Agustín Andreu Rodrigo: Lo último no lo pone nadie.

    José Antonio Antón Pacheco: Zaratustra, Pablo de Tarso, Swedenborg: ¿Una confluencia escatológica?

    Antonio de Diego: Milenarismo, mahdismo y anticolonialismo en tierra  Hausa.

    Dionisio Romero: La resurrección de la carne en la tradición cristiana.

    Eugenio Silverio: Parusía y escatología. Aproximaciones desde un punto de vista filosófico.

    Más abajo damos información acerca de los ponentes.

    Son seis ponencias y cuatro comunicaciones (como abajo se indica en el programa detallado) seguidas de sus correspondientes coloquios. Por ser día festivo, la primera comenzaría en la tarde del jueves  día 6, a las 7 (19 horas). Las cinco restantes quedarán distribuidas en los dos días siguientes, el viernes y el sábado, así como la exposición más breve y el debate de las comunicaciones recibidas, esto último para el sábado día 8 en el espacio previo a la cena. El Encuentro concluirá, como viene siendo habitual, en la mañana del domingo con un tiempo dedicado a las conclusiones y perspectivas para el siguiente año. Igual que se hizo en el Encuentro anterior, tenemos pensado proyectar una película relacionada con nuestro tema.

    El precio, que incluye la matrícula y la estancia completa (habitación, desayuno, comida y cena) desde la tarde del jueves al domingo en después de comer, al igual que el año pasado, es de 200 euros para quienes ya hayan asistido antes a algún Encuentro, y de 250 euros para quienes se inscriban por primera vez. Este año también intentaremos ofrecer, dentro de nuestras posibilidades, una inscripción bonificada (150 euros) para personas en paro o jóvenes estudiantes, con el fin de que la cuestión económica no sea un impedimento (o lo sea en menor medida) para la asistencia al Encuentro. También cabría la posibilidad de no alojarse en la residencia, en cuyo caso la matrícula conlleva un coste de 60 y 85 euros, respectivamente (la inscripción bonificada no admite esta fórmula). Además, como es habitual, las personas que hayan participado como ponentes alguna vez en los Encuentros pueden beneficiarse del precio reducido de 150 euros.

    Por lo demás, la recepción de los asistentes se realizará la tarde del jueves día 6, a partir de las 4:30 de la tarde en la misma residencia y hasta las 6:30, ya que a las 7, como hemos dicho, se inicia el Encuentro con la primera ponencia. Todo esto se recordará y ampliará a las personas inscritas en el momento oportuno.

   Quienes deseen asistir pueden dirigirse al siguiente correo: ceecmail@hotmail.com

   Participan como ponentes:

    Joaquín Albaicín (Madrid, 1965) es escritor, conferenciante y cronista de la vida artística. De origen gitano y familia de artistas, es autor de –entre otras obras– En pos del Sol: los gitanos en la historia, el mito y la leyenda (Obelisco), La serpiente terrenal (Anagrama) y El príncipe que ha de venir (Muchnik). Sus artículos sobre pensamiento tradicional han aparecido en cabeceras como ABC, El País, The Ecologist, Axis Mundi, Letra y Espíritu o Altar Mayor. 

      Agustín Andreu (Valencia, 1928) estudió Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario Metropolitano de Valencia. Se doctoró en Teología Oriental en el Pontificio Instituto Oriental de Roma. Enseñó Teología Dogmática en la Facultad de Teología de Valencia (1956-76); perteneció al Instituto de Filosofía del CSIC (1980-95); fundó y presidió la Universidad de Verano del Zambuch (Pedralba; 1975-2000); dirigió la Institución Valenciana de Estudios e Investigación (IVEI), y en la actualidad dirige en Valencia el Seminario Leibniz, siendo Presidente Honorario de la Sociedad Leibniz de España. Se considera teólogo y filósofo (no confesional, es decir, que no trabaja para una determinada confesión, sino para el significado último de la fe cristiana).

 

     José Antonio Antón (Sevilla, 1952) es profesor de filosofía antigua y medieval en la Universidad de Sevilla. Se dedica a cuestiones de hermenéutica, filosofía de la religión y filosofía comparada. Ha refundado la Sociedad Swedenborg de España y ha creado su órgano de expresión, la revista Bóreas. Entre sus libros: Elementos de metafísica tradicional (1982), Symbolica nomina (1988), Ensayo sobre el tiempo axial (1995), Los testigos del instante (2003), El profeta del norte (2009); en colaboración: Swedenborg, habitante de dos mundos (2000) La sabiduría mazdea (2007), Louis Massignon (2008). 

      Antonio de Diego (1986) es antropólogo e islamólogo. Licenciado en Filosofía (Málaga, 2009) y Máster en Artes del Espectáculo Vivo (Sevilla, 2010). Actualmente realiza su doctorado en filosofía de la religión en la Universidad de Sevilla bajo la dirección de J. Choza como becario FPU del Ministerio de Educación. Ha publicado diversos artículos sobre religiones, escena y performance, y ha editado el libro La Independencia de América. Primer centenario y segundo centenario (Thémata Editorial, 2011). Sus líneas de investigación se centran en la historia de las ideas africanas y afroamericanas, así como en la antropología del Islâm. 

 

       Dionisio Romero (Santander, 1961) lleva los últimos años de su vida trabajando y viviendo en una finca en la Sierra de Gata, desde donde dirige su empresa, Sálama Comunicación. Fue fundador de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y trabajó durante años en el ámbito medioambiental. Ha escrito varios libros de poesía: Tareas de la distancia (ed. Huerga y Fierro) y Kaligandaki (ed. 7 i mid), con el que obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Hierro. Además, ha participado anteriormente en el CEEC (con dos ponencias publicadas en La Naturaleza y el Espíritu y El conocimiento y la experiencia espiritual, Olañeta). Actualmente es asesor editorial de la revista AgendaViva, y publica regularmente en The Ecologist, entre otras. 

 

       Eugenio Silverio (La Línea de la Concepción, 1954). Es licenciado en Filosofía y doctorando en la Universidad de Sevilla. Lleva años investigando el pensamiento de Michel Henry, centrándose en su fenomenología de la vida, sin dejar por ello de ampliar el campo de su investigación a distintos aspectos del pensamiento gnóstico y metafísico tradicional, así como a funciones sutiles de la consciencia. Filósofo no profesional, se ha planteado desde siempre no tanto escribir sobre filosofía como llevar a cabo mediante su estudio una autotransformación, discretamente experimentada en medio del mundo; un no-hacer concreto y activo que no sea una forma de huida del mundo, sino todo lo contrario: una asunción de las circunstancias capaz de convertir la práctica filosófica en un ejercicio vivido, lúcido, sin ruido.

