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Boehmiano. En pos de la sabiduría, como arte de vivir

Sobre la fe y la simplicidad. La oración del corazón en el Budismo de la Tierra Pura.

 

    El capítulo 18 del admirable libro de Jean Eracle: La doctrina búdica de la tierra pura trata del budismo de la fe. Nos habla el autor de recobrar nuestra simplicidad e inocencia originales mediante la pura fe que se concreta o manifiesta en la invocación del nombre sagrado.

 

    “... La fe no es el resultado de un esfuerzo personal, sino que es el voto original de la gran compasión lo que la suscita.

 

    La fe es despojada de toda noción, de toda sutileza.

 

    Representa el estado del corazón que escapa de todas las ataduras y, en consecuencia, de la influencia del karma. En este sentido es ya el plano del nirvana misteriosamente manifestado en el corazón del hombre.

 

    La práctica de las virtudes y de las buenas acciones, la profundización en los estudios, las meditaciones con o sin formas, todo ello pertenece al mundo del karma. Su efecto sólo puede ser una feliz disposición, no la liberación. La liberación está más allá de todo. El nirvana no es el fruto de práctica alguna, la consecuencia de ningún estudio, el resultado de ningún ejercicio mental. Sobrepasa a toda causalidad, a todo karma.

 

    Si en el corazón se realiza un estado libre todo karma, bueno o malo, el Nirvana se manifiesta en él, y ahí se transparenta la «cualidad de Tathâgata».

 

    Los maestros que la Tierra Pura piensan, fundándose en la enseñanza de los «Tres Sutra», que ese estado libre de todo karma, la «Cualidad de Tathâgata», es la fe. Al pronunciarse así, no reforman la enseñanza del primer Buddha.

 

    No hacen sino tomar al pie de la letra algunas sentencias que él pronunció y que se encuentran consignadas en los más antiguos textos:

 

    «Por la fe y seréis libres y pasaréis más allá del reino de la muerte... la fe es el mejor de los tesoros para el hombre. Por la fe, la corriente es atravesada» (Sutta-nipâta, 1146, 182, 184).

 

    «Aquel cuya fe en el Tathâgata es estable, enraizada, instalada, firme, una fe que no puede ser quebrantada ni por un recluso, ni por un brahmán, ni por un dios, ni por Mâra, ni por Brahma, ni por quienquiera que pueda ser en el mundo, ese puede decir: "Soy el propio hijo del Bienaventurado, nacido de su boca, nacido de la Ley, formado por la Ley, heredero de la Ley"» (Diga-nikâya, III, 84)”.

 

    A continuación el autor cita una carta del fundador de la Escuela Ji, Ippen Shônin (1229-1289). Este es el texto:

 

    “Me interrogáis sobre la actitud mental que debéis tener hacia el Nembutsu. Todo lo que se le exige al fiel del Nembutsu es que diga: “Namu Amida Butsu[1], y no existe otra instrucción que os pueda dar. Diciendo “Namu Amida Butsu” encontraréis vuestra paz espiritual.

 

    Todas las enseñanzas que los eruditos y los sabios han dejado, son otras tantas indicaciones destinadas a preservarnos de todo tipo de errores hacia los que tendemos; no son, en suma, más que paliativos. Para el fiel del Nembutsu ello no es verdaderamente necesario. Decir el Nembutsu en toda circunstancia: eso basta.

 

    Kûya Shônin († 972), un día que se preguntaban: «¿cómo hay que decir el Nembutsu?», simplemente respondió: «¡Abandonad!» Ya no hubo más palabras. Esta respuesta se haya consignada en la colección poética de Saigya y, a mi juicio, es verdaderamente una palabra de oro.

 

    «¡Abandonad!»: es todo lo exigido del fiel del Nembutsu.

 

    Que abandone saber, sabiduría y también ignorancia; que abandone toda noción de bien y mal, de rico y pobre, de noble y vil, de infierno y paraíso, y todo tipo de Satori y cultivado y enseñado por las diversas escuelas del Budismo. Rechazando todas estas nociones y deseos, causas de confusión, entregaos por completo a decir: «Namu Amida Butsu!»”.

 

    El poder de lo Otro, el Otro poder, el poder trascendente… no pretendemos negar la importancia del esfuerzo personal, de la disciplina, por otra parte claramente reafirmados también en el budismo. Sin embargo, el camino de infancia, la simplicidad el corazón, nos parece estar mucho más cerca de ese vacío original que probablemente tenga que ver con lo que San Juan de la Cruz llama insistentemente la nada, la desposesión, el desapego.

 

    “El que invocare el nombre del Señor se salvará”, recuerda San Pablo. Oración que es como la respiración, y en la que no creo que sea lo esencial, ni mucho menos, la cantidad o la innumerable repetición. La pureza consiste en querer una sola cosa, como escribió Kierkegaard, porque sólo una cosa es en definitiva necesaria.

 

    Este es el descanso y el sosiego de la fe, la esencial, la que es vivida y fruto de una auténtica experiencia, porque verdaderamente “cuando el amante está junto al amado, allí se descansa” (Leonardo da Vinci).



[1] Que se pronuncia: Namu Amidá’n Bu.

2 comentarios

Boehmiano -

Gracias, Hiniare.
Yo también lo veo como tú.
La concentración en el canto o la invocación mental, con su aparente simplicidad (simplicidad una vez lograda, una vez que el corazón late en esa melodía) me parece que concentran devoción e inteligencia. La unión de contrarios que significa aunar desapego y amor tienen que formar parte de esa fe esencial, a la que aludes, innegable punto de encuentro de buscadores.
Las semejanzas están.
Yo formo también parte de un grupo abierto de "espirituales comparantes", como me gusta decir medio en broma.
Es una forma de ser y de vivir, que te regala muy hermosas sorpresas.
Hasta pronto,
B

hiniare -

Bien reencontrado, Boehmiano! Bonito post. El nembutsu está muy cerca del dhikr de los sufíes y la oración del corazón de los hesicastas, algo tan sencillo pero tan complejo... Yo siempre busco comparaciones, o es que siempre encuentro semejanzas!

"Tu fe te ha salvado", ¿no lo dice todo?

Iré leyendo tu siguiente post sobre el budismo, no vemos,
h.