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Boehmiano. En pos de la sabiduría, como arte de vivir

Año jubilar 2010 en Caravaca de la Cruz (Murcia. España)

Año jubilar 2010 en Caravaca de la Cruz (Murcia. España)

Caravaca de la Cruz es un pueblo singular en el noroeste de la provincia de Murcia. Invito a los amables lectores de este humilde blog a que lo visiten y conozcan (al pueblo, no al blog), pues, estoy bien seguro de ello, no les defraudará. Es también, obviamente, el pueblo que amamos los caravaqueños, nativos o de adopción. Su paisaje, su aire y su aura, su luz, sus montañas, las entrañables callejas, los monumentos que dan fe de su historia… Gente recia y a la vez acogedora. Villa o ciudad santa desde hace unos pocos años también (si es que esto así puede decirse, pues ya conocen ustedes que el tiempo es bastante relativo y además, lo santo es santo desde tiempo inmemorial).

 

Yo tuve la inmensa fortuna de nacer en ella un día de mucho frío y nieve, sin luz eléctrica y además prematuro, en la festividad de S. Alberto el Magno, patrono de los químicos y los alquímicos. Y la fortuna de vivir allí, ininterrumpidamente, los primeros 16 años de mi existencia. Todavía me emociona, claro que sí, recorrer sus calles y entrever los rostros disimulados en la memoria o diáfanos en la conciencia, con la grata sorpresa de toparme con un viejo amigo, o persona conocida, largo tiempo no frecuentados. Más tarde, también he vivido largas temporadas e incluso tuve el privilegio de ser profesor en su Instituto de bachillerato durante el curso académico 1986-1987: privilegio de unos alumnos extraordinarios y extraordinariamente generosos. Desde aquí les envió mi recuerdo y mi reconocimiento, ambos indelebles.

 

Y Caravaca de la Cruz celebra este año 2010 su año santo, su año jubilar (concedido cada siete años). Ocasión de peregrinaje, de andadura, de acogida e intercambio, de gozo y jubileo, pues que la vida es un viaje y, como dice mi querido filósofo zapatero Jacob Böhme, en la superación está la alegría (In Ueberwindung ist Freude, cf. Mysterium Magnum, XVI, 9).

 

La Santa Cruz de Caravaca, la Cruz de Cristo, ancla su origen en una hermosa leyenda, que hemos escuchado desde niños y hemos repetido después prácticamente todos los habitantes del pueblo; leyenda que cifraría su aparición en 1230 o 1231, siendo entonces rey moro en la zona el luego converso Ceyt-Abu-Ceyt. Cruz de Caravaca, milagrosa y afamada por doquier según contaban nuestros abuelos, que, tristemente, fue robada un martes de carnaval, aprovechando el bullicio de esa noche enmascarada: el nefasto día del 13 de Febrero de 1934. También es posible que el robo se produjera en la madrugada del miércoles de ceniza, el día 14. Los simbolismos y la numerología no escapan al observador despierto. Y hasta hoy nada hemos en verdad sabido acerca de su paradero.

 

Actualmente se venera la reliquia que contiene unos fragmentos del lignum crucis, procedentes de Roma y de Jerusalén.

 

Hay quien afirma no creer en Dios y sin embargo creer en los mitos y en los símbolos. Los mitos también tienen su lógica, su razón de ser. Por otra parte, afirmaba María Zambrano que Dios es el más racional de los conceptos. Tampoco le faltaba razón, a ella que, desde luego, bien sabía del Deus absconditus, de lo escondido de Dios. René Guénon escribió un bello libro sobre el simbolismo de la cruz (simbolismo universal, católico, en griego) donde revela conocimientos procedentes también del esoterismo islámico. El sentido de la cruz lo conocen los sufíes. Para las almas grandes no se oponen la luna, la cruz, el loto…, pues uno sabe ver el sentido hondo de las creencias y también de las ideas.

 

Testimonio de lo permanente, antes que noticia de sucesos pasados, valga decir sobre el significado del mito lo que afirma Salustio -el mismo que decía que el mundo es un objeto simbólico- a propósito de los mitos de Atis: “esto no ocurrió nunca, pero es siempre” (Sobre los dioses, 4).

 

Ocurre en el alma y ya es bastante. Sucede en la persona (triunidad, si se me permite decirlo, de cuerpo, psique y espíritu), que experimenta y vive la transformación.

 

Esa que le deseo a todo aquél que emprenda el camino. Aquél en quien lo interior y lo exterior confluyen; donde cuerpo y alma no se enfrentan; donde la ley y la norma ceden ante la pasmosa y sorprendente novedad y libertad del espíritu. Por eso, el entusiasmo, la gracia y el sano delirio, la sobria ebriedad. Muchos no la conocen. No hace falta hablar de ella, de esa liberación, a quienes la gustan. Haber saboreado (sabiduría) alguna vez su aroma es algo inolvidable, que imprime su carácter (ethos), su signatura, su señal. Señal de bendición con la que hoy me despido.

 

Amigos de Caravaca y amigos que aún no la conocen: ¡emprendan ese viaje y disfruten –Itaca rediviva en el poema- de sus muchas peripecias, sorpresas y aventuras! Volveremos más sabios.

 

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