         Incluyendo las cuatro comunicaciones presentadas, el programa queda concretado de la siguiente manera:

 

        Jueves 6 (tarde; de 16,30 a 18,00, recepción de los asistentes).

18:30: José Antonio Antón. Zaratustra, Pablo de Tarso, Swedenborg: ¿una

                                       confluencia escatológica? 

            Viernes 7 (mañana y tarde) 

9,30: Eugenio Silverio. Parusía y escatología: aproximaciones desde un punto de

                                vista filosófico.

 12,00: Primera sesión de comunicaciones. Intervienen:

          Agustín López Tobajas. Reflexiones en torno a El caballo de Turín. 

          Francisco Martínez Albarracín. Morir antes de morir.

16,30: Joaquín Albaicín. Reflexiones apocalípticas. De Hildegarda de Bingen

                                   a Ali Agca.

18,45: Proyección de la película Adiós a Matiora, de E. Klimov.

              Sábado 8 (mañana y tarde) 

9,30: Dionisio Romero. La resurrección de la carne en la tradición cristiana

12,00: Segunda sesión de comunicaciones. Intervienen:

            David López. Para un apocalipsis lógico.

            Eduardo Zazo. Escatología y filosofía de la historia:

                                hacia Karl Löwith.

16,30: Antonio de Diego. Milenarismo, mahdismo y anticolonialismo

                                     en tierra Hausa

18,45: Agustín Andreu. Lo último no lo pone nadie.

              Domingo 9 (mañana)                 

10:00: Conclusiones del Encuentro y perspectivas para el próximo.

La ética de Sócrates

La ética de Sócrates

Sócrates vivió en Atenas durante el siglo quinto a. C. Es la época de Pericles, de la democracia y del esplendor de Atenas (el arte griego). Filosóficamente es también la época de Sócrates y de los Sofistas.

Sócrates fue el maestro de Platón, considerado este último uno de los más grandes filósofos que han existido, y ha pasado a la historia como el modelo o prototipo del filósofo, pese a que nunca escribió nada. Sabemos de él por los escritos y los testimonios de Platón, sobre todo, pero también de Jenofonte y Aristófanes.

No era hombre físicamente hermoso, ni de familia noble o rica, ni era tampoco un gran orador, al menos según el gusto antiguo, sin embargo su influencia ha sido extraordinariamente importante. Seguramente por el retrato, magnífico, que de él realiza en sus obras, en sus Diálogos, su discípulo Platón, quien le hace aparecer como protagonista en casi todos sus escritos. En los primeros escritos de juventud, a decir de los especialistas, podemos rastrear el genuino pensamiento socrático sin confundirlo con el del propio Platón. Algunas de estas obras son: la Apología de Sócrates, el Critón, el Eutifrón y el Gorgias.

Además de la devoción de Platón por su maestro, la condena a muerte de éste, tras una acusación injusta, y su posterior ejecución, sin duda contribuyeron a engrandecer su figura. La de un hombre sabio e íntegro, incorruptible, generoso, consciente de su misión y que supo mostrar con su vida y con su muerte una de sus enseñanzas fundamentales: que es preferible sufrir la injusticia antes que cometerla[1]. Su respeto por la ley, por las leyes de la ciudad en la que siempre vivió, le hizo rehusar la huida de la cárcel (no hubiese sido difícil, a sus amigos y discípulos ricos, sobornar al carcelero, pues hubo tiempo[2] y oportunidades para ello), el exilio, igual que su honestidad y sinceridad (acaso también su testarudez) le llevaron a defenderse a sí mismo, en vez de utilizar los recursos y triquiñuelas habituales en su época para ablandar a los jueces. Un jurado de quinientas personas le declaró culpable por un margen de unos 60 votos; una prueba de que la mayoría no siempre tiene la razón.

¿De qué se le acusaba? Dos ciudadanos, de cuyo nombre no deseo ahora ni acordarme, presentaron la acusación formal: introducir dioses nuevos en la ciudad y corromper a la juventud. Dice Jeanne Hersch que la verdadera razón era, sin embargo, “que lo cuestionaba todo: la naturaleza y el derecho del poder, la autoridad, la religión, la idea que se tenía de los dioses, de la virtud, del bien y de la justicia, del mal y de la injusticia. Su crítica no escatimaba nada y tenía evidentemente un alcance político. Por ello fue juzgado peligroso”[3].

Pero Sócrates hablaba también de una voz divina que escuchaba en su interior, el aviso de un daimon o divinidad particular; un “genio” o un “ángel”, un ser intermedio entre los dioses y los hombres, que generalmente le disuadía de realizar alguna acción o, en menor medida, le animaba a llevarla a cabo. Como nos dice Jenofonte, esta señal divina tenía, para Sócrates, un papel análogo al que cumplían los oráculos, los augurios o las formas tradicionales de adivinación.

El llamado demonio socrático, que algunos interpretan como la voz de la conciencia, en todo caso tiene que ver con la convicción del propio Sócrates de haber recibido un encargo divino: incitar y despertar a sus conciudadanos aconsejándoles que se cuidasen ante todo de su alma, de los bienes propios del alma que la mejoran y embellecen, en vez de perseguir con tanto afán los bienes externos, las riquezas, los honores y la fama, el poder y las influencias, o el disfrute de placeres sin límite.

La frase: “sólo sé que no sé nada” también se atribuye al Sócrates histórico. En ella puede haber un poco de ironía, pues la ironía era algo muy propio de Sócrates, pero seguramente también la convicción de que las verdades no se alcanzan fácilmente, que deben buscarse de manera incansable y con la mente abierta, que uno debe estar alerta ante el autoengaño (los seres humanos aceptamos con facilidad el propio engaño, bien para justificar nuestras acciones, bien para eludir responsabilidades), que deben buscarse siempre las mejores razones para fundamentar nuestra acción, que hay que ser dialogante y estar dispuesto a aceptar los argumentos de los demás si son más convincentes que los nuestros.

La belleza de la verdad y de la sabiduría es tal que nunca cabe en un pensamiento cerrado o dogmático. Cuando el amigo de Sócrates, Querefonte, preguntó al oráculo de Apolo, en la ciudad de Delfos, si había alguien más sabio que Sócrates y la voz divina le respondió que no, el propio Sócrates, que no se consideraba sabio, pero que creía que la divinidad no puede mentir, interpretó las palabras del oráculo en el sentido siguiente: los seres humanos de ordinario creen saber lo que en realidad desconocen, mientras que yo, Sócrates, soy consciente de mi propia ignorancia. Es sólo por esto por lo que el oráculo me considera más sabio que ellos.

Sócrates pensaba que una vida sin búsqueda, sin investigación, sin inquietud por conocer, no era una vida digna del ser humano. Maestro en el arte del diálogo, preguntaba una y otra vez a sus interlocutores qué entendían por la justicia, la piedad, el valor, la amistad o cualquier otra cosa; preferentemente, eso sí, asuntos morales. Buscaba Sócrates con ello encontrar una definición universal, objetiva, acerca de los valores, de lo que es bueno o excelente en sí mismo. Mediante la técnica de la refutación mostraba, conduciendo el debate, que las definiciones que se proponían eran insuficientes y que había que seguir reflexionando; mostraba a los interlocutores que las ideas que tenían no eran suficientemente ciertas y, desde luego, al ponerlos en evidencia, Sócrates debió ganarse más de un enemigo: personas recelosas, envidiosas o resentidas, que más tarde se alegrarían de su procesamiento. A Sócrates le llamaban el tábano, ya que no dejaba de insistir y apremiar, de sacudir las conciencias y aguijonearlas, de incordiar a los cómodos, satisfechos y egoístas, para que se cuestionasen a sí mismos y cambiasen y mejorasen su forma de vida.

Por lo que acabamos de decir, se comprenderá que un rasgo esencial de la filosofía de Sócrates es el de ahondar en el propio conocimiento, profundizar en el propio interior. “Nos ordena conocer el alma aquel que nos dice conócete a ti mismo”, afirmaba. El lema del frontispicio del templo de Apolo en Delfos es también la máxima fundamental del pensamiento socrático.

Centrémonos ahora en los principios de su Ética. Ya hemos dicho que, para Sócrates, en manera alguna es lícito cometer una injusticia; que hemos de estar dispuestos, incluso, a sufrirla si no hay más remedio, pero que el mayor mal es ser uno mismo injusto con los demás, hacerles algún tipo de daño. En términos positivos, la búsqueda de la justicia, la integridad y honestidad personales, la práctica de las virtudes o excelencias (areté, en griego) morales -pues para Sócrates todas ellas constituyen en el fondo una unidad- es el objetivo de la vida, lo que hace a una vida humana digna de ser vivida.

Cinco son para Sócrates y las virtudes principales: prudencia, justicia, piedad, fortaleza y templanza. La prudencia, sensatez o sabiduría, para acertar en lo que debe hacerse, para tomar las decisiones adecuadas y elegir los mejores medios que convengan un fin; la justicia en todos los intercambios y relaciones humanas, cumpliendo con los acuerdos y con la palabra dada; la piedad para con los dioses y en todo lo concerniente a las obligaciones religiosas; la fortaleza o el valor para afrontar las situaciones difíciles o peligrosas y para tener el coraje de no ceder ante la injusticia, antes bien denunciarla; la templanza o moderación, en fin, que es la base de la virtud y consiste en el dominio de uno mismo, el debido control sobre las pasiones, deseos inmoderados o ambiciones excesivas o irracionales.

Cinco virtudes o excelencias que se requieren mutuamente y que en el fondo constituyen, como hemos dicho, una sola virtud: el orden, la armonía y la integridad de la propia persona que vive del aprecio y la práctica de lo que es verdaderamente hermoso, noble y bueno. Esta es la buena condición del alma. La persona sabia es la que comprende estas verdades y es capaz de vivir conforme a ellas. Por eso mismo es, para Sócrates, la persona más feliz, puesto que la práctica de las virtudes no es un simple medio para alcanzar la felicidad, sino que la virtud constituye la misma felicidad.

Apreciamos, por tanto, que la vida buena es la vida inteligente, la vida guiada por la razón, pues uno es verdaderamente racional cuando elige lo que es mejor para él mismo y para los demás. Por eso no hay que confundir el bien con el propio interés o la mera conveniencia personal. Sólo los bienes morales, la práctica de las virtudes, constituyen el genuino bien de la persona. De igual manera, el verdadero mal que debemos rechazar no es otra cosa que los males morales: la injusticia, violencia y depravación en todas sus formas.

Sócrates creía en la existencia de un orden universal (thémis, en griego), que ni siquiera los dioses podían transgredir. Y este orden es el que fundamenta valores y verdades objetivas, universales, válidas para todo ser humano y que nosotros podemos conocer. Una acción moral es buena si es conforme a este orden cósmico o natural, un orden del que participa la naturaleza humana, tal como acabamos de decir, cuando se rige por la razón. Por eso la justicia representa, en al ámbito de la vida y las relaciones humanas, dicho orden de la Naturaleza u orden del mundo.

Un especialista en Sócrates, Alfonso Gómez-Lobo, ha resumido muy bien los principios de la ética socrática[4]. Yo resumo y modifico un poco aquí su propio resumen:

1º. Una elección es racional cuando elige lo que es mejor para el agente.

2º. Para todo ser humano, es bueno ser un buen ser humano y lo mejor es ser un excelente (virtuoso) ser humano.

3º. Toda persona, antes de actuar, debe considerar exclusivamente si lo que va hacer es justo o injusto. Pues algo es bueno para nosotros sólo en el caso de que sea moralmente justo.

4º. Uno no debe de ningún modo cometer una injusticia, pues ello es siempre algo malo y vergonzoso. Tampoco se puede cometer una injusticia como respuesta a otra injusticia sufrida.

5º. Debe valorarse, por encima de todo, no la vida, sino la vida buena. La virtud es, así, considerada más valiosa que la vida misma.

6º. El mayor bien, la felicidad, consiste en actuar de manera noble y buena. El mayor de los males, en cambio, es la acción injusta.

7º. Toda persona racional quiere su verdadero bien, aunque a veces lo desconoce. Por eso hemos de buscarlo con toda sinceridad y honestidad.

8º. Algo es realmente bueno si posee el orden que le es propio.

De estos principios se sigue que la persona sensata, sabía y prudente es la que conoce lo que es bueno y lo practica; la que vive conforme a sus ideales y verdades o convicciones más esenciales. Por eso el sabio no obra mal y por eso, también, la persona malvada es un profundo ignorante: de su verdadera naturaleza y de las cosas que hacen hermosa y plena la vida. El llamado intelectualismo moral socrático, que hace coincidir el bien con el conocimiento y asocia a ambos con la felicidad, acaso no sea siempre bien entendido, pues no puede ignorar nuestras limitaciones y debilidades, ni desconocer tampoco que no basta simplemente con saber que algo es bueno para elegirlo siempre.

Sócrates concedía una gran importancia la educación y quiso decirnos que la propia vida y el propio conocimiento han de ir de la mano, que no pueden separarse el ser y el conocer, que ser es siempre más importante que tener y que la propia experiencia y vivencia de los bienes verdaderos, de aquellos que realmente contribuyen a la excelencia y a la plena realización de un ser humano, es inseparable de nuestro conocimiento acerca de los mismos, constituye el genuino conocimiento.

Sócrates no enseñaba propiamente nada; tampoco cobraba a sus discípulos, ni era partidario de los largos discursos o de la retórica, del arte de la persuasión. Por el contrario, animaba a sus amigos, discípulos e interlocutores a que buscasen por sí mismos y en sí mismos las verdades esenciales; les ayudaba dialogando, formulando preguntas y orientándoles para que se hiciese la luz en sus propias almas, en sus propias inteligencias. Él, hijo de una partera, fue maestro en el arte de alumbrar las verdades. Partiendo de la docta ignorancia, como se la llamará más tarde, de la búsqueda común e incesante, de la apertura intelectual y el aprecio por la argumentación racional, del amor por la belleza en todas sus formas, sobre todo espirituales y morales, este hombre modesto, sencillo, del pueblo, este sabio que no escribió nunca nada, ha tenido una influencia histórica inestimable y permanece todavía como modelo del filósofo, así como paradigma de la integridad ética y de la estimación de la justicia.



[1] En su propia vida apreciamos que actuó siempre conforme a sus ideas y principios. Demostró valor, entereza y sobriedad en múltiples circunstancias, y su carácter íntegro e insobornable cuando se opuso a participar en el arresto de León de Salamina, ya que pensaba que un arresto al que iba a seguir una ejecución sin juicio es algo injusto (ver Apología de Sócrates 32 c 3 – d 7). Un excelente estudio biográfico es el libro de Antonio Tovar: Vida de Sócrates, Alianza, Madrid, 1999.

[2] La víspera del juicio a Sócrates se inició precisamente un período que vendría a durar 30 días y en el que no se podía ejecutar a nadie, para mantener pura la ciudad, pues se conmemoraba el aniversario del viaje de Teseo hasta Creta y la liberación de los jóvenes que debían sacrificarse al Minotauro. En cumplimiento de una promesa a Apolo, todos los años se fletaba un barco en peregrinación a Delos, la isla del mar Egeo, cuna de Apolo y Artemisa. Platón se refiere esto en su diálogo Fedón y lo interpreta como una coincidencia afortunada y como un favor que el propio Apolo concediera a Sócrates (ver Fedón, 58 a 6 – c 5).

[3] Hersch, J.: El gran asombro. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofía, Acantilado, Barcelona, 2010, p. 25.

[4] Gómez-Lobo, A.: La ética de Sócrates, Editorial Andrés Bello, Barcelona, 1999, pp. 209-210.

La conciencia, tema del IX Encuentro del CEEC en Ávila (España)

La conciencia, tema del IX Encuentro del CEEC en Ávila (España)

Con fecha del 10 de Septiembre de 2011, me llega esta nota informativa de estos amigos míos y, lo que es más importante, de la sabiduría:

Queridos amigos del CEEC:

Tal como os anunciamos la pasada primavera, nos dirigimos ahora a vosotros para confirmaros la celebración del IX Encuentro del Círculo de Estudios Espirituales Comparados y para enviaros información más detallada en torno a las condiciones de inscripción.

Os recordamos que el IX Encuentro del CEEC tendrá lugar entre los días 28 y 31 de octubre, en la residencia de Nuestra Señora de Lourdes de Arenas de San Pedro (Ávila), y llevará por título Conciencia: imagen y concepto.

En efecto, partiendo del presupuesto de que la conciencia es siempre intencional, es decir, siempre hay conciencia de algo, la reflexión nos muestra que existen dos modos fundamentales de contenidos de la conciencia: la representación (o ámbito de las imágenes) y el concepto (o ámbito de lo inteligible). Pero queda como trasfondo la siguiente pregunta: ¿es posible la experiencia de una conciencia no intencional, esto es, una conciencia de la pura conciencia? Desde el arte, la mística o la psicología profunda, intentaremos abrir caminos hacia esa lámpara que todo lo ve.

Para desarrollar el tema propuesto, contamos con los siguientes ponentes y títulos:

José Antonio Antón Pacheco: La fenomenología en el origen del pensamiento de Henry Corbin.

Enrique Galán Santamaría: El «Libro rojo» de Jung: imaginación y reflexión

Eugenio Silverio: La gnosis de los simples: el problema de la receptividad en la fenomenología de la vida de Michel Henry.

María Jesús Hermoso Félix: El símbolo y la imagen en el De Mysteriis de Jámblico: un itinerario de contemplación.

José Miguel Puerta Vílchez: El corazón percibe lo que no capta la vista (caligrafía árabe e inspiración sufí).

Jesús Moreno Sanz: El logos oscuro en María Zambrano.

Son seis ponencias, tres el sábado día 29 de octubre y tres el domingo 30. La mañana del día 31 de noviembre la dedicaremos a las dos comunicaciones presentadas (a cargo de María Cucurella y Enrique Jerez) y a la elección del tema del siguiente Encuentro (notad que este año el martes día 1 es fiesta, de modo que no será obligado para muchos ausentarse la última mañana, como suele ser habitual). La proyección de una película relacionada con el tema del Encuentro y la celebración de una mesa redonda con ponentes e invitados completarán las actividades programadas.

Por lo demás, podemos considerar abierto ya el plazo de inscripciones: este año, hemos decidido abrirlo de una vez por todas para antiguos y nuevos asistentes, de modo que, aunque los primeros conserváis la “prioridad informativa”, a la hora de adjudicar las plazas se observará el orden de inscripción.

El número de cuenta (de La Caixa) donde hay que realizar el ingreso es este: 2100 - 2164 - 58 – 0100504225, y aparece a nombre de Enrique Jerez, una de las tres personas que estamos organizando el Encuentro.

El precio, que incluye la matrícula y la estancia completa (habitación, desayuno, comida y cena) desde la tarde del viernes al lunes después de comer, es de 200 euros para quienes ya hayan asistido antes a algún Encuentro, y de 250 euros para quienes se inscriban por primera vez. Como novedad, este año ofrecemos una inscripción bonificada (150 euros) para personas en paro o jóvenes estudiantes, con el fin de que la cuestión económica no sea un impedimento (o lo sea en menor medida) para la asistencia al Encuentro (si es este tu caso, no dudes en comunicárnoslo vía e-mail o por teléfono). También cabría la posibilidad de no alojarse en la residencia, en cuyo caso la matrícula conlleva un coste de 60 y 85 euros, respectivamente (la inscripción bonificada no admite esta fórmula). Además, como es habitual, las personas que hayan participado como ponentes alguna vez en los Encuentros pueden beneficiarse del precio reducido de 150 euros.

Aunque aún sea pronto, recordamos que conviene llamar por teléfono antes de realizar el ingreso para asegurarse de que quedan plazas libres. Para el contacto, podéis escribir al correo del CEEC: ceecmail@hotmail.com o llamar a Enrique Jerez: 662 366 733. Si preferís un fijo, podéis llamar a Paco Martínez Albarracín: 968 00 21 19.

Por lo demás, la recepción de los asistentes se realizará la tarde del viernes 28, más o menos hasta la cena (intervalo que aprovecharemos para tener una breve reunión informativa de carácter informal), y las conferencias comenzarán el sábado, después del desayuno. El lunes día 31 de octubre, si uno lo desea, puede quedarse a comer en la residencia; tras esa comida concluye el Encuentro. Todo esto se recordará y ampliará a las personas inscritas en el momento oportuno.

Nada más por el momento. Gracias por vuestra atención y recibid un cordial saludo.

Organización del IX Encuentro del CEEC:

José Antonio Antón, Enrique Jerez y Paco Martínez Albarracín

 

Máximas y pensamientos filosóficos

   Ofrezco al amable lector y visitante estas frases recopiladas con tiempo y con mimo. Algunas, muy simples y conocidas, las utilizaba en mis clases. Más tarde comprobé cómo mis jóvenes alumnos gustaban de las máximas.

   Los versículos de oro pitagóricos, las máximas extremo-orientales, Séneca, Schopenhauer o los clásicos castellanos... Tantos y tantos veneros de sabiduría culta y popular.

   Es inevitable, en mí, seguir recopilando al curso de las lecturas. Quizás en el futuro ampliemos esta colección que ya a todos os pertenece.

 

1. Las cosas bellas son difíciles (Platón).

2. Ser consiste en ser percibido (Berkeley).

3. El alma es, en cierta manera, todas las cosas (Aristóteles).

4. ¿No es acaso todo ver una herida de la luz? (María Zambrano).

5. El tiempo no existe sin el alma (Aristóteles).

6. Al hombre no le perturban las cosas, sino sus imaginaciones acerca de las cosas (Epícteto).

7. Los que hablan no saben; los que saben no hablan (Lao-Tsé).

8. Yo soy yo y mi circunstancia (Ortega y Gasset).

9. Ver o no ver, esa es la cuestión (Anónimo).

10. Nosotros ponemos en todo lo que hacemos el pensamiento de todo lo que amamos (J. R. R. Tolkien).

 

11. El amor ve al otro como uno (María Zambrano).

12. Conócete a ti mismo (Sócrates).

13. Dios es armonía de contrarios, coincidencia de opuestos (Nicolás de Cusa).

14. La eternidad es la ausencia del tiempo, la supresión del tiempo (Anónimo).

15. Cuando el amante está junto al amado, allí se descansa (Leonardo da Vinci).

16. ¿No es acaso la ternura el germen de una sonrisa que da el fruto de una lágrima? (Ortega).

17. El amanecer es siempre para el hombre una esperanza (Tolkien).

18. Hay que dormirse arriba, en la luz; conviene estar despierto abajo, en la oscuridad (María  Zambrano).

19. Párate... y verás (Anónimo).

20. La vida es sueño (Calderón y tantos otros).

 

21. Sólo si eres tú mismo, tu puro tú mismo, puedes ver las cosas como son (R. Pánikkar).

22. El fundamento de la vida es la inconsciencia; si el corazón pudiese pensar, se pararía (F.Pessoa).

23. De lo que no se puede hablar, mejor es callar (L. Wittgenstein).

24. El amor mueve el sol y las demás estrellas (Dante).

25. Los que buscan oro cavan mucho, encuentran poco (Heráclito).

26. Quienes afirman conocer a Dios no le conocen. Los que aseguran no conocerle le conocen (Chuang-Tsé, el Vedanta, etc.).

27. Sabemos y experimentamos que somos eternos ( Spinoza).

28. No conocemos las esencias de las cosas (Tomás de Aquino).

29. Tuve que dejar a un lado el saber para abrir camino a la fe (Kant).

30. De alguna manera es cierto que Dios no ve, no conoce, el Mal (Anónimo).

 

31. No vayas fuera, busca dentro de ti. En el hombre interior habita la verdad. Y si encontraras mutable a tu propia naturaleza, trasciéndete también a ti mismo (S. Agustín de Hipona).                    

32. Los filósofos desean conocer muchas cosas, pero la sabiduría no consiste en la erudición  (Heráclito de Efeso).

33. ¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Jesús de Nazaret).

34. El alma, la psique, es mediadora entre el cuerpo y el espíritu. Los tres constituyen al ser humano (Anónimo, verdad tradicional).

35. La cara es el espejo del alma (Refranero).

36. Lo interior también puede ser conocido por medio de lo exterior. Pero es lo interno quien conoce (Anónimo).

37. Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas (Antonio Machado).       

38. Sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da (Antonio Machado).

39. La verdad sólo tiene un nombre, caminos mil (Anónimo).

40. Sólo a través del Desierto puede alcanzarse la Tierra prometida (Anónimo).

 

41. Las personas, de ordinario, decimos lo que sabemos, pero no sabemos lo que decimos (Juan Saravia).

42. Lo que está arriba es como lo que está abajo, aunque reflejado de modo inverso (Hermetismo tradicional. Tabla de Esmeralda).

43. La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés (A. Machado).

44. En mucha sabiduría hay aflicción. El que aumenta sus conocimientos aumenta sus   padecimientos (Libros sapienciales de la Biblia, Psalmos).

45. El que ama se engendra a sí mismo a cada instante (María Zambrano).     

46. Aquel que quiebra algo para averiguar qué es, ha abandonado el camino de la sabiduría (Tolkien).

47. Arte es poner en práctica un conocimiento mediante una acción (René Daumal).

48. La música es una metafísica que se ha vuelto sensible (A. Schopenhauer).

49. Todo conocimiento verdadero culmina en delirio (José Lezama Lima).

50. Cuando amanece, ahí está el misterio (René Daumal).

 

51. La música es el alma de la geometría (Paul Claudel).

52. Pregunté a un niño que iba con una vela: “¿De dónde viene esa luz?” Al instante la apagó: “Dime adónde ha ido -respondió- y te diré de dónde vino” (Hasán de Basra).

53. Si desprecias el lugar donde vives, el lugar donde vayas te despreciará (Proverbio Tuareg).

54. Hay quien cruza el bosque y no ve leña para el fuego (León Tolstoi).

55. Mi corazón se ha hecho capaz de aceptar todas las formas: es pasto para gacelas y convento para los monjes cristianos, templo para los ídolos y Ka’aba para el peregrino; las tablas de la Ley mosaica y el Corán de los fieles. Amor es mi credo y mi fe (Ibn Arabí).

56. Una vida sin búsqueda no es digna de ser vivida (Sócrates).

57. La inteligencia es la que ve, la inteligencia es la que oye y todo lo demás es sordo y ciego (Epicarmo).

58. Las cosas visibles son un vislumbre de lo invisible (Anaxágoras).

59. Nos ordena conocer el alma aquel que nos advierte: “conócete a ti mismo” (Sócrates).

60. Quien sea capaz de ver la totalidad es filósofo, quien no, no (Platón).

 

61. Hay dos cosas que llenan el ánimo de una admiración y una reverencia siempre nuevas y crecientes, cuanto más a menudo y más prolongadamente el pensamiento se detiene en ellas: el cielo estrellado por encima de mí y la ley moral que hay en mí” (Kant).

62. La cosa más difícil de todas es alcanzar la invisible medida de la sabiduría, la única que encierra en sí los límites de todas las cosas (Solón).

63. Dondequiera que hay vida hay alma y dondequiera que hay alma hay mente (Pico della Mirandola).

64. Nada hay en el mundo que carezca de vida (Pico della Mirandola).

65. Nada hay en el Universo posible de muerte o de corrupción. Consecuencia: en todas partes hay vida, en todas partes hay providencia, en todas partes hay inmortalidad (Pico).

66. El alma está en el cuerpo, la mente en el alma, en la mente el verbo y de todo es padre Dios (Pico della Mirandola).

67. Hombre, hazte esencial, pues cuando todo se acabe el mundo perecerá y la esencia subsistirá  (Angelus Silesius).

68. El Paraíso está donde está Dios. Mantente, pues, junto a Dios y el Paraíso estará donde tú estés (Frithjof Schuon).

69. Nuestro deber en la vida práctica consiste en partir de cada bien particular para conseguir que el bien general llegue a ser el bien de cada uno (Aristóteles).

70. El más insignificante conocimiento que uno puede lograr sobre las cosas más elevadas y sublimes es más digno de ser deseado que el saber más cierto de las cosas inferiores (Sto. Tomás de Aquino).

 

71. La filosofía es aquella concentración mediante la cual el hombre llega a ser él mismo, al hacerse partícipe de la realidad (Karl Jaspers).

72. La filosofía responde a la necesidad de formarnos una concepción unitaria y total del mundo y de la vida (Miguel de Unamuno).

73. El optimista proclama que vivimos en el mejor de los mundos; el pesimista teme que sea verdad (James Branch Cabell).

74. El hombre prudente sabe prevenir el mal en modo de evitarlo; el hombre de coraje lo soporta sin lamentarse cuando llega (Pítaco).

75. A la naturaleza se la manda sólo obedeciéndola (Francis Bacon).

76. Es mejor agitarse en la duda que reposar en el error (Alejandro Manzoni).

77. En el cuidado de las almas es necesario: una taza de ciencia, un barril de prudencia y un océano de paciencia (S. Francisco de Sales).

78. Reprende al amigo en secreto y alábalo en público (Leonardo da Vinci).

79. Quien no ha hecho nada no sabe nada (Thomas Carlile).

80. La oración es en la religión lo que el pensamiento en la filosofía (Novalis).

 

81. El secreto de la felicidad no es hacer siempre aquello que se quiere, sino querer siempre aquello que se hace (Lev N. Tolstoi).

82. No hay caminos para la paz, la paz es el camino (Anónimo).

83. Sólo falta el tiempo a quien no sabe aprovecharlo (Gaspar Melchor Jovellanos).

84. La ignorancia es la madre de todos los males (Anónimo. Filosofía tradicional hindú).

85. El mundo es un bello libro, pero poco sirve a quien no sabe leer (Carlo Goldoni).

86. Es una gran virtud estimar a todos mejores que nosotros (Santa Teresa de Jesús).

87. Busqué a Dios y no lo encontré, me busqué a mí mismo y no me hallé; busqué al prójimo y se me presentaron los tres (Anónimo).

88. La medida del amor es amar sin medida (Santa Teresa).

89. Si quieres cerrar la puerta a todos los errores, corres el peligro de dejar fuera la verdad (Anónimo. Tagore).

90. No digas todo lo que sepas, lo importante es que sepas todo lo que dices (Anónimo).

 

91. En la desventura la única salvación del hombre es la esperanza (Menandro).

92. Ninguna jornada es demasiado larga para quien tiene cosas que hacer (Séneca).

93. Con la concordia prosperan incluso las cosas pequeñas, con la discordia van a la ruina hasta las más grandes (C. Salustio)

94. Todo aquel que hace bien a otro se hace bien a sí mismo (Séneca).

95. Equivocarse es propio de cada hombre, pero es sólo de necios perseverar en el error (Cicerón).

96. Cuando el silencio habla, la vida se transforma (Anónimo).

97. Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión; cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la sabiduría; y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el amor (proverbio chino).

98. Cuando decimos que algo no es verdad, a menudo lo que queremos decir es que no nos gusta (Anthony de Mello).

99. La paciencia es superior a la fuerza: muchas cosas que no se podrían conquistar de un solo golpe, se consiguen haciéndolas poco a poco (Plutarco).

100. Más aprovecha una reprensión al sensato que cien golpes al necio (Proverbios, 17, 10).

 

101. Una palabra dulce multiplica los amigos; que sean muchos tus amigos, pero uno entre mil tu consejero (Sirácida, 6, 5).

102. Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena (proverbio sueco).

103. En dar está el recibir (Anónimo).

104. Vivir para los demás no es sólo la ley del deber, es también la ley de la felicidad (A. Comte).

105. Cuanto más se tiene más se desea, y en vez de llenar, abrimos un vacío (S. Marden).

106. La fe es garantía de lo que se espera y prueba de las realidades que no se ven (S. Pablo).

107. Conócete, acéptate, supérate (S. Agustín).

108. Es difícil ser bueno y fuerte a la vez. Y, por lo común, cuánto más fuerte se es menos razón se tiene (Enrique Tierno Galván). 

109. La poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos (Tagore).

110. La paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces (Rousseau. Proverbio persa).

 

111. La dificultad con que nos encontramos para alcanzar nuestra meta es el sendero más corto para llegar a ella (Khalil Gibran).

112. Los hombres más eruditos no son precisamente los más sabios (Geoffrey Chaucer).

113. La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica (Borges).

114. La poesía es una mezcla de sentido común, que no todos tienen, con un sentido nada común, que muy pocos tienen (John Masefield).

115. La libertad existe tan sólo en la tierra de los sueños (J. Ch. Friedrich).

116. La primera virtud es frenar la lengua, y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse (Catón).

117. Mezcla a tu prudencia un gramo de locura (Horacio).

118. No podemos matar el tiempo sin herir la eternidad (Henry Thoreau).

119. No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige (Schopenhauer).

120. Nada pesará sobre el corazón si sabemos ponerle alas. Entonces él sólo nos alzará sobre todas las penas del mundo (Jacinto Benavente).

 

121. Odiar es un despilfarro del corazón, y el corazón es nuestro mayor tesoro (Noel Clarasó).

122. Que tu alimento sea tu única medicina (Hipócrates).

123. Saber que se sabe lo que se sabe y saber que no se sabe lo que no se sabe: sabiduría (Alphonse Karr).

124. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da poco; pero da siempre (Libro de Tobías).

125. Sólo los artistas y los niños ven la vida tal como es (Hugo von Hofmannsthal).

126. Sabemos lo que somos, pero no lo que podemos ser (Shakespeare).

127. Todo puede nacer, aquí abajo, de una manera infinita (Paul Valery).

128. Dios es como un bailarín; la creación es su danza (Anónimo hindú).

129. Cada porción de la materia puede ser concebida como un jardín lleno de plantas y como un estanque lleno de peces. Pero cada rama de una planta, cada miembro de un animal, cada gota de sus humores, es todavía un jardín o un estanque (Leibniz).

130. El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría (William Blake).

 

131. La necesidad más urgente de nuestro mundo es la gratuidad (René Habachi).

132. En realidad, el sentido mismo del desarrollo espiritual consiste en servir a los demás. El propósito de la vida es servir y ayudar a los demás (Tensin Giatso, XIV Dalai Lama).

133. Desde el punto de vista budista, tú existes hasta el fin del universo... De manera que, en tanto en cuanto exista el ser humano, yo también existiré para servir. Y esa actitud te trae automáticamente la paz, al margen de las tribulaciones y complicaciones de tu vida (Tensin Giatso, XIV Dalai Lama).

134. Cuando se trata de las cosas de Dios, es grande ciencia saber confesar la propia ignorancia (S. Cirilo de Jerusalén).

135. Busquemos como quien ha de encontrar, y encontremos como quien ha de seguir buscando, porque cuando el hombre acaba, entonces la verdad comienza (S. Agustín de Hipona).

136. El trabajo del hombre consiste en disponer constantemente su corazón liberando su voluntad de deseos extraños; su razón, de ansiedades; su memoria, de cuidados inútiles (Guillermo de Saint-Thierry).

137. El secreto de la paz interior es el desapego (Thomas Merton).

138. La penetración en la esencia de las cosas, a través de la luz, constituye el último fin de la serenidad (Charles Morgan).

139. No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia, pon tu principal empeño (Unamuno).

140. Hay algo que será eternamente hermético e imposible para las palabras (Valle-Inclán).

 

141. Aprender sin pensar es fatal, pero es igual de fatal pensar sin aprender (Confucio).

142. No mires a lo lejos descuidando lo que tienes cerca (Eurípides).

143. Soporta y resiste; ese esfuerzo te será útil un día (Ovidio).

143. Los juicios que hacemos sobre los demás dicen lo que somos nosotros mismos (Arturo Graf).

144. Confiad en los que se esfuerzan por ser amados; dudad de los que sólo procuran parecer amables (G. Leopardi).

145. En las grandes adversidades toda alma noble aprende a conocerse mejor (F. Schiller).

146. La esclavitud más denigrante es la de ser esclavo de uno mismo (Séneca).

147. Faltan palabras a la lengua para los sentimientos del alma (Fray Luis de León).

148. Durante cierto tiempo puede uno estar alegre interiormente, pero a la larga la alegría deben compartirla dos (H. Ibsen).

149. Si quieres hallar en cualquier parte amistad, dulzura y poesía, llévalas contigo (G. Duhamel).

150. No hay placer comparable al de encontrar un viejo amigo excepto el de lograr uno nuevo (R. Kipling).

 

151. Querer las mismas cosas y no querer las mismas cosas está en el fondo de la verdadera amistad (Salustio).

152. Aceptemos que el amor tenga espinas: es una flor. Pero, ¿y la amistad? Apenas, si es verdadera (P.J. Toulet).

153. El amor es como un río. ¡A medida que es más grande, va metiendo menos ruido! (Francisco Villaespesa).

154. Amar es vivir con el corazón, es decir, con la parte más viva y más consoladora de nuestro ser (J.B. Lacordaire).

155. El ruido no hace bien; el bien no hace ruido (S. Vicente de Paúl).

156. No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad (Ludwig van Beethoven).

157. La recompensa de una buena acción es haberla hecho (Séneca).

158. Cuanto más extendemos nuestros conocimientos más nos damos cuenta de su limitación (G.K. Chesterton).

159. Cada vez que perdemos ánimo perdemos muchos días de nuestra vida (Maurice Maeterlinck).

160. No hay en el mundo peor bancarrota que la del hombre que ha perdido su entusiasmo (Eugenio Dors).

 

161. Sólo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos (Saint-Exupery).

162. La recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa (Gandhi).

163. Más se estima lo que con más trabajo se gana (Aristóteles).

164. En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante (K. Gibran).

165. No es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que hacemos, lo que convierte la vida en una bendición (Goethe).

166. La fortuna y la gloria pueden aumentar la felicidad, pero no pueden crearla. Sólo los afectos la dan (André Maurois).

167. La felicidad no consiste en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace (Tolstoi).

168. Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa en ella es maravillosa (G.K. Chesterton).

169. La paciencia comienza con lágrimas y, al fin, sonríe (Raimundo Lulio).

170. Las palabras van al corazón cuando han salido del corazón (R. Tagore).

 

171. La reflexión calma y tranquila desenreda muchos nudos (Anónimo).

172. Para darse por satisfecho con lo sencillo se necesita un alma grande (Arturo Graf).

173. Si me ofreciesen la sabiduría con la condición de guardármela para mí sin comunicarla, no la querría (Séneca).

174. La semilla de la verdad puede tardar en florecer, pero al final florece, pase lo que pase (Gregorio Marañón).

175. La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero únicamente puede ser vivida hacia delante (S. Kierkegaard).

176. Consuélate de soportar las injusticias: la verdadera desgracia consiste en cometerlas (Pitágoras).

178. Disfruta de las pequeñas cosas, porque tal vez un día vuelvas la vista atrás y te des cuenta de que eran grandes y maravillosas (Anónimo).

179. Reirse de todo es propio de tontos, no reirse de nada lo es de estúpidos (Erasmo de Rotterdam).

180. Evita, por encima de cualquier circunstancia, la tristeza; que tu alegría no sea fruto de las circunstancias favorables, sino fruto de ti mismo (Periandro).

 

181. La sabiduría se preocupa de ser lenta en sus discursos y diligente en sus acciones (Confucio).

182. La naturaleza es la mejor maestra de la verdad (San Ambrosio).

183. Obrar es fácil, pensar es difícil. Obrar según se piensa es aún más difícil (Goethe).

184. Las palabras son como las hojas. Cuando abundan, poco fruto hay entre ellas (Alexander Pope).

185. Hay una pasión superior a todas y es la satisfacción interior por el bien que hacemos a los otros (R. Descartes).

186. Prefiero molestar con la verdad que complacer con adulaciones (Séneca).

187. Apresurémonos en alegrar el corazón de nuestros compañeros durante la corta travesía de la vida (Amiel).

188. Buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón? (R. Tagore).

189. La amistad es un alma que habita en dos cuerpos, un corazón que habita en dos almas (Aristóteles).

190. El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males (Leonard Cohen).

 

191. El hombre que cultiva la bondad, jamás piensa en hacer mal a nadie (Cicerón).

192. Una mente clara siempre está abierta a la comprensión (Oscar Wilde).

193. Cualesquiera que hayan sido nuestros logros, alguien nos ayudó siempre a alcanzarlos (Althea Gibson).

194. El amor es la poesía de los sentidos (H. de Balzac).

195. El furor de la intolerancia es el más loco y peligroso de los vicios, porque se disfraza con la apariencia de la virtud (Robert Southley).

196. La verdadera libertad del hombre consiste en que halle el camino recto y en que ande por él sin vacilaciones (Thomas Carlyle).

197. Si dicen mal de ti con fundamento, corrígete; de lo contrario, échate a reír (Epícteto).

198. Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza (Antonio Machado).

199. El trabajo del pensamiento se parece a la perforación de un pozo: el agua es turbia al principio, mas luego se clarifica (Proverbio chino).

200. Ama y haz lo que quieras (S. Agustín).

 

201. Existe algo tan inevitable como la muerte: la vida (Ch. Chaplin).

202. De todas las cualidades del alma la más eminente es la sabiduría y la más útil la prudencia (Jean J. Barthélemy).

203. Cuando la vida pesa y no se escuchan canciones durante la noche, el único alivio es creer y confiar en el amor. Entonces, aun en las peores circunstancias, todo se vuelve más liviano y algunas melodías surgen de la oscuridad; porque estamos amando y confiando en ese amor (Khalil Gibran).

204. Al que no tiene sepultura lo cubre el cielo y por todas partes hay caminos que conducen hasta los dioses (Lucano).

205. La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados (Groucho Marx).

206. La naturaleza no hace nada en vano ni nada superfluo y en todas sus operaciones sigue el camino más cómodo (Aristóteles).

207. El lenguaje no pertenece a la lengua, sino al corazón. La lengua es sólo el instrumento con el que se habla. Quien es mudo es mudo en el corazón, no en la lengua (…). Déjame oírte hablar y te diré cómo es tu corazón (Paracelso).

208. La guerra es siempre una derrota de la humanidad (Juan Pablo II).

209. La tolerancia hacia quienes disienten de los demás en cuestión de religión resulta tan coincidente con el Evangelio y con la razón, que es monstruoso que haya hombres ciegos ante tanta luz (un teólogo).

210. Dios da suficiente oscuridad al que quiere ver y suficiente claridad al que no quiere ver (Anónimo).

 

211. La persona dichosa es la que engendra lo que mira (Eliseo Diego).

212. Aquel que verdaderamente ama, ni cansa, ni se cansa (S. Juan de la Cruz).

213. Cuando tú quieres pensar en Dios es preciso que te representes una oscuridad que no es tal, una oscuridad que es como una Nada (Jacob Boehme). Oscuridad de donde nace la Luz.

214. El amor es más grande que Dios (Jacob Boehme).

215. Aquel para el que el tiempo es como la eternidad y la eternidad como el tiempo, está liberado de todo combate (Jacob Boehme).

216. No hay verdadera filosofía que no alcance su perfección en una metafísica de éxtasis, ni experiencia mística que no exija una preparación filosófica seria (Sohrawardî).

217. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo (Wittgenstein).

218. Apenas se roza la periferia del ser, se hace ya sentir la presencia del misterio (E. Gilson).

219. Hay gentes tan llenas de sentido común, que no les queda el más pequeño rincón para el sentido propio (Miguel de Unamuno).

220. Vivimos en la corteza de la realidad y raramente alcanzamos su núcleo… Ningún hecho acontecido en el mundo permanece aislado de su contexto universal (Zohar o Libro del Esplendor).

 

221. El misterio no está lejos de nosotros, sino que nos envuelve, pues el mundo no subsiste sino por el secreto (Zohar o Libro del Esplendor).